Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Dijeron que estaba loco. Se pasó años en la reconstrucción del Faro. Llegó hasta el extremo de la ruina por ver su sueño contra el horizonte.
—¡Ahí va el viejo del Faro! —gritaban en la calle.
Hernando, que así se llamaba, parecía llevar en el rostro una historia de piratas y de buques de guerra de la Invencible. Hernando bebía los sábados como una leyenda, sentado en los arrecifes con esa pipa que parecía hecha para un tritón.
Finalmente El Faro volvió a funcionar y los pescadores dejaron de reírse. En la radio se hablaba de la próxima tormenta, de olas engendradas por el infierno.
En el mar el capitán González divisó una luz intermitente, y agradeció a Neptuno y a todos los espíritus menores que poblaban su mitología personal. A punto de lograrlo, una ola inmensa lo alcanzó.
Unos dicen que el viejo cayó al mar, otros, que nunca existió, pues del Faro sólo permanecieron desdibujados los recuerdos.

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