Profundas reflexiones para resolver el problema indígena en México

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

 

Nota del editor: para no herir la susceptibilidad de los lectores se incluye a un chico caucásico en lugar de meter a un indígena, pues de lo contrario se rompería la estética del blog.

Publicar libros auto editados o, Dios no lo quiera, en una editorial universitaria o de gobierno, es no haber publicado, y es que esos libros están buenos para sostener la pata de una mesa coja, o para el calentón.
—»Oyes», te pasas, «neta».
—Lo siento, querido, es que como miembro de la izquierda exquisita soy… totalmente Palacio.

*

Debería ser yo un emperador intergaláctico; pero con ser vampiro y un sociópata encantador me conformo: a mí eso de comer burritos en la calle y darme baños de pueblo, la verdad no va conmigo.

*

—Mira, «huerco» —me dijo don Abraham Treviño Pedraza, ranchero de Monterrey—. Para resolver el problema indígena en México hay que ponerse «al tiro» y hacer como mi compadre Adolf Hitler.

«Huerco», para quien no lo sepa, es una palabra en ladino con raíz griega que significa «demonio», y viene de «horco».

—¿Y cómo le hizo, don Abraham?

—Pues cortando el problema de raíz, «morro». Necesitamos juntar un montón de camiones y llenarlos de indios, mismos que mandaremos a la ciudad de México (sirve que nos quitamos de encima a los «chilangos», esos tipos con cara de sapo y ojos saltones).

—Pero se le echarían encima los de Derechos Humanos, ya sabe usted…

—Hay que hacerlo «sordeando», hacer como que está uno «chisqueado».

—Bueno, y suponiendo que ya los tiene en la Ciudad de México, ¿quién le asegura que no se habrán de regresar al norte?

—Mira, «huerco», fíjate bien, lo que pasa es que les vamos a dar la independencia del país y le llamaremos La Hermana República de Indiolandia, Neo Tenochtitlán o algo así y luego, «primo», les declaramos la guerra y conseguimos, hasta en abonos, no importa cómo, una bomba atómica, y se acabó el problema indígena en México.

Seguimos bebiendo y disfrutando de esos buenos puros que guarda don Abraham en una cajita de ébano.

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