Mudanza de Jazmín

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Mudanza de Jazmín

Mudanza de Jazmín.

Hace algunas semanas Jesús Chávez Marín y Arelí Chavira presentaron un librito de narrativa escrito en colaboración y organizaron un maravilloso festejo en la Casa Redonda, antigua estación de servicio para trenes que data de los tiempos de don Porfirio Díaz y que hoy se ha convertido en un museo con una colección propia de pinturas, además de que sirve para realizar lecturas y encuentros artísticos de toda índole.

Jesús me había enviado invitación y cuando llegué a casa, luego de atender algunos asuntos, le pedí a Alfred, mi mayordomo, que avisara al chófer para llevarme, inmediatamente, a la presentación, toda vez que apenas llegaría a tiempo.

—El señor olvidó que debido a la proverbial ineptitud del gobierno mexicano tenemos escasez de combustible —me informó Alfred, flemático.

—Bueno, maldita sea, entonces me voy en helicóptero.

—Tampoco tiene combustible.

—Ordena a los mozos de cuadra que ensillen uno de mis corceles.

—¿El señor piensa irse a caballo con este tráfico?

Exterior de la Casa Redonda.

Exterior de la Casa Redonda.

Alfred tenía razón, así que opté por llamar a un taxi, pero los del sitio estaban celebrando a la santa cuya protección invocaban a diario, así que no me quedó más que irme en autobús que, además de tardarse lo suyo, me dejó como a tres cuadras de la Casa Redonda, por lo que filosóficamente encendí un cigarrillo y me fui caminando, como los simples mortales.

Cuando entré a la Casa Redonda vi que Jesús Chávez Marín y Arelí Chavira eran acosados por los fans, que se arrebatan los ejemplares para que les fueran dedicados. Decidí apoderarme de una copa de vino y ubicarme estratégicamente cerca de las charolas de bocadillos mientras intentaba sostener una charla inteligente con una mujer que tenía un vestido con corte de serpiente y de un color verde esmeralda: al fondo tocaba un grupo de jazz.

Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín dedicando ejemplares.

Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín dedicando ejemplares.

Finalmente me hice de mi propio ejemplar que, por supuesto, conseguí me autografiaran los autores.

Mudanza de Jazmín, Colección Solar, Instituto Chihuahuense de la Cultura, ISBN 978-607-8321-42-1 y con fecha de impresión el 26 de enero de 2016 reúne en su primera parte una serie de historias acerca de Jazmín, una mujer libre que de pequeña fue la clásica niña de la resortera (o del tirachinas, porque no en todos los países de habla hispana se entiende qué es una resortera), esas traviesas que se juntan con los niños del barrio para hacer maldades:

También descubrí el uso del alcohol y el cerillo. Llena de alegría con mi nuevo descubrimiento, quise mostrárselo a uno de mis amigos más cercanos: Lalo. Con él conviví como si fuera mi hermano. Una tarde, que como muchas estaba en mi casa, me dijo: “Voy al baño”. Entonces recordé con entusiasmo que mi madre guardaba allí el alcohol. Corrí a la cocina por una caja con cerillos y ya con ellos me dirigí a donde estaba mi amiguito. Le dije: “Mira, voy a hacer un experimento”. Vacié el alcohol alrededor del sanitario y le arrojé un cerillo encendido. Lalo, sentado en el escusado, comenzó a gritar al verse rodeado por la lumbre.

Mi ejemplar autografiado.

Mi ejemplar autografiado.

El tono dominante de estas historias es humorístico, si bien podemos encontrar algunas páginas donde asoma la tristeza:

Llamé a la puerta, me abriste, me eché a tus brazos.

Pero no hay velas, ni cena, ni pétalos de rosa.

Me dijiste:

—Viviré poco tiempo. Tengo cáncer.

Enloquecí, mucho tiempo enloquecí; enloquezco todavía cuando llegas. Ya no te recuerdo tanto, pero los sueños siguen siendo muy exactos. Quisiste que me alejara; no me abrías la puerta. Yo dejé todo para cuidarte y me quedé contigo hasta el final. Mi vida contigo siguió siendo muy intensa algunos meses; por el amor, por el placer, por el dolor y por tu muerte.

En el relato El cine Jazmín nos cuenta sobre el detonante para su divorcio:

Cuando Gabriel se volvió a dormir, sigilosamente se puso el saco de lana y recogió su bolsa con cuidado; allí venían las llaves del carro y se largó del cine. Al esposo lo dejó dormido en la cómoda butaca, entre las palomitas y el queso amarillo de los nachos.

Tres meses después, un tiempo récord, consiguió la sentencia de divorcio. ¡Y favorable para ella! Su prima Lore es una abogadaza.

Las redes sociales no pueden faltar en estos cuadritos de la vida moderna, como cuando Jazmín conoce a Fabián, un músico de un cuarteto de Jazz, quien se prenda de ella y la procura vía Internet:

Fabian: Me compré los “undies” para modelártelos y me los despreciaste.

Jazmín: No te los desprecio, Fabián. Eras una persona interesante, pero no vemos las cosas de la misma manera, es todo. ¿No me dices nada?

Fabián: Oye, sexy. ¿Cuándo me vas a dejar hacerte tu “striptiese”?

Jazmín: Y dale, ¿eres obsesivo?

En la segunda parte del librito, titulada “Otras regiones”, Jazmín no es la protagonista, y podemos encontrar breves reflexiones y narraciones sueltas. Citamos el texto “Colección”:

Flores que de pronto vuelan y en su vuelo toda la armonía de los colores flota; luego alguien las atrapa, las clava una por una con alfileres para coleccionarlas en pequeñas cajas.

Ataúdes abiertos a la luz y a la contemplación de quienes en el museo las miramos muertas, bellísimas; cementerio lleno de flores que antes fueron mariposas.

Cerramos esta reseña con extractos del relato “Una señora en el casino”:

Al caer la tarde, una mujer llamada Sophie Maldonado pisa la nieve al encaminarse al casino apache donde matará durante cinco horas la soledad en las maquinitas. Tiene 72 años, vive sola. El dinero de la pensión alcanza para jugarse unos dólares cuatro días a la semana…

Sus tres hijos radican en ciudades lejanas y distintas, casi no la frecuentan. Tiene también siete nietos, aunque solo conoce a tres de ellos. Ha un mes pasó la Navidad sola en su enorme casa, cenó un sándwich y se acostó temprano…

A veces piensa en sus hijos, en el tiempo cuando fueron niños y dependían en todo de sus cuidados y su cariño. Se le humedecen un poco los ojos y entonces, para distraerse, deja la máquina y da un paseo por los pasillos del laberinto dinámico del casino. Mira discreta a los señores que le parecen guapos: vaqueros con botas azules en piel de armadillo y tejana fina. Jóvenes gallardos de pelo muy largo y pantalones de piel de ternera en cuyo centro se mira el contorno de su virilidad enérgica. Caballeros vestidos de esmoquin que al pasar dejan un rastro de loción ensoñadora. Indios con trenzas que parecen narrados por el escritor Marcial Lafuente Estefanía en alguna de las 5 mil 700 novelas de aventuras que escribió.

Media hora más tarde, Sophie regresa a su máquina de juego. ¿Para qué irse más temprano o más tarde? Ella sabe que la única compañía que le espera son los rostros, las voces y las figuras que resplandecen en las pantallas de las cinco televisiones de su casa.

La portada del libro se engalana con una fotografía de María Herminia Chávez Marín, artista de la lente y hermana de uno de los autores.

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