La rana del váter

Por: Jesús Chávez Marín y Elko Omar Vázquez Erosa

La rana del vater

I

Tía Esperanza me llamó histérica. Yo era un estudiante pobre y arrimado en aquella vieja casona destartalada. Tía Esperanza estaba aterrorizada porque la tapa de la taza del baño se agitaba y ella cayó desmayada. Una rana con un ojo saltó del váter, y me dijo:

―Sí, Fernando. Ya sé que soy una rana tuerta que habla. Pero no soy ningún delirium tremens ni nada por el estilo. Aunque no lo creas, soy tu profe de literatura, reducido a esta miserable condición. Sólo en el drenaje de tu vieja casa pude hallar escapatoria. Me alegra de haber dado contigo de puro milagro: tienes que ayudarme.

―Queridísimo maestro, sabes que si me descubre mi tía juntándome contigo me voy a meter en problemas. No termina de acusarme de ciertos desenfrenos y de que no acudo a misa; pero si prometes permanecer calladito puedes quedarte debajo de la cama, en una cajita de puros que habremos de acolchonar con el hule espuma que me quedó de la cajita de I-Pod que me regaló mi hermano, el ingeniero.

―¡Qué colchoncito ni qué ojo de hacha! Lo que necesito es recuperar mi otro ojo y la forma humana. Una pandilla de biólogos me secuestró y me puso de conejillo de indias y mira como me dejaron. Tengo inyectados un montón de escaleras genéticas y ahora salté como rana fenómeno. Antes fui cíclope y ya no recuerdo que otras formas biológicas más.

Fernando, con la nobleza que lo caracterizaba, había pensado de inmediato en la comodidad del maltrecho animalejo, nada más porque se había presentado como aquel profesor que ahora era su amigo entrañable. Viniendo de él, nada le parecía lo suficientemente estrambótico.

II

A Luz hacía varios meses que no se la cogían; su precario esposo se había puesto de amante de la señora que les vendía ropa en abonos a las empleadas de la oficina y a su esposa ya ni la miraba de frente ni de lado; poco a poco había dejado de existir para su cuerpo, para todo lo que verdaderamente importaba en la vida.

Hubiera querido quererla como a una hermana o como a una madre, la que le organizaba la casa y le ordenaba la vida y lo dejaba salir de travieso cuantas veces le diera su gana.

Fue cuando el maestro se decidió a leer las novelas eróticas que Luz, en sus noches de inconfesable soledad, pues leía:

“Él tenía un pecho recio, lleno de vellos pelirrojos. En su mirada, que parecía un latigazo del marqués de Sade, cabían todas las pasiones de un ama de casa que siempre había soñado con un jefe vikingo, con un señor feudal, con uno de esos hombres que, dibujando una sonrisa, te enamoran”.

Llorando con el ojo que le quedaba, el maestro le hacía tales confidencias a Fernando.

Fernando, a quien por alguna desconocida razón le decían el profe de «químicas» (impartía literatura) se le ocurrió que las cadenas de ADN podrían modificarse merced a una mezcla del abuelo que incluía sangrita de la Viuda de Sánchez, tequila, y otros ingredientes secretos que no conviene referir aquí, así que le ofreció un coctel al maestro.

De pronto, como en un cuento gótico, ambos escucharon pasos y, atisbando en el silencio de la destartalada casona asistieron a los aquelarres de la tía Esperanza y de la tía Elsa (cosa que debió ser horrible).

III

¡Toc! ¡Toc!

―¿Quién es?

―¡Tía Elsa!

―¿Qué chingaos quiere?

―Un listón.

―¿De qué color?

―Melocotón

Ante los ojos atónitos de Fernando y el maestro, quienes atisbaban desde las sombras, tía Esperanza le abría la puerta a tía Elsa:

―Ji, ji, ji, ji, ji ―se reía tía Esperanza.

―Ji, ji, ji, ji, ji ―se reía tía Elsa.

Y ambas viejecillas pasaban a la estancia de Elsa mientras que Fernando y el maestro apuraban, angustiadísimos ante tamaños desfiguros, una porción de un licor exquisito (lo que es mucho decir porque, como bien se sabe, los escritores nunca traen dinero y seguramente bebían algún aguardiente barato; pero esas cosas no se dicen cuando uno anda escribiendo cosas trascendentales).

―Eso es esponjoso ―dijo tía Esperanza.

―Y esto cremoso ―dijo tía Esperanza (error del pendejo editor. Fe de erratas: si bien aquí dice “tía Esperanza”, debería decir “tía Elsa”. N.t del N.t del N.t.t.t.t).

Ambas urgaban en una bolsa de papel, color marrón.

IV

La vieja casona, transida de tristezas y fantasmas, de formas viejas y terribles transmitía…

¡Plink!

¡Plink!

¡Plink!

¡Plink!

¡Plunk!

(Un putamadratal de emoticones encabronados).

Jesús Chávez Marín: Oye.

Elko Omar Vázquez Erosa: Dime.

Jesús Chávez Marín: Si la parte que te mandé de la tía Elsa era otro rollo.

Elko Omar Vázquez Erosa: ¿Cómo que otro rollo?

Jesús Chávez Marín: Se suponía que se trataba de una tía “sepsi”.

Elko Omar Vázquez Erosa: “¿Sepsi?”

Jesús Chávez Marín: ¡Sí! “¡Sepsi!”

Elko Omar Vázquez Erosa: ¿Pues qué no era esa la tal Luz!

Jesús Chávez Marín: ¡Ah, cabrón! Espera reviso.

Elko Omar Vázquez Erosa: Ok.

Jesús Chávez Marín: (…)

Elko Omar Vázquez Erosa: Espero.

Jesús Chávez Marín: (…)

Elko Omar Vázquez Erosa: ¡Chávez!

Jesús Chávez Marín: (…)

Elko Omar Vázquez Erosa: Maestro…

Jesús Chávez Marín: (…)

Elko Omar Vázquez Erosa: ¡Chávez! ¡Cháaaaaaaaaaveeeeeeeeez! ¡Cabróooooooooooooon!

¡Plink!

¡Plink!

¡Plink!

¡Plink!

¡Plunk!

(Un putamadratal de emoticones contentos).

Jesús Chávez Marín: “Oyes…”

Elko Omar Vázquez Erosa: Dime.

Jesús Chávez Marín: Me saltó una vaina.

Elko Omar Vázquez Erosa: Ah.

Jesús Chávez Marín: Mira, luego le seguimos.

Elko Omar Vázquez Erosa: Oye, pero esto se queda inconcluso. ¿Qué van a decir los fans?

Jesús Chávez Marín: ¿La neta?

Elko Omar Vázquez Erosa: La neta.

Jesús Chávez Marín: Ni idea (emoticón sonriente).

Elko Omar Vázquez Erosa: Caray…

Jesús Chávez Marín: “Oyes…”

Elko Omar Vázquez Erosa: Dime.

Jesús Chávez Marín: Así que trabajas en Meoqui, de profe.

Elko Omar Vázquez Erosa: Sipi.

Jesús Chávez Marín: Quiero ir a Meoqui.

Elko Omar Vázquez Erosa: Cuando quieras, maestro, aquí como sea le hacemos y echamos la platicada e inventamos engendros literarios.

Jesús Chávez Marín: Prepara el etiqueta negra.

Elko Omar Vázquez Erosa: Of course.

Jesús Chávez Marín: Yeeei beibi!

 

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