Acerca de los calzones interactivos

acerca de los calzones interactivos

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Entre las grandes ventajas de vivir en los tiempos que corren (de ahí el absurdo de idealizar el pasado) se encuentran avances tecnológicos que constituyen una maravilla absoluta y total, como es el caso de la ropa interior vibratoria, para hombre y mujer, misma que puede ser activada a distancia bajando un sencillo plug-in de Internet a fin de desterrar la tristeza de esas noches solitarias que lo hacen revolverse a uno en la cama, además de que representa una enorme oportunidad de negocios que Voluptuosidad es la palabra se reserva para un futuro no muy lejano.

Armado con tu tablet, con tu teléfono celular o con una computadora puedes tocar a la mujer amada mientras ambos se miran por vídeo e intercambian picantes comentarios, amén de ponerle una musiquilla romántica al asunto, unas miradas lánguidas y, ¿por qué no?, una luz tenue con velas y todo el show.

Lo malo es que se puede prestar a equívocos terribles y traumáticos como lo que le ocurrió a Enriquito, un joven grumete que, habiendo partido con tanta ilusión de la casa materna, se encontraba en altamar y que hoy por hoy se ha convertido en un fastidioso predicador cristiano, de esos que te tumban la puerta los domingos, por la mañana.

Imaginaos la escena: un curtido y barbudo marinero, que extraña a su esposa, recientemente ha adquirido ese chisme en e-bay y se decide a utilizarlo, muy discretamente, durante las lentas horas del mar; lo malo es que el viejo lobo de mar duerme en la parte superior de una litera que comparte con el inocente de Enriquito, a quien todos esos avances tecnológicos le parecen cosa del mismísimo demonio.

Los extraños hechos ocurridos se desarrollan más o menos como se consigna a continuación:

Neptuno 724: Tócalo.

Sirena 123: ¿Con las manos?

Neptuno 724: Siii.

Sirena 123: ¿Así?

Neptuno 724: ¡Así!

Sirena 123: ¿Sí?

Neptuno 724: ¡Sí! ¡Así! ¡Así! ¡Así!

El marinero, al calor de la pasión, ya se sabe, se olvidó por un momento de que su tierno compañero intentaba pernoctar en la parte inferior de la litera y comenzó a agitar el susodicho mueble, mientras bramaba de puro gusto.

Enriquito, espantadísimo, se metió debajo de las mantas y encendió su teléfono celular para comunicarse con su mamá a través de la red social de los Legionarios de Cristo, ya que la buena señora de ninguna manera le permitía que utilizara cosas embrujadas, Dios no quiera, como el Facebook y otras cosas impías aderezadas de tremendas tentaciones:

Enriquito 777: ¡Mamá! ¡El viejo feo y barbón de la parte de arriba de la litera se está tocando las partes que tú siempre me dices que no se deben tocar!

Mamá number one: ¡Santo Dios! ¿Tienes los calzones puestos?

Enriquito 777: Sí, mamá.

Mamá number one: ¡Enriquito!

Enriquito 777: ¡Sí, mamá!

Mamá number one: ¿Seguro, Enriquito?

Enriquito 777: ¡Sí, mamá!

Mamá number one: ¿No ha bajado el tipo de la litera?

Enriquito 777: No, pero parece que la litera se va a desplomar de un momento a otro. ¿Qué hago, mamá? ¿Qué hagooo?

Mamá number one: Escúchame bien, hijo mío, reza tres padres nuestros y nueve aves marías. Si al monstruo se le ocurre bajar de la litera sales corriendo y se lo dices todo al capitán.

Enriquito 777: Sí, mamá.

Mamá number one: ¡Enriquito!

Enriquito 777: Dime, mamá.

Mamá number one: Bajo ninguna circunstancia te vayas a bajar los calzones.

Enriquito 777: No, mamá.

Mamá number one: ¡Santo padre Marcial Maciel! ¡Intercede por mi niño!

Y en eso, la apoteosis: el malvado marinero se agitó espasmódicamente una, dos, tres aterradoras veces, o quizá fueron más de cinco (Enriquito no recuerda bien) y mientras se escuchaba una voz femenina distorsionada por la distancia y a través de un aparato electrónico el tipo se puso a bramar y cayó de la litera.

Obedeciendo las recomendaciones de mamá Enriquito pegó tamaño brinco y salió corriendo del camarote hacia la seguridad del aire fresco y lejos, muy lejos, de esos antros impíos contaminados por la influencia de Satán.

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