Un curso intensivo de literatura

un curso intensivo de literatura

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Harto de los dioses[1] y sabiendo que era imposible conocerlos y darles gusto con las limitadas herramientas mentales de la humanidad el gran filósofo Epicuro definió con unas pocas reglas el arte de vivir y de paso nos quitó (a las personas inteligentes, por lo menos) todo cuidado de ultratumba.

En su sabiduría Epicuro nos dijo que la muerte no es importante ni nos interesa en lo más mínimo por lo que podemos tratarla como a un criado molesto que apenas sirve para recordarnos la urgencia de vivir y es que cuando estamos la muerte no está y cuando está la muerte nosotros no estamos.

Lo mismo pasa con el maestro Jesús Chávez Marín, sal de la tierra, hiper poeta, magister magisterorum: cuando él está el aburrimiento no existe y cuando el aburrimiento se hace presente Chávez anda muy lejos.

Dejar de leer a Jesús es una vana promesa, como ese chiste en el que un borracho amanece inusualmente crudo y jura y perjura:

—¡Vieja! ¡Ya no vuelvo a tomar!

—¡Siempre me dices lo mismo!

—Esta vez voy en serio, querida.

—¡Estás como operado del cerebro! Bien me lo decía mi madre: no te cases con ese perdedor.

—¡Te lo juro, vieja!

—¿Y si me vuelves a fallar que te hago, baboso?

—Unos chilaquiles, of course.

Y es que ese borracho sí que sabía lo que le convenía.

El lector avezado que sepa apreciar a Jesús encontrará cosas geniales como ésta:

Que nuestros minutos estén contados. Que los poetas, antes de morir llenos de vida, canten y cuenten las historias de nuestra vida en común. Que las ciudades encuentren espejos en las miradas de los fotógrafos, que el ritmo suene en las esquinas y haya jóvenes rebeldes pintando las paredes. Que los novelitas se emborrachen en un baile de barriada y a la mañana siguiente salgan a pasear con una dama linda que haya decidido vivir una amorosa aventura esa tarde. Que los filósofos abran las puertas de los manicomios y el trabajo sea fecundo y luminoso en la ciudad como en el campo lo ha sido desde tiempos antiguos.

¡Dios! Me gustaría haber escrito eso.

Todo ocurrió cuando Jesús me preguntó por qué perdía el tiempo haciendo mi servicio social en la Biblioteca Central[2] cuando podía aprender con él acerca de la edición de libros.

Así que me fui a editar libros con el mejor, me caí a un torbellino y mi vida jamás, jamás volvió a ser igual.

¡Apúntele, pendejo!

Un genio es una fuerza de la naturaleza, una tormenta de lluvia que limpia el entorno y te deja los pulmones limpios, llenos de vida.

Sólo los fuertes pueden beneficiarse del trato de un genio ya que su amistad no conviene a los apocados.

—Un escritor saluda a la mañana y se pone a trabajar —decía Chávez mientras caminábamos por el centro de la ciudad.

—Sí —contestaba yo.

—¡Apúntele, pendejo! ¡Apúntele! ¿Qué cree que le está hablando un imbécil? ¡Le está hablando un escritor, pendejo!

Yo no admito que nadie me hable así, excepto a Jesús, y es que tenía razón.

—Maestro —le dije, antes de chocar con un parquímetro—. No traigo pluma.

—¡Pendejo!

Obteniendo recursos

Necesitábamos cerveza y nos encaminamos al estacionamiento de Pedro Chávez Marín[3]. Jesús se las había ingeniado para sacarle fotos a Pedro, a su bella esposa e hijos, y es que la literatura necesita mecenas, que es la forma más honorable de arruinarse, como diría Wilde, quien según Borges pocas veces se equivocaba.

—¡Pedro! ¡Te presento a mi discípulo!

Pedro ni me miró.

—Te traigo las fotos que me pediste.

—¿Yo te las pedí?

—¡La literatura no se puede detener!

—Bueno, ¿y a cuánto las das?

Jesús le dio un precio abusivo y Pedro lo pagó como buen protector de las artes.

No salude como puta

El caso es que en la noche leímos en público un poemario de Chávez en el Calicanto, extinto bar al aire libre donde se juntaba toda la intelligentsia de Chihuahua.

En tanto que soy encabronadamente guapo y carismático (tampoco es que lo pueda negar) las mujeres me saludaban, frenéticas, y yo les devolvía el gesto, alegremente.

De pronto me encontré con el rostro barbudo y furioso de un jefe hitita.

—¡No salude como puta! ¡Un artista debe tener distancia!

Renée

La poetisa Renée Acosta entró a hacer su servicio social y Chávez me empujaba hacia ella, vanamente, porque de cualquier forma la hubiera querido.

—Usted, Renée —decía Jesús— se ve atirisiada.

—Sí, Jesús.

—Usted lo que necesita es una inyección.

—Sí, de B-12.

—No, no, no. Usted necesita una inyección de amor —dijo Chávez mientras representaba una línea recta con el dedo índice de cada mano.

—¡Cómo eres corriente!

Si definimos corriente por común ni por asomo, Renée, ni por asomo.

Lidiar con los técnicos

La Quinta Gameros es un acto poético puro, si bien involuntario[4]. Su propietario, un burgués de lo más imbécil (como toda la burguesía chihuahuense) tuvo la suerte, que no el gusto, de encargar al arquitecto colombiano don Julio Corredor Latorre su construcción.

Lejos estaba de imaginar que estallaría la inútil Revolución Mexicana y que Pancho Villa utilizaría esa joya arquitectónica única como cuadra para sus caballos y despacho de gobernador[5].

Lo cierto es que teníamos nuestras oficinas en la parte trasera de la Quinta Gameros y Chávez, que se acababa de separar de su esposa, se aburría.

Como buen caballero había renunciado a todos sus bienes y hasta le compró una computadora a su hijo, que por cierto salió defectuosa.

Las personas que se dedican a arreglar cosas –carros, electrodomésticos—son, con pocas excepciones, unos ladrones ineficientes, además de engreídos. Jesús sabía cómo tratarlos.

Imaginen la escena: Jesús recibe una llamada de su hijo, quien le explica que la compu falló.

—No te preocupes, hijo, ahorita lo arreglo.

Cuelga y me dice (y es que me agarró de secre el muy cabrón):

—Comuníqueme al teléfono…

–¡Dios! —pensé—. ¡Chávez le va a bailar sobre la cabeza a ese pobre animal!

Entra la llamada y Jesús dice:

—Buenas tardes.

Era una voz como melaza, como unos chocolates envueltos en un papel escarlata, con su moño dorado.

—Buenas tardes —supongo que contestó el tipo, porque yo no lo escuché. Luego Chávez le explicó una bola de huevadas técnicas computacionales que no referimos aquí, gracias a Dios.

Yo me quería fumar un cigarro, así que lo encendí porque Chávez también fuma e igual le venía valiendo madre.

Any way estaba incómodo, a la espera…

Voz Chávez Marín tipo dulce de membrillo:

—Escúcheme.

Pausa, una voz como de ardilla en la bocina del teléfono, un jefe hitita descansa plácidamente sobre una montaña de cráneos:

—Escúcheme.

Pausa, voz de Chávez Marín tipo dulce de mango:

—Escúcheme.

Pausa, una voz tipo Walt Disney al otro lado de la bocina. Odín se acaricia la barba sobre una montaña de cráneos:

—Escúcheme.

Pausa, voz de Chávez Marín tipo dulce de leche quemada, una voz absurda al otro lado del teléfono. Conan, que no se ha rasurado, descansa sobre una montaña de cráneos.

—¡Escúcheme! ¡Escúcheme! ¡Escúcheme, pendejo! ¿Qué cree que le estoy diciendo estupideces? ¡Soy un escritor, pendejo! ¡Un escritor!

Y es que Chávez siempre ha defendido la dignidad del oficio.

Por qué odio los Datsun

De Jesús, posible reencarnación de Quevedo, aprendí que escribir es vivir y que un poeta no debe tomarse tan en serio la vida, ni la literatura, que según él es lo mismo.

En cierta ocasión un fotógrafo —el doctor— nos visitó: era un tipo encantador que se llevó a Chávez y a Renée a Samborns y, ¿para qué están los pendejos? Dios los hizo para que los listos vivieran de ellos, así que me dejaron a mí para llevarme el carro del puto fotógrafo laureado, un insignificante Datsun rojo del año del caldo.

Luego de mandar a la mierda a todos los mugrosos que perseguían a Jesús y de cerrar el despacho me dirigí a un Datsun rojo antediluviano, según las indicaciones del doctor.

Abrí la puerta del trasto.

Por alguna desconocida razón la llave del bastón de ese chisme (como si alguien se fuera a robar esa cochinada) no abría. Un tipo de lentes que hubiera aparecido como ejemplo en la Wikipedia si uno buscara la palabra nerd me dijo:

—Caballero, ¿qué hace?

—Aquí batallando con este pinche carro japonés que ni regalado.

Yo estaba encabronadísimo así que saqué un cigarrillo y un fósforo de madera que encendí raspándolo en la guantera.

—Le agradecería que no hiciera eso, caballero —dijo el tipo, que semejaba el gato diabético de una viuda perteneciente a la congregación de los Testigos de Jehová, luego de un baño forzoso.

—Menudo maricón está hecho usted. ¿En qué le afecta que yo fume, puto? Y esta madre no abre.

—Caballero —dijo el hombrecillo mientras se paraba en una sola pierna, movía las manos lentamente, estilo Taichí, y hacía gestos extraños—, no me obligue…

—Ya sé, ya sé, ya sé que me voy a ir al infierno. Deme usted el chingado tríptico de su ridícula religión del desierto y esfúmese, inmediatamente.

—Caballero, salga usted de mi coche o comienzo a gritar.

Sangrons

Me fue imposible convencer al tipo de que no deseaba robarme su patético auto. Afortunadamente el Datsun rojo del doctor estaba a unos pasos, así que encendí el motor y en breve me encontraba en Samborns, donde estuvimos platicando de arte.

Chávez sedujo a una camarera y se fue. El doctor se ofreció a llevarnos, dejó a Renée en su casa y me preguntó:

—¿Seguimos filosofando?

Era un tipo encantador y nos fuimos a su consultorio donde, luego de embriagarnos, me hizo proposiciones indecorosas y me tocó la entrepierna.

En tanto me negué a sus intenciones el doctor me sacó de su consultorio, situado en un barrio de mala muerte, y me arrojó como a una puta en la civilización, donde pude tomar un taxi con rumbo a mi casa.

Magaly

—Pinche Chávez, tu amigo era maricón.

—¿No sabías?

—Claro que no, pendejo.

—Mira, no seas provinciano. Fíjate que esta noche vamos a salir. Conozco a una pintora colombiana, Magaly Hernández, amiga personal de ese buey, ¿cómo se llama el autor de Crónica de una muerte anunciada?

—Hazte pendejo.

—Sí, Gabriel García Márquez. Fíjate que la va a acompañar una pupila, güerita, como a ti te gustan. Te juro que no le decimos a Renée.

—Vale, total no le he prometido nada a Renée.

—Ya que aceptaste toma mi perfume.

—Claro que no, ese perfume es de ruco.

—No seas pendejo, ponte en la cara, en el pecho y en el vello púbico.

—No.

—Por si me besa —dijo Chávez y se puso perfume en la cara—, por si me abraza —agregó, untándose esa madre, creo que era Brut, Patrichs u Old Spice, no me acuerdo— y por si se pasa…

Se metió las manos en los jeans que usaba y pudorosos puntos suspensivos.

La pupila no fue, la casa de Magaly era redonda, bailamos en un sitio maravilloso de barriada y Chávez se sacó de la manga un poema inmortal, que dice:

De fiesta con mi artista del mes

Pero, ¡ay, Diosito santo!, qué barbaridad:
esta mujer baila a toda madre.
Se mantiene pintando cuadros,
y no quiere salir, por andar de artista.

Pintó la sierra. También a varias damas
amigas suyas que habían posado
en las viejas aulas de Bellas Artes.
Por eso no me quiere. Anda atareada.

Pero un amigo la convenció.
Nos fuimos a un bar, los tres solitos.
No era “ménage a trois”, sino parranda
de algunos solitarios con cerveza.

Bailamos mucho en el bar Molotov.
Ese día tocaban las tres Alejandras.
El ritmo era caliente. La dama algo
quería decirme. Pero se le olvidaba.

Traté de hablar con ella. No escuchaba.
El ruido era intenso; de vez en cuando
bailábamos danzones y cumbias locas.
No era “ménage a trois”, sino borrachera.

Vinimos por la Aldama, ya de regreso.
Licor del placer. Cuerpos relajados.
Todo fue de lujo, de buena amistad.
Las cervezas ardían en la imaginación.

Llegamos a su casa, como a las dos.
Se bajó del carro con elegancia.
Su perra ladró, llena de contento,
pues había regresado su linda nena.

Al día siguiente, la bella maestra
siguió pintando mucho, concentradita.
Tenía una exposición donde salían
sus veinte soles tan jacarandosos.

Porno Star

En todo poeta reside un porno star, según aprendí de Chávez Marín. Me explico:

Había una escritora bonitilla, no muy sexy, sino tipo esposa[6], que escribía cuentos para niños acompañados, por ejemplo, de una ilustración con un bebé a bordo de un trenecito y con un texto que rezaba:

—El trenecito pu-pu, el trenecito pu-pu.

El caso es que fue la mamá de la susodicha escritora, una señora que olía a perfumes antiguos y que tenía cara de ser una aristócrata absoluta y total, algo así como la condesa de Alba cuyos antecedentes humillan a los reyes de España e Inglaterra ya que a su lado son unos pobres plebeyos, amén de advenedizos y gilipollas.

Pero Chávez dijo:

—Estamos cuidando la edición del encantador libro de su hija, a quien por cierto mi pupilo le echó el ojo.

La señora me miró por encima del hombro y automáticamente pensó:

—Un muerto de hambre sin clase.

Chávez se repatingó en su silla, disfrutando mi humillación.

—Je, je, je. ¡Qué bonita cadenita lleva usted en el cuello!

—¿Le parece?

—Sí, ¡a ver! —Chávez se dirigió a mí—. ¡Páseme una tarjeta de presentación para la señora!

Abrí un cajón y le pasé, entre las múltiples cajitas de plástico con mamonas tarjetas, una de ellas.

—¿Ésta?

—¡No, no, no! ¡Páseme las especiales!

Para no hacerlo muy largo debo informar que Jesús tenía una cajita de tarjetas con un montaje bien chafa en el que aparecía un tipo más dotado que Príapo con su rostro burdamente empalmado.

—¡Ésas! —dijo Chávez.

¡Se los juro! No lo estoy inventando. A mí me pasan cosas maravillosas y no tengo ninguna necesidad de inventar nada.

Nunca olvidaré la cara de esa señora.

Gracias, Jesús, gracias por existir y por distinguirme con tu amistad. Todavía estamos esperando tu próximo libro.

[1] No lo digan en voz alta porque se puede enojar Apolo a pesar de ser buena onda. Ya ven cómo son sangrones los dioses.

[2] Esto ocurre después de los hechos narrados en el aterrador y lovecraftiano relato “Biblioteca maldita”, no apto para cardíacos.

[3] Un hombre cabal al que asesinaron cobardemente y al que siempre querré. Un día os cuento la historia de mi amistad con Pedrito.

[4] Por ejemplo Vicente Fox, presidente de México, fue un cómico involuntario como don Manuel Gameros un poeta involuntario.

[5] Disculpen la redundancia.

[6] Que por otro lado pueden ser encabronadamente sexys.

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