Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Leer, por supuesto en inglés, a Danielle Steel, Sidney Sheldon, Ruth Harris, Frank Yerby, Jhon D. McDonald (a ése no me lo toquen, menos su novela «The deceivers») como un aperitivo antes de que me atreva a leer las obras completas de Poe, en la lengua de los corsarios (la de Shakespeare, of course).
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La tierra, por supuesto, es plana: todo mundo lo sabe, desde la Edad Media.
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En el centro de la ciudad de Chihuahua hay un barecito que se llama «La presidencia» donde, curiosamente, y a pesar de mis gustos, no democráticos, acudo a escuchar a una muchacha flacucha, blanca, de cabellos castaños y que usa lentes, misma que transfigura todos los géneros, con su guitarra acústica, en folk, y con su voz angelical.
Soy su admirador anónimo.
Mientras consumo cerveza y fumo como una fábrica de cemento, entre las paredes que contienen las frases más absurdas de todos los presidentes de este lamentable país.
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Bastaba una gallega del populacho, llamada María Pita, para acabar con la carrera de «sir» Francis Drake. Nota mental: no te metas con las gallegas.
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Ella era tan bonita; pero, al calor de las copas, le reclamé que se mordiera las uñas.
—¿No sabes que los delfines son más inteligentes que nosotros y que nuestra única ventaja, respecto a ellos, es que tenemos manos, dedos? Dedos con los que trazamos nuestros sueños.
Detesto a las mujeres que no se cuidan las manos.
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Uno de mis alter egos, no precisamente mi favorito, abrió en el blog una sección que se llama «Moloch». No sé qué pensaba escribir ahí el tipo ese, tan antipático: se la voy a borrar.
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El placer de pecar es la transgresión: lo mismo se emociona el poeta, disfrazado de oficinista, cuando le agarra el culo a una licenciada muy seria, como la viejecilla cuando atrapa en el arroz el chícharo que le han prohibido.