Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Papá siempre tuvo ese rostro hierático, mal humorado; a veces se iluminaba su rostro adusto con una sonrisa y era como ver los rayos del sol penetrando, rayito a rayito, un bosque oscuro; pero jamás pudo vencer la oscuridad que lo atormentaba y si bien se la pasaba sobrio la mayor parte del año, a veces le daba duro a la botella; al principio era encantador; pero luego se iba volviendo un ser terrible, lleno de sombras y fantasmas.
Un día, estando de visita mi primo Elco, Tito para la familia, quien venía del rancho El Refugio, nuestro pequeño castillo ancestral, mi mamá nos dijo:
—Tu padre, hijo mío; tu tío, sobrino mío, agarró la jarrota y está en el restaurante Los Parados, con un delegado de Televisa —mis padres tenían tres video centros, tres video clubes, cuando todavía rifaban los video clubes—, vayan a convencerlo de que regrese a casa porque ya lleva tres días tomando.
Yo a mi padre ni de pedo me le dirigía cuando se ponía en ese modo puesto que tenía la costumbre de humillarme y ridiculizarme; pero a Tito le valía madre y, con las otras llaves del Cutlass, el pretencioso vehículo de mi padre, con asientos de piel y la chingada, pues nos fuimos en taxi a Los Parados.
Mi padre estaba bebiendo con un chilango, hijo de una mexicana y de un ruso: era un tipo enorme, rubio, de ojos azules, fríos y perversos, quien gritaba mucho y bebía como un cosaco; mi padre, quien medía más o menos lo que yo mido, o sea un metro 68, no le iba a la zaga.
—¡Vámonos, tío, ya vámonos! —le dijo Tito; tal es la simpatía de mi primo, un tipo atrabancado, que mi padre no se pudo resistir y nos metió a todos en el Cutlass. La disposición era la siguiente: mi primo en el volante, mi padre en el asiento del copiloto, yo detrás de Tito y el ruso detrás de mi padre.
Al ruso le pareció buena idea comenzar a quitarle el bisoñé a mi padre, quien por aquellos días lo usaba: le quitaba el bisoñé y le sobaba la pelona.
Únicamente al ruso le daba risa la broma; nosotros presentíamos la desgracia:
Finalmente llegamos a nuestro destino, el Hotel Sicomoro, donde el ruso tenía una reservación; el tipo intentó escabullirse pero mi padre también se bajó; y entonces, la apoteosis: yo lo vi en cámara lenta, fue un instante eterno: mi padre pegó un brinco; yo sólo vi sus botitas vaqueras, de tacón cubano, flotar en el aire: de un solo putazo, bien conectado, le rompió todo el hocico al ruso y ambos cayeron.
El espectáculo era radiante y total: mi padre, un ranchero elegante, ya sin peluquín, se afanaba en golpear el rostro del ruso, quien no atinaba a defenderse.
Reaccioné y conseguí arrancárselo de encima; pero alcanzó a ponerme una patada en los huevos.
—¡Llévatelo, Tito, llévatelo! —alcancé a decir antes de que me diera esa horrible debilidad que nos da a los hombres cuando nos pegan una patada en los huevos.
Escuché el chirrido de las llantas del Cutlass y tras una pequeña eternidad, en lo que se me iba el dolor en los huevos, conseguí emerger de la espantosa agonía: el ruso parecía un náufrago, un huérfano abandonado por todos los dioses.
Para esto yo pensaba que el ruso era, en Video Centro, más importante que mi papá; pero yo estaba equivocado; llevado por el error intenté disculpar a mi padre, no fuera que nos quitaran los negocios, así que saqué dos cigarrillos y le ofrecí uno:
—Échese uno, pa’l coraje.
—¿Pa´l coraje? ¡Pa´l pinche susto! Ustedes, los pinches chihuahuitas, están locos, no son personas civilizadas.
Y sí.
El caso es que ya le habían cancelado la reservación ante el escándalo, no fueran a pensar Dios, todos los Santos, la Virgen de Guadalupe y las buenas señoras de Chihuahua, que el Hotel Sicomoro, por aquellos tiempos medio nice, era cosa de borrachos pendencieros.
Y entonces, espero nunca volver a ver una cosa así, el ruso se puso a sollozar como un niño chiquito y lo abracé.
Lo llevé en taxi al Hotel Excelaris, donde sí lo admitieron, a pesar de que tenía toda la jeta rota.
That is all.
Excelente relato, lo disfruté mucho. Vuelve el gran estilo del escritorazo Elko Omar Vázquez Erosa, ahora que ya ha trascendido su etapa de podcastes, que también fue bonita pero no se compara a sus textos narrativos, donde es El Rey.
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