Por: Elko Omar Vázquez Erosa
A “L”, un hombre robusto, de pequeña estatura, todos le teníamos un terror saludable; menos el licenciado Payán, quien era un necio absoluto y total.
Una vez “L” agarró, con todo y silla, a un grandote, en TV Azteca, y lo tiró, en esa silla con rueditas, por las escaleras, sólo por el placer de hacer el mal: el grandullón se puso a chillar y «L», quien siempre tenía una sonrisa aterradora, nada más se reía.
Y “L” brincaba para golpear el rostro del grandullón, quien únicamente atinaba a chillar más.
Afortunadamente “L” no trabajaba en Televisa porque entonces yo hubiera renunciado.
El licenciado Payán daba las noticias de pie; pero cuando llegaban los anuncios se sentaba para encontrarse con que “L” había derramado una botella de agua en la esponja del asiento: otra vez el culo todo mojado.
—¡”L”! —gritaba, desesperado, el licenciado Payán, y eso que ese viejo era bastante peligroso.
Total que una vez le pidió a “L” que le trajera un vaso de agua:
—Claro, licenciado, ahorita mismo se lo traigo —dijo ese ser sobrenatural; estoy seguro que es un troll.
Se metía a la cocina y se sacaba el miembro, y lo untaba en los bordes del vaso, para luego llevárselo a Payán.
—Ah, qué fresquita está el agua. “L”, tráigame otro, por favor.
—Con singular gusto —decía “L”.
Una vez mi amigo “G”, un nazi bien malvado, fuerte y muy bueno para los chingazos, se metió con la esposa de “L”.
Con el tiempo “L” se dio cuenta y le habló a “G”.
—Ya no somos amigos… si me ves en la calle, ni se te ocurra saludarme porque te voy a matar.
—Enterado.
Y es que con “L” nadie se metía.