Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Cuando falleció el gobernador constitucional de Rancholandia, don Epifanio Alatorre, cualquier hubiera dicho, como ocurre después del deceso de los políticos, que la ciudad estaba desoladísima debido a la multitud de condolencias que los lambiscones publicaban en los periódicos, pero los niños jugaban, los perros se orinaban en los postes y a nadie le importaba una mierda en realidad. Seguir leyendo