El asesinato de la imaginación

El asesinato de la imaginación

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Parece que en nuestros días hemos perdido algo de la inocencia que durante siglos había caracterizado a la humanidad. Nos hemos vuelto unos seres pasivos, meros tentáculos de la televisión o de nuestros centros de trabajo. En este orden de cosas, ¿dónde queda la imaginación? ¿Y el goce estético?

Escuchamos la opinión tan extendida de que leer es una pérdida de tiempo (poemas, cuentos y novelas, entiéndase) ya que estamos tan embebidos del utilitarismo y del ritmo frenético de la época y somos un poco chatos en nuestras aspiraciones, que se limitan a pagar la renta y a salir de compras.

Tras la revolución francesa y las dos guerras mundiales el mundo cambió para siempre y de manera tan radical como nunca se había dado en la historia: la burguesía terminó por imponerse a una aristocracia moribunda y en la nueva realidad todos debían trabajar, ser responsables, medidos, organizados y serios.

Desde entonces el pragmático hombre moderno ha considerado al arte como una especie de apéndice de las ciencias sociales, la psicología y la docencia, olvidando ese goce estético desinteresado que tanto apreciaron los pueblos antiguos: es reveladora la existencia de tanto “arte comprometido”.

—¿Poesía? ¿Y eso con qué se come? ¿Cuál es el caso? ¿Dónde tiene el mensaje?

No falta quien juzgue una novela por la cantidad de información que trae: del siglo XVIII, de tal descubrimiento científico, de la condición de los mineros en África, etc.

Es aquí donde Nietzsche nos plantea la pregunta: ¿Se puede hablar de “cultos” nuevos como de ricos nuevos? Y contesta que hay personas que a pesar de su educación, digieren tan rápido sus lecturas, sin razonarlas, sin que se verifique un verdadero cambio en su interior.

Se dice que el mundo hispánico es un universo de grandes literatos, pintores, escultores y demás, pero también un reino de analfabetas funcionales. En Historia trágica de la literatura Walter Müschg se cuestiona, después de analizar las vidas miserables de los grandes artistas helenos: ¿era el pueblo griego un pueblo genial o tenía muchos genios a los que trataba de tan mala manera?

Ahora bien, ¿la belleza es un lujo o una necesidad? Aun los pueblos salvajes sintieron la necesidad de embellecer sus objetos. La fealdad de las modernas ciudades y de las asépticas barracas donde laboramos, así como la correlación con los graves problemas del siglo (suicidios, asesinatos en masa, crisis existencial) quizá contesten esta interrogante.

La cultura y el arte últimamente son considerados como aburridos por gran parte de la población. Incluso algunos psicólogos sugieren que el artista es un ser inferior, un eslabón superado con una cualidad de compensación a sus desventajas. Abundan las “patologías del artista”: que si el Greco hizo sus figuras alargadas porque tenía un problema en la vista (otro tanto se dice de Van Gogh); que Shakespeare era bisexual y Edgar Allan Poe un borracho y tal vez hasta asesino.

No niego el interés de tales estudios, pero tal parece que se pretende minimizar los logros de estas personas en nombre de la razón, desacralizando las cúspides más bellas del hombre con una especie de envidia que grita: ¡todos somos iguales!

Ahora bien, ¿son iguales los versos que le hace una abuelita a sus nietos y que publica en algún periodicucho a las obras maestras de los grandes artistas? ¿No existe la inspiración porque nadie ha podido medirla, pesarla, ver su color? ¿Es el genio una superstición propia de siglos remotos?

El deseo de igualdad se ha llevado a tal extremo que se puede hablar de uniformización. Hay autores que hasta dicen que con la caída de los reyes y de la aristocracia se perdió algo, que el hecho de vivir en civilizaciones dominadas por la clase media nos impone una “mediocracia” en la peor de las acepciones.[1]

Y es que, ¿a qué hora se cultiva una persona? ¿Y qué sentido tiene cultivarse? ¿Para ser uno de los llamados “culturitos” que cargan un texto que nunca leen y que andan detrás del vino de honor en las presentaciones de libros y en las exposiciones de pintura? ¿Para justificar el uso de una droga? ¿Para ser elegantemente desaliñados? ¿Para citar una espeluznante lista de autores y pasar por gente nice? ¿O por el James Dean moderno y La Femme Fatale?[2]

Walter Müschg llega a la conclusión de que el sino de los poetas (y por extensión del resto de los artistas) es uno de fatalidad. Incomprendidos en su época, “gloriosamente” transportados en las mochilas de los niños, desaparecidas sus obras (por cada una salvada deben contarse cien obras perdidas) pareciera inútil todo esfuerzo en el sentido artístico.

Pero, nos dice este autor, “las flores, como la belleza, nacen aparentemente sin ningún objetivo y luego se marchitan, pero es un consuelo que haya flores y que salga el sol”.

[1] Por mediocre.

[2] Mujer fatal.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.