El «vato» del Oxxo

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

I

Me encontraba frente al Facebook, escribiendo un montón de majaderías y peleándome con los comunistas mientras escuchaba The Valley, de Diary of dreams, cuando me di cuenta de que se habían acabado los cigarrillos y el licor.

Fui al Oxxo y habían puesto a un tipo feo, antipático y torpe: le pedí dos cajetillas de Marlboro Light, de esos cigarrillos chiquititos, una botella de aguardiente y unos cacahuates.

—Son 206 pesos —me dijo esa garrapata con un bigotillo espantoso —. ¿Traerá los seis pesos?

Sí que los traía; pero no me dio la gana dárselos.

—No…

El tipo suspiró: era un suspiro largo, largo, largo…

-¿Por qué o por quién suspira, caballero? —le pregunté.

Las venas del cuello como que comenzaban a saltársele.

-Ah… —suspiré — L’amour.

De alguna manera consiguió darme el cambio mientras yo cantaba:

—Casi todos sabemos querer; pero pocos sabemos amar, y etc.

II

Cuando estaba en Meoqui, a donde los hados me mandaron por una deuda kármica que yo tenía, hace mil años, me encontré con una alumna que se llamaba, se los juro, Jenifer López: era una niña menuda, morenita, con facciones armónicas.

Yo intentaba transmitirles, a esos salvajes, alguna noción acerca de la literatura, de la poesía, de las cosas sublimes.

La niña esa, la tal Jenifer López, se quitaba las zapatillas, y sus lindos pies se volvían un poema ondulante, y ella me preguntaba, enfrente de todos:

—¡Profe! ¿Le gustan mis pies?

—¡Jeni! ¡Póngase las zapatillas! Como les iba diciendo.

Jenifer López se levantaba de su lugar y me decía:

—Yo sigo escribiendo, profe: usted deme el dictado.

Y la condenada chamaca, una Lolita mexicana, se ponía a escribir la lección, y se movía como una serpiente coralillo.

Alguno de esos rancheros, que no son tan pendejos como uno podría llegar a creer, decía:

—¿Le gustan las chamacas, profe? Pues «nomás» mírelas, porque si no… cárcel.

Y es que esas chamacas huelen a pipí, y a presidio.

—O espérese un año —decía el mentecato chamaco — que en un año ella cumple los 18 años.

Dios (Wotan, por supuesto) me salvó de ese lugar tan espantoso bajo circunstancias que luego contaré, con pelos y señales, una vez que les gane una demanda a esos cabrones de Meoqui y de Delicias (que yo no sé quién le puso «Delicias» a ese sitio espantoso, donde el sol raja las tablas, y las piedras y parece que uno se encuentra atrapado en el relato Luvina, de Juan Rulfo).

III

Como de cualquier manera el mundo me parece una cárcel y el sistema una moneda con dos caras: la izquierda y la derecha, me guardaré muy mucho de ser apresado en una jaula.

En realidad me gustaría incendiar las ciudades, y sacar de sus palacios a los Rothschild, y matarlos a hachazos.

Y que viniera una nueva edad del hielo, y ahora sí, cabrones, ahora sí, ¿qué iban a hacer, malditos mentecatos, tan ufanos?

IV

Cuando estaba en la Uni le dije a un pendejo que yo era un genio, cosa que, por lo demás, es cierto.

—Te creería —me dijo, hasta eso que bien buena onda (como si de él dependiera que yo fuera un genio) — si anduvieras en un yate.

Al maldito hippie neo marxista se le figuraba que Fernando Pessoa, Gustavo Adolfo Bécquer, Jesús Chávez Marín, Charles Bukowski y Adolf Hitler, se la pasaban en yates.

Me habrá confundido, el muy pendejo, con Karl Lagerfeld.

V

Ignoraba yo por qué nunca salía temprano de El Heraldo de Chihuahua: el consejo de los sabios (una bola de pendejos que decían «aiga» y «andáranos») siempre decidían, a última hora, que a mis notas les faltaba algo y me encargaban, cuando ya era imposible encontrar al funcionario cagón en turno, que le hiciera alguna pregunta intrascendente.

El caso es que había un tal Ricardo Espinoza, un tipo que tenía la cara hinchada, como la máscara mortuoria de Benito Juárez, que siempre aconsejaba en mi contra.

Un día me dijo:

—¿Ya te estás quedando pelón, igual que tu padre?

—¿Qué dices, maricón castrado?

El caso es que me tomó más odio y salía yo todavía más tarde.

¿Quién era ese baboso? Entonces me acordé: había sido empleado de nosotros, cuando teníamos vídeo clubes. No recuerdo haberlo tratado mal nunca, incluso me parece que le daba aventón a su casa, cuando cerraban los negocios.

No obstante habré sido yo, para él, un pinche burgués del que era necesario desquitarse.

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