Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Satán esparciendo semillas (de Les sataniques, 1882). Felicien Rops

Padre, hoy me senté en las piedras manchadas con mi propias venas y vi el fuego de tu ira en los cielos eternos. Hoy escuché los gemidos de mis hermanos, de aquellos que me siguieron en la lucha contra tu tiranía de viejo inflexible.

Padre, es triste el silencio y la melancolía, descubrir que detrás de la belleza de mi rostro se esconde una soledad infinita, un ansia de conocimiento que no admite la paciencia. Te recuerdo diciendo que eras amor, que siempre podría encontrar un remanso de paz en tus brazos; hoy te lo reprocho pues no creo en el amor condicionado.

Sabes que tienes la culpa, que me amabas por encima de mis hermanos y eso despertó mi soberbia. ¡Cómo cayeron mis ejércitos! ¡Con que saña te desquitaste! Con toda la furia de un vejete medroso ante la cercanía imponente de la juventud.

He tomado a la serpiente como escudo de armas: ella es el símbolo de la sabiduría y la joya más apropiada para un refinado esteta del mal.

He visto la última de tus creaciones, el hombre. ¡Qué vergüenza! Mira en que capricho de anciano depositaste tu amor. Es cierto que la senilidad desemboca en la estupidez de los primeros años: hete ahí, como un niño encantado ante el espectáculo de sus propios excrementos; pero yo les enseñaré a construir ciudades y a forjar espadas, les llevaré por los caminos de las artes para que encuentren la alquimia del sueño y del perfume, y toda la ciencia de los ángeles.

Padre, hoy me senté en las piedras manchadas con mis propias venas y vi el fuego de tu ira en los cielos eternos. Hoy contemplé mi rostro en el vacío y por un instante, como una quimera, como un ideal apenas entrevisto, conocí la perfección.

Siempre:

Lucifer

Nota del editor: De mi libro Historias de humo y viento, que puedes descargar aquí