Consideraciones filosóficas ante el retrato del Divino Marqués

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Al descender de la Casa de la Cerda, matrilinealmente, sospecho que estoy emparentado con Donathien Alphonse François, marqués de Sade y, por lo tanto, con la Divina Laura.

A la anterior conjetura puedo sumar el extremo parecido que tenía “El Divino” con mi persona, cuando yo era joven y no usaba barbas (si bien no me tocó la época de las pelucas, los lunares y el talco en el rostro).

Lo cierto es que he protagonizado algunos escándalos sexuales que cubrimos, bajo el velo piadoso de unos muy pudibundos puntos suspensivos.

Se dice que cuando el filósofo del látigo, quien había sido encarcelado por algunos pecadillos, miró a las masas indoctas ante el ventanal de su celda, en La Bastilla, se fabricó una bocina con su bacinica y comenzó a agitar al populacho.

*

Hortensia 239: ¡Que gane la izquierda! ¡Que gane la izquierda, malditos pijos!

Ratónmalvado999: Ojalá que gane: total que nosotros nos adaptamos a todo ya que Dios, en su infinita bondad, hizo a los pendejos para que los listos viviéramos de ellos. Así aprenderán.

Hortensia 239: ¡Pijo! ¡Pijo! ¡Pijo “e” mierda!

*

Trabajaba yo en Televisa y nos mandaron a un hotel en Ciudad Juárez. Armando Mar, indio de a madre, llegó con su ropa en una red de plástico, de esas que utilizan las señoras para acarrear el mandado.

Sintiéndose exquisito pedía, tras comer un buen corte, un palillo de dientes. Dijo el capitán de meseros, muy enfadado:

—Los palillos de dientes son para ensartar aceitunas, trocitos de queso y carnes frías, caballero, no para picarse los dientes en medio de todo mundo.

El tío ese, quien carecía de barbilla y a cambio poseía unos ojos soñolientos, como conviene a los mayordomos de las películas de millonarios ingleses lo afirmó, con un dedo didáctico, no exento de petulancia.

—¡Me vale verga! ¡Quiero un palillo de dientes!

—Poco después se acercó el capitán de meseros, imperturbable, con una charolota y un ayudante quien retiró, teatralmente, un mantelito para revelar, en la superficie de la susodicha charolota, un palillo de dientes, envuelto en su bolsita de papel celofán.

—Su palillo de dientes —dijo el maitré.

*

Transcurrían los días pesados cuando Armando Mar le pidió al maitré una langosta a la termidor.

—¿Y cómo la quiere el caballero?

Armando Mar respondió:

—En una cama de lechuga, graneada con frijoles.

Era admirable el auto dominio del maitré quien, imperturbable, como un cristiano que se encaminara ante la muchedumbre, aceptara el cruel destino de ser devorado por los leones; no obstante desde la cocina se alcanzó a escuchar:

—¡Merde! ¡Merde! ¡Merde!

—Lo siento, Florian, si el cliente quiere mierda, mierda le damos.

*

Y entonces, la apoteosis: estábamos cenando y el maitré ofrecía de entrada, en el menú, dos sopas: sopa juliana y sopa azteca; los meseros se acercaban al comensal y preguntaban:

—¿Azteca, señor?

—Sí, por favor.

—¿Azteca?

—Juliana, por favor…

—¿Azteca, señor?

Lo siento, supongo que fue el mismísimo Satanás quien me lo susurró al oído: the devil made me do it! ¡Mea culpa! Esa maldita educación de hidalgo venido a menos:

—¡No! ¡Olmeca el hijo de la chingada!

Fue la única vez que vi al maitré perder la compostura soltando una carcajada que le salía, que le salía de muy adentro.

 

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