Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Llegué a Televisa-Chihuahua, todos me daban una pereza infinita; sólo quería irme de ahí, comprarme una botella de merlot, rentar una película, leer un libro, no sé…
En las pantallas de la susodicha y risible televisora se repetían, una y otra vez, las imágenes del 11 de septiembre. El jefe de información chillaba órdenes, como si fuera el mero machín de CNN.
El tío, no me acuerdo si era Carlos Omar Barranco, el enano de Jorge Ramírez o alguno de los otros payasos, nos dijo, con rostro desencajado:
—¡Muchachos! ¡El mundo libre se encuentra amenazado! ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Diooos!
Dramáticos puntos suspensivos, apresuradas órdenes de información: a Jhonny y a mí nos tocó entrevistar al entonces alcalde de Chihuahua, José Reyes Baeza.
Los periodistas se apelmazaban ante las puertas de la oficina del “eminente estadista”, José Reyez Baeza. Jhonny exclamó:
—¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya vámonos!
Uf, parte del trabajo de un reportero es cuidar que no se le aburran los artistas gráficos (yo también quería irme), pero en eso un tipo de Comunicación Social del Municipio de Chihuahua, algún buey que todavía andará por ahí escribiendo un sinfín de majaderías, salió con un rostro desencajado, como una matrona romana, con la falda al viento, entre las llamas y ante las huestes de Aníbal:
—¡Muchachos! —dijo el chalán del chalán del jefe de información (otro majadero)—. ¡El alcalde está por recibirlos!
Todos entraron con sus camaritas, con sus grabadoras (había un tipo que se colgaba del pescuezo un aparato de radio del tamaño de una videocasetera de los años 80, ¡se los juro!).
Creo que solamente Jhonny y yo nos reíamos.
El caso es que el presidente municipal de Chihuahua de aquel lamentable entonces, José Reyes Baeza, nos recibió con un ensayado rostro de tragedia mientras las televisoras repetían una y otra vez, el atentado del 11 de septiembre.
Se percibía el nerviosismo: los reporteros buscaban instintivamente el amparo de su líder (y eso que se la pasaban jodiendo todo el año), como si un empleaducho venido a más tuviera el “conecte” con las altas cúpulas de los amos de este infierno y les fuera a resolver algo.
Lo siguiente que pasó, ¿adivinan?, fue:
—Lamentamos los hechos catastróficos —y bla, bla, bla y más puto bla, bla, bla.
Todos se apresuraron a verter en esos cagaderos del cuarto poder las palabras del “maestro”, maestro por quince minutos, quince minutos que bien hubiéramos aprovechado bebiendo una cerveza.
Era José Reyes Baeza, protagonista de la historia que, con un poco de suerte, aparecerá en 200 años y a pie de página en el asterisco del asterisco del asterisco de alguna absurda tesis académica que nadie habrá de leer.
Jhonny y yo nos encogimos de hombros, el teléfono celular chillaba: nos fuimos a comer unos burritos, with guacamole.