Acerca del Tonayan

Tonayan

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

—Así que van al estanque a platicar de literatura. ¿Y qué llevan para beber? —nos preguntó mi tío Elco a Miguel y a mí, ya que nos encontrábamos de visita en el rancho “El Refugio” para tomarnos unas vacaciones literarias, en contacto con la naturaleza. Miguel abrió una mochila donde brillaban como rubíes unas latas rojas de cerveza, aderezadas con trozos de hielo que semejaban diamantes.
—Traemos unas cervezas —dijo Miguel.
—Ustedes son de carrera larga. ¿A poco les va a dar con eso? —insistió mi tío Elco.
—Traemos poco más de media botella de whisky —afirmé.
—Y por si fuera poco —señaló Miguel abriendo un compartimiento secreto de su mochila— traigo el “pomo” de emergencia.
Miguel sacó una botella de plástico con dos lengüetas en forma de hélices en el cuello del envase, que se podían doblar hacia arriba y utilizarlas como asas metiendo el dedo medio en el hueco practicado en cada una de ellas. Se trataba del famoso mezcal “Tonayán” o “Helicóptero”.
—¡Ji, ji, ji, ji, ji! —se rió Miguel—. Es el aguardiente de los “teporochos”.
Y para que mi tío viera que la cosa iba en serio Miguel destapó la botella y vertió un poco de ese líquido amarillento en su café y en el mío.
Mi tío Elco desaprobó con la cabeza, le dio una calada a su cigarrillo, exhaló una estela de humo azul y dijo con su voz grave, aguardentosa:
—¿Cómo se pueden tomar esa porquería?
—Es alcohol de penca de maguey: hace menos daño que la cerveza y los licores finos —aseveró Miguel. Mi tío Elco encendió un nuevo cigarrillo con la brasa del anterior, aplastó la colilla en el cenicero y dijo, mordiendo el filtro de su Marlboro rojo:
—Les voy a contar cómo hacen esa porquería. Hace más de 40 años, cuando yo estaba en El Mante, Tamaulipas…
La escena se tornó acuosa, como en esas películas ochenteras. Miguel y yo nos imaginamos a mi tío Elco a principios de los años 60 recorriendo las “cantinuchas” de El Mante con sus botas vaqueras recién lustradas, sombrero tejano, una pañoleta atada al cuello y un bigote delgadito, al puro estilo de Pedro Infante, mientras una antiquísima rocola dejaba escuchar una canción del mencionado cantante:

Amorcito corazón
yo tengo tentación de un beso,
que se pierda en el calor
de nuestro gran amor, mi amor.

—Me había ido en busca de aventuras —continuó mi tío Elco— y el dinero comenzaba a escasear por lo que pedí en la barra una botella de un aguardiente, no recuerdo su nombre, pero muy parecido a ese matarratas que traen ustedes…
—¿Ya eran de plástico? —dijo Miguel rompiendo el hechizo, por lo que volvimos a encontrarnos en la cocina del rancho “El Refugio”.
—Ya eran de plástico —nos aseguró mi tío—. Como les decía, pedí una botella de esa infame bebida y unos cigarros que ya no he vuelto a ver, los “Carmelitas”, envueltos en papel arroz, sin filtro, más fuertes que los “Faros” y que costaban dos céntimos.
La escena volvió a desdibujarse y nos encontramos de regreso en El Mante: las paredes de la cantina estaban revestidas de madera y de ellas colgaban fotografías enmarcadas de actrices clásicas: Dolores del Río (quien fuera admirada por el mismísimo Elvis Presley), María Félix y Katy Jurado; el cantinero era un viejo panzón igualito al compadre Marcelo, de Tin Tan.
La moda que imperaba era la de las películas de Pedro Infante y Jorge Negrete, aunque se podía ver en los rincones uno que otro hippie.
Mi tío Elco, quien bebía en la barra como los meros machos, encendió un cigarrillo y paseó la castigadora mirada por las mesas, en busca de una fémina que quisiera pasar un rato agradable con un bárbaro del norte.
Una televisión a blanco y negro —máximo lujo de la cantina— mostraba a los dioses del Pancracio Mexicano —Santo y Blue Demon— en una de tantas superproducciones del cine nacional que tantos halagos arrancaría a los teóricos del surrealismo:
El Enmascarado de Plata se encontraba frente a un sistema de cómputo conformado por varias pantallas y paneles llenos de foquitos parpadeantes cuando recibía un mensaje impreso en una larga tira de papel, como las que dan en los supermercados.
Al parecer se trataba de una emergencia ya que el legendario luchador tomaba un enorme micrófono y decía:
—¡Santo llamando a Blue Demon! ¡Santo llamando a Blue Demon! ¡Contesta, Blue Demon!
Un murmullo de admiración se escuchó en la cantina. Los parroquianos, emocionados hasta las lágrimas, vieron a Blue Demon conduciendo su convertible, un Jaguar Type C, equipado con un teléfono alámbrico para comunicarse con Santo.
— “Que dizzen que el Zanto y Blue Demon eztán tomando clazes de ópera con el gran tenor Luis Mariano, hombre —comentó una maja de España, quien lucía unas enormes arracadas de oro.
—¿Cómo? ¿Una ópera con esos payasos? —preguntó mi tío, quien casi se atraganta con el mezcal.
—¡Elco! ¿Pero qué hace un próspero ranchero como tú?, —¿qué digo?— ¿Qué hace todo un hacendado del norte bebiendo esa porquería? —interrumpió un tipo con pinta de chulo facineroso que lucía unos zapatos de charol en blanco y negro, pantalones de campana apretadísimos, una camisa floreada abierta, casi hasta su hinchado vientre, para mostrarle a todos que era un hombre de pelo en pecho. Remataba su estilo con un montón de anillos de oro, largas patillas, cabello engominado y unas gafas de gruesa montura.
Louis, que así se llamaba (se pronuncia “Lú-i”, bola de ignorantes) tomó la botella de mezcal de mi tío y ordenó al cantinero que retirara semejante atrocidad y les sirviera una botella de champagne.
—Me fue mal en la baraja, Louis. Mi papá se niega a enviarme más dinero y mi hermano Carlos, el ingeniero, se encuentra fuera de la ciudad —se justificó mi tío.
—¿Sigues estudiando para detective?
—No, ya lo dejé: creo que no va con mi estilo. En lo que se refiere al mezcal pensé que ustedes los tamaulipecos estaban orgullosos de esos orines.
Louis hizo una cara de disgusto y mi tío Elco se apresuró a componer el asunto:
—Perdón, se me olvidaba que ustedes los Valois son descendientes directos de la realeza francesa.
—Te lo digo porque eres mi amigo. Precisamente en este momento me dirijo a una de las fábricas de mezcal de un tío, que me va a adelantar unos cuantos pesos de mi herencia para que nos vayamos, ahora mismo, al Carnaval de Veracruz: sirve que conoces el procedimiento con el que fabrican ese mezcal.
—Algo he oído: creo que lo hacen con pencas de maguey.
—Sí, sí, con pencas —dijo Louis con una sonrisilla de conmiseración, luego tronó los dedos, pagó la cuenta y ambos se levantaron para retirarse de la cantina. Mi tío se bajó un poco el sombrero tejano, saludando, con una mirada de perdonavidas, a la maja.
Poco después mi tío y su amigo Louis se encontraban en la fábrica de mezcal.
—¡Tío querido! Le presento a mi amigo Elco.
—Mucho gusto.
—Además le traje las bolsas de café veracruzano y los puros que me pidió. ¿Podemos pasar a la oficina?
—Claro, muchacho, pasen.
—Mientras hablamos usted y yo mi estimado amigo Elco, quien es de Chihuahua, va a realizar un recorrido por la fábrica, ya que está interesado en nuestros procedimientos industriales a fin de producir su bebida local, el sotol.
Mi tío Elco encendió un cigarrillo y entró a la planta para encontrarse con una visión digna de Dante: un grupo de hombrecillos vaciaba unos barriles de alcohol en una alberca de cemento, llena de agua, donde varias señoras entradas en años y en carnes, desnudas de la cintura para abajo, pisaban una maraña de soga vieja de fibra natural a fin de soltar el jugo que le daba el color al mezcal. Fuera de la alberca un tipo, que tenía un grifo abierto, llenaba varias botellas de plástico con esa sustancia.
Los años sesenta se desvanecieron en la nada y de nuevo nos encontramos en la cocina del rancho “El Refugio” donde, lamentablemente, Miguel y yo nos habíamos terminado casi toda la botella del Tonayán.
—¡Puagh! —exclamó Miguel mientras tiraba en el fregadero los restos de su café. Yo lo imité.
Miguel tomó la botella y se disponía a vaciarla cuando mi tío le dijo:
—No la tires, puede servir para encender la chimenea.
Miguel le entregó la botella y salimos rumbo al estanque. Me pareció ver, de reojo —no podría asegurarlo— que mi tío se servía ese líquido amarillento en su octava taza de café.

8 respuestas a “Acerca del Tonayan

  1. Y más contento y prendido se pondrá Elko teniendo junto a él a su amada prima Laura Vázquez, la valkiria que siempre ha anhelado (palabras de él en Temósachic, en julio del año 2007, hacia un servidor). Salute!
    Miguel Ramírez

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