¿Que onda contigo?

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

«Apollo of the Belvedere» de Livioandronico2013 - Trabajo propio. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 4.0 vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Apollo_of_the_Belvedere.jpg#/media/File:Apollo_of_the_Belvedere.jpg

«Apollo of the Belvedere» de Livioandronico2013 – Trabajo propio. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 4.0 vía Wikimedia Commons – https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Apollo_of_the_Belvedere.jpg#/media/File:Apollo_of_the_Belvedere.jpg

—¿Y qué estudió usted, profe? —me preguntó Iskra en la sala de maestros.

—Ciencias de la Información —contesté.

—Ah, pero qué interesante. ¿Y en qué consiste su profesión?

—Haga de cuenta —le dije— que soy algo así como licenciado en salón de té y charla de café.

—¿Y cómo es eso? —agregó Iskra, con ojos soñadores.

—Al parecer —continué— las lumbreras de la Universidad “Autónoma” de Chihuahua no se ponían de acuerdo si deberíamos ser comunicadores o modernos bibliotecarios, así que hicieron un chile con queso y al puro estilo del doctor Mengele experimentaron con nosotros.

“Unos se metieron de bibliotecarios (hubiera bastado que les dieran las Normas APA, aunque fuera en fotocopias) y otros nos metimos a periodistas para compartir la gloria del oficio con albañiles y mecánicos venidos a más, que se encontraban ansiosos de externar sus opiniones, sus puntos de vista, dignos de “San Pero Grullo”.

“Los más listos pusieron algún negocio y hasta donde sé todavía medran por ahí”.

Iskra acariciaba sus cabellos y apelando al privilegio de no poner atención a las estupideces delos varones cambió de tema, abruptamente:

—Estaba leyendo en el “feis” que comer carne produce cáncer. Hace un momento un profe, que comía unas barras de granola y tragaba litros y litros de yogur nos dijo, al vernos consumir unos pastelillos, que nos íbamos a convertir en unas verdaderas cerdas.

—Ese profe sí que sabe hacer sentir especial a una mujer; pero no le haga caso a esos amargados que hacen de la dieta una religión: son casi insoportables como los tíos esos que le tiran la puerta a uno, en la mañana, y en pleno domingo, para hablarle del Señor.

—Pues a mí me preocupa mucho —señaló Iskra—. Creo que debo meterme al gimnasio; pero me da tanta flojera, así que de vez en cuando hago como tres horas para mantener tonificado el cuerpo.

—A mí no me preocupan esas tonterías —ladré—. La literatura exige kilos y kilos de cigarrillos, cerveza y carnes que chorrean, ante la caricia del fuego, torrentes de grasa.

—Con razón no se me da la literatura; pero, ¿usted es escritor?

Aproveché para hacerle publicidad al “blo” y le dije que tenía algunos libros publicados:

—Claro —apunté—. Me la paso chévere, con unas cervezas, charlando con los fans de todo el mundo.

—¡Ay sí, los fans! —exclamó Iskra.

—¿Pero qué le pasa? Si soy una figura absoluta y totalmente internacional: tengo por ahí un lector en España, unos dos de México, alguno de Argentina, y mi prima Laura me lee desde los “Iunaited esteits”.

—¡Ay sí, ay sí! —insistió Iskra; pero el profe Rubén salió al quite:

—Ahí como lo ve el profe Elko tiene algunos seguidores en ese blog tan chafa que administra.

En la sala de maestros existen dos llaves: un llavero que ni regalado (un día vamos a hacer una “coperacha” para regalarles uno) engarza la llave del baño de mujeres, mientras que el de hombres está al cuidado de Gargamel, el de los pitufos.

El profe Joel, quien siempre me ha parecido una peligrosa mezcla de H.P. Lovecraft (todavía le hace caso a su aristocrática mamá sobre aquello de vestirse al puro estilo de las clases dominantes: zapatos lustrados, pantalón de vestir, tweed y algún detallito más), lord Henry Wotton, Talleyrand y Petronio, el “arbiter elegantiarum”, tomó a Gargamel y se dirigió al baño con las más negras intenciones; en el inter dijo, con ese sarcasmo pavoroso que hasta a mí me da miedo:

—En algún oscuro rincón de Internet, algo así como en el nivel 11 de la Deep Web, Elko es un dios.

Se llegó la hora de “checar” salida y, como siempre, a la maestra Caro no la reconocía el antipático aparato al que le presentas la huella digital, así que la mandamos a la cola de la fila india, como siete veces.

Llegué deprimido —vapuleado— al agujero que rento y recordé aquel día, cuando trabajaba en Televisa de “reporterucho”.

El Batillo, luego de cargar su automóvil con latas de cerveza, chicharrones y otras porquerías, recordó que debía llenar el tanque, así que se detuvo en una gasolinera que lucía un enorme letrero, mismo que rezaba:

“Esta gasolinera es un regalo de Dios”.

Intrigado ante tan pintoresca aseveración y mientras encendía un cigarrillo le pregunté al tipo que despachaba sobre el significado de la críptica frase.

—Lo que pasa —comenzó a relatar al tiempo que me robaba un Marlboro, que tuve que encenderle como si se tratara de una señorita; pero ya estábamos que ardíamos de curiosidad, y ni modo de hacerla de cuento— es que el jefe es cristiano.

—Vaya novedad, si todos estos pelmazos lo son.

—¡No, no, no! ¡Católicos no! ¡Cristianos!

—Ah —exclamé—, ahora resulta que les ganó el Copy Right la susodicha secta.

Mientras limpiaba el parabrisas, con el cigarrillo en los labios, el despachador continuó:

—A unos metros de aquí hay una escuela de estudios superiores, un bachillerato, una primaria y un jardín de niños, así que los vecinos se negaban a conceder el permiso de suelo, por lo que el jefe invocó a su dios, Jehová.

—Se pronuncia Yavé.

—Dice el jefe que se pronuncia Jehová y como usted es un pobre diablo que a lo más me dará 20 pesos de propina —el tipo estaba soñando—, me inclino a creerle a él.

—Bueno, bueno, ¿a mí qué me interesan los dioses del cereal venidos a más? ¿El caso?

—El caso es que el jefe tiene vara alta y Dios escuchó sus oraciones, así que los vecinos se la pellizcaron y este milagro de gasolinera funciona, contra todo pronóstico.

—Ese señor nunca se ha distinguido, precisamente, por aquello de la ecología, que es cosa de paganos.

Aquel pasado escabroso comenzó a desvanecerse mientras me lavaba los dientes y me iba a la cama.

Como bien dice el profe Joel “en algún oscuro rincón de Internet, algo así como el nivel 11 de la Deep Web, Elko es un dios”, cuando me dormí se abrieron las puertas de la divinidad y ya me estaban esperando las valquirias para llevarme a las montañas heladas, donde los dioses se sientan a jugar a los dados[1].

Lo malo es que las valquirias se detuvieron en Tierra ABZX35-472-A8 (también conocida como “Mundo Rock”) para que le dejara el “chivo”[2] a mi esposa, Britney Spears, y por eso ando bruja[3].

Una vez en el casino de los dioses hice mi entrada al ritmo —cuyo tema pedí a mis demonios familiares— de “La luna llena sobre París”, de La Unión, mientras lucía un sombrero panamá y toda esa parafernalia.

En realidad no había buen ambiente: Zeus andaba de malas porque Hera lo había “cachado” en una de sus “movidas”, en el “feis”.

Todo parece indicar que Atenea estaba encabronadísima porque le habían robado, ciertos nigromantes, sus bombas nucleares, mientras que su hermano Marte, dios de la colorida guerra tradicional se había puesto su capa de pieles humanas para irse de borracho —ante la preocupación de Venus— al Medio Oriente.

—¡Pst! ¡Pst! —le susurré a Huitzilopochtli; pero se había ido a los Estados Unidos de mojado para fundar no sé qué secta y decía ignorar el náhuatl y el castellano, y yo me negaba a balbucear ese dialecto anglosajón.

—¡Chinga a tu madre!

—¿Por qué me ofendes?

—¿No que no sabías español, indio insoportable?

Total que Thor andaba bien pedo y Loki hacía de las suyas, y le pregunté por Apolo:

—¿No lo viste? Es el tío que se tiñó el pelo de naranja, que usa unos lentes Ray Ban y que acaba de entrar al baño.

—¿El de la camisa Pierre Cardin?

—El mismo.

Apolo se había escabullido al baño. Tambaleándome entre sátiros y ninfas que hacían el “cigarrón” fuera del baño conseguí introducirme a las susodichas instalaciones sanitarias y, luego de abrirme el zipper, con gran esfuerzo, sostuve al enorme Leviatán que habita entre mis piernas; Apolo se encontraba en el otro mingitorio:

—Oye —le dije.

—Ah, ¡Elko! ¿Qué se ofrece?

—Hay un tío presumiendo “quesque” Jehová le puso una gasolinera y, digo, molestando, fíjate que todavía no despegan las ventas de mis libros. ¿Qué onda contigo?

—¡Ah, caray! ¿No han despegado?

—Hazte pendejo.

El iphone de Apolo comenzó a chillar y el dios radiante me dijo:

—¡Ah, caray! ¡Déjame lo checo! ¡El viernes nos hablamos!

Todavía sigo esperando su respuesta.

[1] La frase se conserva por aquello del folclor; en realidad los dioses juegan al X Box, al Play Station y otras consolas de última generación; ¿qué creían?, ¿qué nos habíamos quedado en la prehistoria?

[2] En México “el chivo” es el dinero para el gasto que le dejan los maridos a las “maridas”.

[3] Andar sin dinero.

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