Los pubertos

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

los pubertos

Algunos adolescentes son infumables, diríase unos monos lascivos y malvados, llenos de granos y oliendo insoportablemente a axila, que aguardan siempre la ocasión para molestar a los demás.

Recuerdo cuando estudiaba la secundaria: esos homínidos esperaban, debajo de las escaleras, con la esperanza de mirarle los calzones a las niñas: las más avispadas usaban pantaloncillos de licra, si bien los muchachos seguían con tan lamentable costumbre; pero la prefecta, una tía que engalanaba su rostro con unos bigotes enormes y un rictus terrible, capaz de meterle miedo a más de un marinero, decidió tomar cartas en el asunto y llevarse a los insolentes de la oreja.

También había un chaval que vendía condones usados, mismos que volvía a empaquetar, cuidadosamente, en el sobrecito.

No faltaba el ladrón de toallas íntimas, chismes que pegaba en el pizarrón vertiendo sobre el mismo tinta roja, así como un rastro escarlata que partía de la mochila de su víctima, para que todos se enteraran.

Si te descuidabas y deslizabas la palma por el pasamanos inmediatamente eras recompensado con la viscosa sensación de un escupitajo, o algo peor.

Además las chicas no podían chupar una paleta ni un dulce cualquiera porque los primates las señalaban y reían al puro estilo de Beavis and Butthead: era absolutamente desagradable.

Posteriormente esos mandriles inventaron pegarse un trocito de espejo en el calzado, a la altura del empeine, para mirarle los calzones a las niñas mientras las saludaban.

Lo gracioso fue cuando “El Perro” le quiso mirar los calzones a Liliana, quien le metió un pisotón que casi le fractura un pie y que pulverizó el espejito.

Recuerdos de días que no quisiera repetir.

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