Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Me encanta fastidiar a los burgueses[1]. Me temo que un día de estos me van a matar por ello. Mientras tanto os divierto:
Todo ocurrió en Temósachi, estaba yo muy ebrio y acababa de leer a Mafalda. Merced a una situación que se explica mediante la física cuántica (un día os explico esas fascinantes teorías) me vi de pronto en una habitación sombría de paredes gruesas, de piedra.
Un monje me vio mientras yo recitaba, citando a Mafalda:
—¿Sapisti que a bestiaplanete artefacte posavi in luneta suprafizie?
El monje pensó que yo era el mismísimo diablo, amagó con arrojarme su botella de vino, pero se lo pensó mejor y luego de darle un trago me lanzó un tintero que atravesó mi cuerpo astral, para estrellarse en la pared, y yo regresé a este siglo aburrido.
Escuchando a los Tigres del Norte
Luego de los hechos relatados en “La guerra de las calabacillas” Miguel Ramírez y yo volvimos a Chihuahua.
En el camino veníamos cantando (bueno, venía yo toda vez que Miguel tiene el mal gusto de apreciar a los Beatles existiendo los Rolling Stones) y el camión se descompuso.
Después de criticar a unos jesuitas y de quejarse (pese a que nos habían trasladado a la Edad Media gracias a sus hábitos trasnochados) Miguel dijo:
—¡Híjole, qué retraso!
—No sea pendejo, sirve que nos metemos a una cantinucha.
Y así lo hicimos. Contratamos a un intérprete ranchero y nos cantó muchos narcocorridos (de esos que hacen rasgarse las vestiduras a los payasos que tenemos por políticos, desde Lázaro Cárdenas[2] a la fecha).
Compramos una botella de dos litros de refresco de toronja, vaciamos la mitad y la rellenamos de tequila.
Bebiendo con un inconverso
Llegamos a Chihuahua. Miguel era pastor luterano y vivía en un gallinero. Era una casa increíble, una finca de Infonavit en la que los luteranos chihuahuenses se las habían arreglado para remodelarla como una especie de iglesia gótica gracias a unos arreglos baratos de pésimo gusto.
Estuvimos bebiendo y fumando, escuchamos “Disturbing the priest”, de Black Sabbath, cuando de pronto tocaron a la puerta:
Me asomé a la ventana y vi a un tipo flaco, alto y de lentes cuya foto debería aparecer en Wikipedia luego de buscar el término psicológico “erótico anal”. Venía acompañado por un chalán anodino.
—¡Miguel! ¡Miguel! ¡Viene el pastor!
Echamos perfume. El pastor metió unas sillas para sus aburridísimas sesiones dominicales.
Me fui al baño para orinar en las ridículas instalaciones sanitarias de su ridícula iglesia pseudo gótica.
Si fuera Bukowski os diría que me eché un pedo en la casa del Señor, pero como no lo soy no les diré tamaña barbaridad. Quede tal hecho para la intimidad. Además los verdaderos poetas no nos echamos pedos toda vez que somos unos seres etéreos, parientes de los elfos.
A miguel lo regañó el erótico anal:
—¿Cómo, Miguel? ¿Bebiendo con un inconverso?
[1] Nuevamente aclaro que utilizo el término burgués desde el punto de vista del artista y no del militante de izquierda, pues no soy de izquierda.
[2] El tata Cárdenas pasa por ser un gran hombre toda vez que nacionalizó el petróleo, pero en lugar de mandar técnicos a aprender nuevas tecnologías se durmió en sus laureles y tuvo un hijo muy feo que gracias a Dios nunca llegó a ser presidente de México.