Por: Elko Omar Vázquez Erosa

«La civilización es un capricho de las circunstancias, al final la barbarie triunfará», pone Robert E. Howard la frase en boca de uno de sus personajes terribles mientras bebe, acompañado del mismísimo Conan el bárbaro y después de una horrenda batalla, en el rincón de un taberna.

Como poeta entiendo el significado de la frase. ¿Es que no somos los poetas eternos bárbaros trenzando mitos y deseando las tétricas noches de bosques primordiales? Incluso el poeta más refinado, digamos un Óscar Wilde, tiene algo de hosco y ajeno al verdadero hombre civilizado, y ese algo se llama delirio, magia, tragedia… vértigo.

Lo cierto es que existe un infinito placer cuando nos damos el lujo de escupir en la cara a un burócrata mediocre, a un periodista corrupto, o a uno de esos imbéciles financieros que destilan humores de filisteo por todos y cada uno de sus poros.

Una experiencia que siempre resulta estimulante es arrancar al fuego un buen trozo de carne y devorarlo —desgarrarlo— mientras lo sostenemos con nuestras manos desnudas y lo acompañamos, claro está, por grandes cantidades de cerveza, bebida prodigiosa que nos ayudará a ir tejiendo esos suspiros caprichosos del alma bárbara, mejor conocidos como eructos.

Y cada eructo se vuelve un poema épico que nos remite a Beowulf, al dios Thor y a los barcos vikingos surcando los mares.

Es buena idea, una vez que nos hemos limpiado la grasa de los labios con el antebrazo o nuestras ropas, agotar nuestra ración de vino y tumbarnos bajo la sombra generosa de un árbol mientras sueños bestiales nos van invadiendo al tiempo que el Céfiro nos colma de las dulces caricias que solamente los bárbaros sabemos apreciar.