Por: Enrique Lomas Urista
La niña se sumergió en la oscuridad de la habitación, abrió el viejo ropero y volvió a la cama de un salto. Del vetusto mueble emergió el monstruo y se fundió en un abrazo áspero a la pequeña. Juntos fueron un solo tremor y un mismo llanto, que fueron ahogando cuando el hombre desnudo irrumpió, como cada noche, para aterrorizarlos.