Los oficios del sueño: XI

Por: Rafael Pérez Estrada

En el Club de Marinos Ilustres de Chelsea comía yo, junto a Lady Ollivier, cuando esta dama, contra todo protocolo, exclamó sorprendida, dirigiéndose a mí: Qué horror, ¿no ve qué extraño tatuaje hay en este bistec?, y al mirarlo, vi cómo en aquella carne no muy hecha brillaba en oscuridades de tinta y frito un precioso tatuaje de esos que exhiben los animosos muchachos de la Navy. Preferí, ante la evidencia, no hacer comentario y enfrascarme en el inesperado olor a cuerpo, mar y puerto que salía de aquel singular plato, y continué la charla como si nada excepcional ocurriera.

Pérez Estrada, Rafael. El ladrón de atardeceres. p. 34. Plaza & Janes. España. 1998. ISBN: 84-01-59025-6

¿Serás, amor?

Por: Pedro Salinas

¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico,
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.

Salinas, Pedro. De amor. Mondadori. 1998. Madrid, España.