¡Reconocido por los pelos!

Por: Maribel R. y Elko Omar Vázquez Erosa

¡Reconocido por los pelos!

Julián y Matías, dos labradores gallegos, llevaban varias copas encima en la taberna de Morís, pequeña aldea de campesinos, ganaderos y pescadores. Siempre se les podía ver juntos, contando anécdotas y chismes con tal soltura que eran la envidia de las comadres del pueblo.

—Volviendo a Pedro Quiroga —dijo Matías, quien se había reído mucho con la anécdota de Pedro encerrando a sus padres para que tuvieran un encuentro amoroso— yo me sé otra de él.

Julián revolvió las fichas de dominó en la mesa y repartió, luego encendió un cigarrillo sin filtro, que tomó con la boca directamente de la cajetilla, para luego ofrecerle uno a su amigo.

—Seguro ya me la sé —afirmó Julián.

—¿De cuando dieron a Pedro por muerto?

Julián se quitó la boina y se rascó su rala cabellera, le dio otra calada a su cigarrillo y tuvo que reconocer:

—Pues no, la verdad esa anécdota no la conozco.

A Matías le brillaron los ojos y comenzó a relatar:

—Todo ocurrió una mañana cuando Manuela Beltrán, la esposa de Pepe, llegó dando de gritos al pueblo ya que, cuando se dirigía al río para hacer la colada, se encontró con un cadáver colgado de la rama de un árbol, con la lengua negra e hinchada y los ojos saltones y vidriosos. La verdad es que era un espectáculo terrible; supongo que no te enteraste porque por esos días andabas trabajando en los barcos.

Julián, sumamente interesado, pidió dos cañas: la anécdota se estaba poniendo interesante.

—¿Y luego? ¿Y luego qué pasó?

Pues que Manuela Beltrán anunciaba a gritos que Pedro se había colgado. Los viejos Quiroga llegaron muy compungidos a la plaza y ambos se soltaron a llorar al reconocer a su vástago.

Los señores Quiroga estaban deshechos y pidieron al tío Manolo y a don Ernesto que pasaran la noche en el depósito de cadáveres para la confirmación de la autopsia.

Finalmente se decidió hacer el velatorio y los viejos hicieron el gasto para convidar a las personas que acudieron a presentar sus respetos. Aquí la cosa se pone muy rara, como en esos culebrones que pasan por la televisión.

Matías hizo una pausa retórica y Julián, quien ya lo conocía, no tuvo de otra más que ofrecerle uno de sus cigarrillos sin filtro, que Matías se demoró en encender.

—¡Pero cuenta, cuéntame, hombre!

—Pues que otra vez llegó la Manuela, la esposa de Pepe Beltrán, dando de gritos en pleno velatorio diciendo que acababa de ver a Pedro saliendo de la taberna, muy risueño y abrazado de dos mozas: que si era un vampiro, que si una aparición.

“Los deudos, muy molestos, le mostraron el cuerpo que estaban velando. Una sombra de duda apareció en la mente del viejo Quiroga y, al levantar la camisa del que creía su hijo descubrió que tenía un montón de pelos alrededor del ombligo, seña de la que carecía Pedro.

—Mal raio me parta! —gritaba el anciano—. Qué ven os meus ollos? Este non e o corpo do meu fillo, e cousa do demo!

La naturaleza le había jugado una broma a los aldeanos ya que mientras el verdadero Pedro había cogido una buena francachela el desconocido, quien se le parecía como una gota de agua, había decidido terminar sus días colgándose de un árbol a la orilla del río”.

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