Travesuras con la electricidad
Por: Maribel R. y Elko Omar Vázquez Erosa
El doctor Ernesto Pedroza, profe de biología y de “químicas” (en plural, pues ya se sabe cuánto le gustaba empinar el codo) de la escuela de Mazaricos, volvió a quedarse dormido en su escritorio luego de probar una excelente mezcla que él mismo había preparado en su laboratorio adjunto; sus alumnos, acostumbrados a ese tipo de episodios no se sorprendieron en lo más mínimo.
—Otra vez vamos a salir temprano —dijo Moquito, el hijo del dueño del taller de enderezado y pintura automotriz de la aldea—: propongo que vayamos al taller de mi papá, quien acaba de comprar un nuevo motor eléctrico que da unos toques de miedo.
—¿Vamos, Pedro? —propuso Isabel, ruidosamente; Pedro se mostró entusiasmado y a la propuesta se sumaron Ojos de Vaso, Cachín y Cerillo. El grupo de niños tomó sus mochilas y se dirigió al cercano taller de enderezado y pintura automotriz, donde Moquito les indicó que todos se tomaran de las manos y en seguida cogió unos cables del mencionado motor, de tal forma que los pequeños traviesos comenzaron a sentir cómo pasaba la electricidad por sus cuerpos.
Era una sensación extraña, que les iba contrayendo los músculos; en eso los hermanos Gregorio Alejandro y Mariela Fernanda de Sampedro, acompañados por su patiño, “El Mascarrieles” (hijo del alcalde, quien utilizaba unos enormes aparatos ortopédicos en la boca) se asomaron al taller y comentaron:
—¿Y ahora qué guarradas están haciendo?
—Habría que ver lo que hace esta bola de mugrosos para entretenerse —dijo tajante Mariela Fernanda. Nosotros vamos a mi casa a jugar con los nuevos vídeo juegos que nos acaban de llegar; pero seguramente a ustedes sólo les interesa llenarse las manos de aceite y el pelo de piojos. ¿Qué te parece, Mascarrieles?
El aludido respondió:
—Que-que-que-que me-me-me pa-pa-pa-rece que…
—Exacto, que son unos guarros —lo interrumpió Gregorio Alejandro.
Moquito, quien al parecer se encontraba muy orgulloso del nuevo motor de su papá, señaló:
—Pues este aparato es la bomba: no siempre existe oportunidad de experimentar de primera mano con la electricidad.
—Ellos qué van a saber de esas cosas —dijo Isabel, mosqueada—. Déjalos que sigan con sus juegos ñoños, total son unos cobardes que jamás se atreverían a enfrentarse a la sensación de la electricidad.
—¿Qué somos unos qué? —preguntó Mariela Fernanda, enfadadísima.
—Lo escuchaste bien.
Moquito intervino:
—Niñas, no se peleen, total que hay electricidad para todos.
—Vamos a ver —señaló Mariela Fernanda, muy decidida—. Probaremos este aparato —e indicó a Moquito, con un gesto imperativo, que le pasara uno de los cables conectado al aparato; en seguida tomó a Mascarrieles de la mano para cerrar el circuito con Gregorio Alejandro.
—Ya verán lo curioso que se siente —les explicaba Moquito. El aparato fue fabricado en los Estados Unidos de Norteamérica y tiene un voltaje de…
Isabel interrumpió la sesuda explicación de Moquito:
—Déjenme que haga los honores.
Y accionó el interruptor al máximo. Era un espectáculo delirante: los focos del taller parpadeaban, los rubios cabellos de los hermanos Sampedro se erizaban como púas mientras que por el aparato ortopédico dental del Mascarrieles corrían serpientes azules de energía.
—¡Isabel! ¡Detente! —gritó Pedro mientras corría para arrebatarle los controles, que finalmente consiguió apagar.
Los hermanos Sampedro y el Mascarrieles cayeron al suelo, con ojos espantados.