Uxía y Brandán

Por: Maribel R. y Elko Omar Vázquez Erosa

Uxía y Brandán 1

I

Narra Uxía

Allí lo encontré, en la tierra de los sueños. Cerca del bosque había un río en el que yo acostumbraba mojar los pies. Apareció como salido de la nada, entonces me asusté y corrí a refugiarme en la cueva sagrada que cubría la cortina cristalina de la cascada.

Seguí mirando hacia él y pude ver que traía por montura un hermoso caballo blanco, que obedecía al nombre de Arroán. Debió verme huir ya que empezó a hablar al mismo tiempo que se acercaba a la cascada.

—Seguro estás ahí metida como una bruxa en su palacio de cristal —me decía. Luego seguía hablando y recitando sin parar… y presumía de poeta.

—¿Qué clase de poeta le llama bruxa a un hada? —pensé con enojo, salí y le dije:

—¡Para ya bestia!

No le sentó nada bien y se dispuso a montar el caballo para marcharse.

—¡Vamor, Arroán! Ya no sé qué pintamos aquí.

Pero de súbito me di cuenta de que no quería que se fuese y le pedí que se quedara.

Quería conocerlo, por qué andaba así. Hacíame gracia la facilidad que tenía para llamarme bruxa, además de ser tan parlanchín. Entonces dio media vuelta, se apeó del caballo y me dijo:

—En realidad no me iba a marchar…

Y quedamos en silencio.

II

Narra Brandán

Cuando me dirigía a la corte del conde Aleixo una fuerte lluvia me obligó a buscar refugio en unas grutas con fama de encantadas ya que me encontraba agotado y temía por mi caballo, Arroán.

Una vez en la caverna le di un poco de pastura a mi corcel, comí un trozo de pan, algo de queso y algunos tragos de vino y saqué mi harpa para acompañar los últimos versos que había escrito y que esperaba me granjearan el favor del conde Aleixo.

El murmullo de la tormenta me fue adormeciendo y entonces me encontré en un sueño muy extraño.

Caminaba por un bosque en medio del cuál había una cascada que me atraía.

—No sigas adelante, extraño, vuelve sobre tus pasos —me dijo un ridículo enano patizambo y jorobado que se llamaba Cirilo.

El enano era muy insolente, tenía un rostro con una enorme nariz de marrano y unos cabellos crespos.

—¡Hazte a un lado, engendro infernal! ¡Quiero ver lo que hay en esa cascada! ¿Qué escondes ahí? Seguro un tesoro.

—¡Vete de aquí si no quieres enfrentarte la ira de mi ama, Uxía!

El enano acabó con mi paciencia y le eché mi caballo encima, pero él alcanzó a brincar y cayó en una charca llena de lodo, arrancándome la risa.

Entonces la vi: una silueta bellísima que corría a esconderse tras la cortina de la cascada.

Se trataba de una muchacha muy linda, aunque muy enojona.

Le molestó mucho que le dijera bruxa y que hubiera maltratado a su enano y tuve que llenarla de versos y canciones para que depusiera su ira.

Finalmente conseguí interesarla con anécdotas de la corte y cuando menos se lo esperaba le planté un beso en esos labios tan bonitos, lo que le ocasionó un nuevo acceso de furia.

Me dijo que yo era un patán que no respetaba a las hadas y que debería convertirme en un árbol muerto, con el tronco agusanado. Yo le respondí que hiciera lo que pensara conveniente y que ya me podía convertir en una pila de estiércol pues con tal de estar cerca de ella yo estaba dispuesto a someterme a sus brujerías.

Eso pareció divertirle mucho y soltó la carcajada. Le pregunté por qué un hada tan bonita vivía en ese bosque siniestro y ella respondió:

—Hace más de doscientos años esto era un vergel y yo me podía mover libremente a través de los cuerpos de agua; pero la meiga doña Urraca, celosa de mi jardín, vertió su negra sangre en las aguas de mi cascada para atraparme en esta prisión onírica; desde entonces el bosque se secó y ella me tiene en su poder.

Le pregunté qué podía hacer para liberarla y ella me dijo que acudiera con una bruxa llamada Alina, quien me aconsejaría el modo más conveniente para deshacer el hechizo de la meiga, doña Urraca.

Le robé otro beso.

III

Narra Uxía

Yo hacía como que me enojaba cada vez que me robaba un beso… pero en el fondo moría por un beso de ese poeta tan tierno que me sacaba las mejores carcajadas con sus ocurrencias bárbaras.

He ahí: se fue, silbando como si nada, subido a su caballo que por cierto no le obedecía ni una pizca y cogía el camino que a él más le gustaba.

Se perdió entre los árboles y se oían a lo lejos las disputas que mantenía con el desobediente corcel.

Según me contó Cirilo más tarde Brandán buscó durante varios días por la bruxa Alina a la que encontró recogiendo hierbas aromáticas en un claro del bosque.

—¡Buenas tardes! ¿Podría decirme dónde encontrar a la bruxa Alina?

—¡Muy buenas, caballero! Servidora… ¿y qué se le ofrece?

—Necesito que me aconseje cómo debo deshacer el terrible hechizo de la meiga doña Urraca.

—Así que usted llegó a ella? Mire que no he conseguido llegar hasta el hada Uxía. ¿Cómo lo logró? Apostaría que la hizo reír con alguna fechoría.

—Sí, pero también es enojona —le dijo él.

—Yo le diré qué hacer; pero le llevará tiempo… hay que viajar hasta una catedral que se encuentra como a 30 días de aquí. En una cripta protegida por un santo se encuentra un relicario en cuyo interior está el verdadero tesoro: un anillo mágico que deberá traer hasta aquí; luego le diré qué hacer —dijo ella muy entusiasmada—, y aquí lleva un mapa escrito en este antiguo pergamino para llegar hasta ahí sin perderse.

—Muchas gracias, bruxa Alina. Regresaré…

—Suerte, rapaz.

Así me contó Cirilo que se fue muy alegre.

Supongo que le llevará menos tiempo.

Uxía y Brandán 2

IV

Narra Cirilo

Uxía me encargó que protegiera a Brandán en su búsqueda de los ingredientes necesarios para lanzar el hechizo que habría de liberarla; sin embargo el poeta me parecía algo fatuo y pagado de sí mismo.

Una vez que recibimos indicaciones de la bruxa Alina (gracias a mis consejos, debo agregar modestamente) nos detuvimos en una taberna a reposar.

—¡Vamos, Cirilo! ¡Refresquemos estas gargantas llenas de polvo con un tarro de cerveza y un buen trozo de cerdo!

—¡Puaj! ¡Odio la carne de cerdo!

—¿No serás moro? —respondió Brandán.

—¡Claro que no! —le dije— pero podría comerme un saco lleno de cebollas.

A Brandán le dio mucha risa mi gusto por las cebollas y hasta llenó mi faltriquera con tan deliciosos manjares. Entonces me di cuenta de que era un buen muchacho; pero sobrestimé su buen juicio y lo dejé solo para informarle a Uxía que habíamos encontrado a la bruxa Alina, por lo que usé mi llave mágica para entrar al mundo de los sueños.

Cuando regresé a la taberna me enteré de que unos gitanos lo habían secuestrado, seguramente enviados por la meiga doña Urraca, quien se había dado cuenta de nuestros planes gracias a sus negras artes.

De acuerdo con los testigos el poeta había tratado de defenderse de un grupo de gitanos; pero al parecer había descuidado su espada por andarle componiendo poemas a mi ama Uxía y con las lluvias gallegas las guardas del arma se oxidaron y se quedaron pegadas a la boquilla metálica de la vaina, cosa que aprovecharon los gitanos para reducirlo sirviéndose de un saco, de una cuerda y de su superioridad numérica.

Encontré al caballo Arroán atado a un arado en el pequeño huerto del tabernero, cosa que parecía sentarle muy mal.

El tabernero argumentaba que no se le había pagado lo que consumimos y pensaba quedarse con el caballo, por lo que tuve que entregarle parte de los ahorros que llevaba cosidos en el interior de mi cinturón y monté el caballo, con la esperanza de que los instintos del noble bruto me guiaran hacia Brandán ya que en sus ojos brillaba una chispa de inteligencia.

Convencí al tabernero de que me prestara un banco y conseguí subirme al caballo, que casi me derribó al comenzar su carrera, todo ello entre las carcajadas de los toscos e ignorantes aldeanos.

V

Narra Fátima

Cuando llegué de visitar a doña Urraca vi que mis hombres habían traído al poeta que me encargara secuestrar la meiga. Era bastante estúpido y lindo, así que, luego de acomodarme el escote me acerqué a él, lentamente. Ulomoco me molestaba:

—¡Ama, no los deje, se van a comer nuestra comida! ¡Mire que tienen ojos de hambre!

En eso nos trajeron un caballo y un enano, que los guardias del campamento capturaran.

—¡Brandán! —dijo el enano— ¡Salvemos a Uxía!

Uno de los guardias le metió el pie al enano y éste se cayó, provocando que todos en el campamento riesen. El tal Brandán no me quitaba los ojos del corpiño.

Insistió tanto en que lo desataran y le sirvieran una copa de vino, así que no pude resistirme y lo dejé libre, si bien varias lanzas le apuntaban.

—¡No los deje, ama, no los deje! ¡Se van a comer nuestra comida!

Entonces el descarado de Brandán dijo:

—¡Dios! ¡Es un mono! ¡Mira qué chistoso! ¡Tiene un chaleco escarlata y un gorro turco! ¡Y habla! ¡Dios mío, habla!

—¡Mejor que tú, animal! —respondió Ulomoco.

El enano se rió, molestando a Ulomoco:

—¡Mira qué bestia peluda te dice animal, Brandán! ¡Y bien que lo eres!

Ulomoco se enfadó al ser comparado, pegó un brinco y se le montó al enano: era cosa de risa ver cómo Ulomoco le abría la boca con sus manos mientras le gritaba:

—¡Animal! ¡Animal! ¡Animal!

Entonces el muy insolente de Brandán (que no me quitaba los ojos del corpiño) me dijo:

—Señora mía, le ruego encarecidamente que ese animal deje a mi enano en paz o tendré que responder.

El enano mordió a Ulomoco y gritó:

—¿Tu enano? ¿Tu enano? ¡Idiota!

Ulomoco volvió a abrirle la boca con sus dos manos.

—¿Y qué vas a hacer al respecto, corazón? —le dije, mientras agitaba mis cabellos y le mostraba el corpiño. Entonces ese patán comenzó a acariciarme los cabellos y me quitó el listón con el que los sujetaba y me pidió permiso de besarme los pies, así que se lo concedí.

El tal Brandán tomó una roca y utilizó mi listón como onda pegándole tamaño golpe en la cabeza al pobre de Ulomoco a quien se le cayó su gorro turco y se arrastraba penosamente por el suelo, diciendo:

—¡Ama! ¡Ama! ¡No los deje! ¡No los deje! ¡Se van a comer nuestra comida!

VI

Narra Ramón

El mono miraba con cara de pena y llorando hacia su ama, a la que vio derrotada ya que pensaba que sus artes de seducción le iban a servir para pagarle el favor que le debía a doña Urraca.

Por cierto, no me presenté; soy Ramón, un hermoso ratón criado con mucho mimo en la chabola de mi adorable Brandán.

Mi amigo Brandán, aunque parezca estúpido, me enseñó el arte de espiar y traer las novedades que fueran de interés, además de otras destrezas. Por eso sé que la gitana le debe un gran favor a la malévola Urraca, de negro corazón.

—¡Fiiiz, fiiiz… eh, Ramón! —dijo Brandán por lo bajo.

Me acerqué a él, subiendo por sus pantalones y quedé al lado de su oreja escuchando lo que me decía.

Mi amo trazó un plan en el que yo era la pieza más importante.

—¡Pan comido! —dije yo.

Y mientras que los soldados estaban algo descuidados, empecé a cruzarme por medio de sus piernas para espantarlos y así despistarlos.

—¡Justo, lo conseguí!

Ocasión que aprovecharon Brandán y Cirilo para soltar el caballo y huir, no sin antes llevar a la gitana y al mono amarrados uno al otro, encima de un caballo que robaron.

—Va a llevarse una gran sorpresa la venenosa y maquiavélica doña Urraca cuando le dejemos este presente —dijo Brandán, que desde un principio sospechó que todo había sido arreglado por la bruxa “negra”.

Mientras Brandán y Cirilo seguían su camino junto con el adorable Arroán yo pensé en seguir investigando si la bruxa mala estaría tramando otras trampas, así que volví a pasar por el medio de las piernas, y corrí entre las hierbas para no ser conocido.

VII

Narra Arroán

Luego de arrojar a la gitana y al mono sobre una carreta llena de estiércol de un porquerizo, a quien pagaron con el corcel robado para que llevara a los prisioneros hasta la guarida de doña Urraca, Cirilo dijo:

—¡Ay! ¡Luego Uxía está apañada con un caballero como tú! ¡De seguro que no está a salvo con lo despistado que eres! Menos mal que me tiene —y se pasó la mano por los cabellos con aires de grandeza, para luego soplarse las uñas queriendo decir que era lo mejor

¡Por favor! ¿Qué harían los dos sin mí? Seguro que acabarían en el sótano del tabernero y tendría que socorrerlos nuestra querida Alina, sintiéndose probablemente responsable por mandarlos a hacer ese viaje tan largo.

Y mientras tengo que cargarlos en el lomo, después de servirle de pago por los tragos que se dieron y por la “enchenta” (¿?) de la que gustaron. Únicamente a Cirilo se le ocurre dejar solo a un poeta beodo.

Galopé, troté y descansé por momentos. Pasamos caminos muy empinados, adoquinados, y algún que otro puente de madera, que al estar tan mojados por las lluvias se hacía casi imposible pasar sin que resbalaran mis pezuñas.

Y escuché tantos y tantos poemas todo el día que ya me iban a explotar las orejas. ¡Con lo fácil que es para los caballos cortejar a una yegua!.. unas cuantas vueltas a su alrededor, dos te los releí y ya está en el bote. Esa hada debe ser bien presumida y delicada… a mí no me gusta ni pizca.

Mi amo Brandán no era así antes; ahora ya ni me escucha, sólo habla de ella y siempre ella. Vaya dolor de muelas. Y ya no digamos nada del camino recorrido hasta el día de hoy.

Nunca habíamos hecho una caminata tan larga. La más larga sólo duraba medio día, y con mucho esfuerzo. A quien se lo cuente, este hombre enloqueció; pero como soy una buena bestia debo serle fiel y seguirlo a donde vaya.

—¡Vamos, Arroán! Paremos aquí que hay un buen pasto y agua para beber. Un pequeño aliento no nos va mal y ya estaremos en la mitad del camino, según el mapa. Ya falta menos —dijo Brandán, que aprovechó el reverso del pergamino para anotar los poemas que luego le recitaría a su enamorada, el hada Uxía.

Quedé mirando hacia arriba cuando vi tantos poemas juntos ocupando todo el reverso.

—Este hombre no tiene remedio —pensé— pero por lo menos se acordó de mí en el tema del pasto. Espero que no siga escribiendo poemas y aproveche mi pescuezo para anotarlos.

VIII

Narra Fátima

Ulomoco y yo colgábamos cabeza abajo, llenos de porquería y atados por los pies del techo de la ruinosa torre de doña Urraca, quien estaba muy enfadada por nuestro fracaso.

La maldita vieja hervía en un enorme perol las ropas del porquerizo, a quien le había regalado unas nuevas, y agregaba cosas espantosas como ratones muertos, alas de murciélago y unos bichos negros, horripilantes.

—Estoy muy decepcionada contigo, Fátima. ¿Qué clase de reina de los gitanos eres que permites que un poeta y un enano se te vayan de las manos?

—Todo ocurrió repentinamente, déjeme explicarle, doña Urraca, lo que pasó es que…

—Silencio —dijo agriamente la meiga—. Te voy a dar una segunda oportunidad; pero si fracasas de nuevo te transformaré en un sapo y me haré un abrigo con la piel de tu mono.

Doña Urraca agregó sal y especias a la repulsiva mezcla que estaba preparando.

—A estas alturas el poeta y el enano estarán por entrar al sótano de la catedral, donde piensan conseguir una reliquia para deshacer el hechizo con el que he capturado a la odiosa Uxía y eso no lo puedo permitir. Es muy importante que los interceptes al frente de tus hombres cuando se dirijan a la cabaña de mi enemiga Alina.

—Doña Urraca, yo le prometo que…

La bruja jaló una palanca y Ulomoco y yo caímos al suelo de piedra de mala manera.

—Bien, bien —agregó la bruxa—, estoy segura que esta vez pondrás más atención. Bueno, les he preparado un caldito para que repongan sus fuerzas: no aceptaré que me desprecien el guiso que he preparado especialmente para ustedes.

Ulomoco y yo chillamos de terror ante la perspectiva de comer tan terrible potaje.

Uxía y Brandán 3

IX

Narra Brandán

Escogimos una noche sin luna y a la luz de las estrellas nos deslizamos sigilosamente hacia la catedral que nos había indicado la bruxa Alina. Yo saqué mis instrumentos para abrir cerraduras; pero el insolente Cirilo me dijo:

—¡Quita allá! Éste es un trabajo para un experto en abrir puertas.

Entonces Cirilo sacó una hermosa llave de plata que nadie hubiera sospechado que se encontrara en posesión de enano tan horroroso y la metió en la cerradura de los enormes portones de la catedral: juraría que salieron chispas; lo cierto es que las puertas se abrieron y entramos en silencio. Destapé la linterna que había llevado para tal efecto y a su luz mortecina nos ubicamos en la inmensa bóveda, llena de santos hieráticos.

—Por aquí —dijo Cirilo y me condujo hasta una capilla enrejada que había hecho construir uno de tantos reyes olvidados. El enano volvió a sacar su llave y las cerraduras cedieron luego de chisporrotear en silencio.

—Ahora debes empujar la estatua del ángel hacia la izquierda —susurró Cirilo y como al parecer sabía lo que hacía me puse manos a la obra. Luego de sudar un poco la estatua comenzó a deslizarse sobre lo que parecía ser, por el sonido, unas esferas de piedra.

Al retirar el ángel vimos una entrada secreta con unas escaleras húmedas que conducían a unas criptas. Una vez que descendimos contemplamos cientos de nichos llenos de huesos y calaveras de antiguos monjes, mismos que flanqueaban un túnel que conducía hasta un sarcófago con un santo esculpido

en piedra, que yacía en el sueño eterno.

Empujé la tapa del sarcófago hasta que pudimos contemplar parte de los despojos del santo, cuyas cuencas vacías nos miraban mientras los huesos de sus manos sostenían una cajita de oro aderezada con piedras preciosas.

—Mientras me tomo un descanso agarra ese relicario, Cirilo —le dije al enano ya que me daba asco tocar esos despojos, por muy santos que fueran.

—¿Estás loco? Si pudiera tomarlo sin que se desplomara encima de mí toda la catedral hace muchos años que hubiera rescatado a Uxía; pero los hechizos son bastante dramáticos y hasta pueden parecer chocantes a nuestros gustos modernos. ¡Uf! ¡Es horrible que todavía, en pleno siglo XIII, tenga uno que ver tamañas supersticiones, propias de los bárbaros retrasados! Lo cierto es que únicamente un hombre (y yo pertenezco a la muy superior raza de los enanos) de corazón bondadoso (parece que únicamente los idiotas de tu especie reúnen tales requisitos) puede tomar el relicario.

—¿Lo dices en serio? —le pregunté al malicioso enano ya que desconfiaba de él y pensaba que también le daba cosa tocar esos despojos; pero Cirilo juró por Uxía, así que me armé de valor y apartando las manos del esqueleto tomé el relicario en cuyo interior se encontraba un anillo de plata con un trisquel o triskelion labrado en su superficie.

X

Narran Ramón y Ramona

Ramón: Gracias a mi ingenio, que me permitió meterme subrepticiamente en la torre de la bruja, me enteré de los perversos planes de la meiga Urraca y pudimos avisarle a tiempo a Brandán y a…

Ramona: Cállate, Ramón, no seas presumido, si no hubiera sido por mí todavía seguirías atrapado en ese hueco y Ojo Amarillo te hubiera descubierto. Tuve que aplicar un poco de agua y jabón para que pudieras salir ya que te has puesto muy gordo debido a los malos hábitos alimenticios que has adquirido en compañía de Brandán.

Ramón: Cierto, gracias también a Ramona pudimos escapar de la torre de la meiga y corrimos a avisarle a Brandán subiéndonos al ligero carruaje de un noble que viajaba en dirección a la catedral.

“Advertidos de lo que se les venía encima, Brandán y Cirilo vendieron el antiguo relicario enjoyado y con ese dinero contrataron a varios rufianes que sigilosamente envolvieron a los gitanos de Fátima, a quienes desarmaron y amordazaron.”

Ramona: Se te olvida decir que eso fue por consejo mío y que hasta les dije dónde podían vender el relicario.

Ramón: Eso también. Lo cierto es que Fátima los esperaba desnuda a mitad del camino, en una tina de baño, donde cogía uvas que le pasaba Ulomoco.

—¡Vaya! ¡Pero qué sorpresa! —dijo Brandán al verla, aunque muy sobreactuado.

—Mi querido Brandán, mira de lo que te has perdido por tus constantes desdenes —decía ella mientras le mostraba sus encantos femeninos, que sacaba del agua de la tina.

Ramona: Dirás indecencias, Ramón.

Ramón: Eso quise decir; el caso es que Brandán soltó una carcajada y le dijo a Fátima:

—Bueno, ciertamente ese baño debe ser más agradable que el anterior, en la carreta de estiércol cuando…

Eso terminó con la paciencia de Fátima, quien gritó:

—¡Guardias! ¡Guardias!

Pero nadie acudía. Brandán, con una amplia sonrisa en la boca se acercó a la tina, que empujó por una pendiente que daba al mar, a pesar de las maldiciones de la gitana. El horrible mono la siguió:

—¡Ama! ¡Ama! ¡No me abandone!

De un ágil brinco el mono se metió a la tina, entonces la pendiente se volvió más pronunciada y ambos chillaron de puro terror, hasta que fueron a dar, con todo y tina, a las saladas aguas. Después llegamos a la torre de la meiga doña Urraca donde…

Ramona: ¡Ramón! ¡Eres un pésimo narrador! ¡Olvidas la parte de Alina!

Ramón: Ah, sí, fue cuando…

Ramona: ¡Chitón!

Ramón: ¡Mic! ¡Mic!

Ramona: Brandán espoleó a su corcel Arroán y Cirilo a una yegua árabe llamada Luna que había podido costearse gracias al dinero que se obtuvo por la venta del relicario, y como ambos equinos parecían competir para impresionarse mutuamente llegamos en un santiamén.

—¡Por fin! —dijo Alina cuando nos vio llegar y tomó el anillo que Brandán le ofrecía. —Éste es el triskelion, formado por tres espirales que se unen compartiendo un centro común y que para los antiguos celtas representaba la evolución, el crecimiento y el equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu: en él se unen el pasado, el presente y el futuro en un perpetuo aprendizaje.

Antiguamente sólo podían portarlo los druidas. Este símbolo sagrado, que para los cristianos representa la Santísima Trinidad, te ayudará en tu misión, caballero.

—Mencionaste otros ingredientes —intervino Brandán.

—Acudirás a las costas de Finisterre, que significa “el final de la tierra”, donde los antiguos veían con espanto cuando el sol iba a morir entre llamaradas en las aguas del mar. Ahí te bañarás para purificarte, luego te vestirás con una saya blanca y portarás el anillo en la mano de la espada, que se verá así fortalecida con una magia poderosa. Vayan en paz —concluyó Alina.

La bruxa, que nos esperaba, nos dio uno caballos de refresco por lo que Arroán y Luna se quedaron pastando, muy acaramelados; nosotros proseguimos la aventura y unas horas más tarde llegamos, bajo negros nubarrones, ante las puertas de la negra torre de la meiga doña Urraca, cubierta de plantas secas y espinosas.

XI

Narra Uxía

Desde que Brandán se apoderó del anillo, que también simbolizaba nuestro amor, me fue posible seguir los acontecimientos a través de las imágenes que se dibujaban en la cortina de la cascada: el hechizo de doña Urraca, que ocasionalmente aparecía en las imágenes profiriendo obscenidades, se debilitaba y ella lo sabía; pero la vieja no estaba dispuesta a ceder sin librar batalla.

Cuando Brandán, Cirilo y los ratones estuvieron al pie de la horrible torre la meiga Urraca apareció en lo alto de la ruinosa construcción vestida con negros harapos y portando un retorcido bordón.

—¡Meiga! ¡Venimos a acabar con tus fechorías! —gritó Brandán y doña Urraca, por toda respuesta, azuzó al ave que llevaba en la diestra. Los ratones chillaron de terror; pero Cirilo tomó una honda que sacó de su faltriquera y de una sola pedrada mató a Ojo Amarillo.

—¡Mic! ¡Mic! —bailaban de alegría los ratones y se hacían muchos cariños.

—¿Eso es todo lo que tienes, vieja espantosa? —alardeó Brandán y la meiga azotó su bordón: inmediatamente comenzó una lluvia torrencial, acompañada de atronadores relámpagos.

—¡Vuelvan por donde vinieron! ¡Su ridícula magia no podrá contra la mía! ¡Ni siquiera serán capaces de entrar a la torre!

Brandán tomó la espada y golpeó los antiguos portones, que se abrieron chisporroteando; inmediatamente entró en los ruinosos salones en cuyos techos semiderruidos se veían colgajos de telarañas. Mientras ascendía la escalinata en espiral pudo ver varios niveles en cuyas ventanas se agitaban, como espectros, los podridos cortinajes.

Había frascos llenos de cosas indescriptibles, libros de aspecto repelente y extrañas figuras trazadas en los pisos y en las paredes de los distintos niveles. Finalmente Brandán alcanzó las almenas, donde la meiga lo esperaba.

—Meiga, te ordeno que liberes a la dama Uxía y te perdonaré la vida: podrás terminar tus días rezando en un convento.

—¿En un convento, dices? ¿Me lo ordenas?

—Sí, Meiga.

Doña Urraca soltó una metálica y escalofriante carcajada. Los ojos se le pusieron completamente blancos y sus negros harapos se agitaban como si estuvieran vivos, al igual que sus cenicientos cabellos; pero Brandán, sin temor en la mirada y fortalecido por el amor avanzó para lanzar un tajo con su espada, que fue interceptado por el bordón de la bruja.

Un chisporroteo surgió al chocar el acero y la torcida madera: la espada se puso completamente azul y helada, estalló en pedazos y Brandán tuvo que soltar el pomo. El caballero se retorcía en el suelo, tratando de librarse del anillo, que le quemaba, pues se había convertido en un ascua de frío.

Al mismo tiempo la cortina de mi cascada se congeló y un helado vapor comenzó a envolverme: la meiga triunfaba; sólo me quedaba esta prisión de hielo, los días largos, interminables y vacíos, sin amor.

Entonces comprendí: ni siquiera me di cuenta, durante todo este tiempo, de que lo que realmente me sacaría de las garras de la bruja no era precisamente un salvador dispuesto a todo, como hacía el poeta; pero su forma de actuar me hizo ver que el poder realmente lo tenía en mi interior… que estaba en mí.

Y mientras él pasaba apuros y caminaba por complicados caminos y ponía en riesgo su vida me di cuenta de que yo no hacía nada; sólo me centraba en llorar y en sentirme prisionera por ese odio que sembró ella y que invadió todo mi ser: yo me incluía en su mundo y su mundo me estaba matando.

Así que quizá la solución no estaba en esa antigua catedral, sino en la demostración y empeño que otros, desinteresadamente, ponían en mí, y que yo sintiera amor para renunciar a seguir torturándome.

Sería así como vencería sobre ella, saliendo de aquella prisión en la que estaba sometida en aquella cascada.

De un solo golpe rompí la cortina de hielo y al punto me vi trasladada a las almenas de la torre, donde la bruja me miró con odio y blandió su bastón; pero con un gesto hice que se incendiara en un instante.

La bruja quiso clavar sus garras en mi cuello, pero la empujé y mi mano quedó impresa en un rojo incandescente a la altura de sus pechos: la meiga comenzó a vomitar negros insectos, la herida ardiente se hizo más y más grande y se extendió hasta su vientre, que se abrió mostrando montones de alimañas.

Finalmente la meiga se convirtió en una masa de negra y burbujeante pez.

XII

Narra Alina

Con el tesoro que encontraron en la torre de la meiga, atesorado inútilmente en podridos arcones, fue posible rescatar las tierras ancestrales de Brandán, quien se desposó con el hada Uxía.

Fue una triple boda de lo más florida ya que además de que fui su madrina acudieron las hadas, miembros de la nobleza, alegres aldeanos y toda la tribu ratonil.

Ramón y Ramona celebraron sus esponsales en una terraza ajardinada del castillo, mientras que Arroán y Luna hacían lo mismo en las hermosas cuadras.

Cirilo lloraba como una plañidera y tenía que utilizar constantemente su pañuelo.

Muchas otras aventuras corrieron nuestros amigos; pero esa es otra historia.

 

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