Acerca de los dioses

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Acercca de los dioses

Entre mis múltiples fracasos y aciertos se me presenta —invariablemente— mi tendencia al politeísmo: mi desprecio natural a un poder único que ya de niño sentía cuando, por aquél entonces, tímidamente mi tío Dizán nos mostraba unos cómics basados en la Biblia.

Posteriormente leí el susodicho compendio de libracos judíos que conforman la Biblia y que, por más que dicen algunos grandes pensadores temerosos de su alma debo decir, acá entre nos (y confesar y gritar, y chillar y ladrar) que no se le comparan, ni de lejos, al compendio de la literatura helénica.

Aquellos que dicen que la Biblia es el libro (conjunto de libros) más bello de la tierra, les ocurre algo así:

 

  1. Son poco sofisticados
  2. Sigue modas que han durado dos mil años o poco más
  3. Defienden cosas que no entienden porque sus padres les dijeron, o sus esposas(os)
  4. No han leído otra cosa más que la Biblia, los periódicos y Mario Benedetti
  5. Leyeron, saben; pero tienen miedo de que, al morir, se las cobren

 

Investigando, pues, todos estos argumentos en los que desperdicio mi vida, si bien debería combatir contra el Estado Islámico o algo así, me doy cuenta de que estoy bien (¿para que luchar las guerras del capital?: ya pelearemos si nos colman la paciencia).

Está bien que los niños exploren, como yo exploraba, el bosque y la ternura (un niño sin determinismos religiosos ni ateos toda vez que los niños no deberían ser sometidos a imperativos de creencias sobrenaturales, políticas ni sexuales, ni de ningún tipo, sino que se les debería guiar para que encontrasen su verdad).

Recuerdo que mi hermano se hacía de cruces y yo, por imitarlo, iba a Misa.

—¿Cómo te fue en Misa? ¿Qué dijo el padre? —preguntaba papá, divertidísimo (pues era ateo, y debo decir que nunca intento adoctrinarme, de pequeño, en tal cosmovisión), y yo le contaba todas las majaderías que el tipo había dicho, y hasta eso que papá sólo se sonreía.

Mamá era y es agnóstica, como yo (me gusta, a diferencia de ella, la estética pagana) y por agnóstico se entiende alguien que cree en algo infinito (sin hacerlo artículo de fe), en alguna inteligencia, pero cuya esencia es imposible reconocer por los hombres.

Una noche soñé que la divinidad era un océano infinito: ese sueño lo he representado en cuentos y poemas: a veces aparece Morrigan, a veces únicamente mi soledad.

Religión de esclavos, religión de señores, diría Nietzsche, y a diferencia de los creyentes de las religiones de esclavos siento que la vida es una oportunidad para mejorar algo, y no un castigo, y por eso me aferro a ella, a pesar de mis múltiples y constantes cobardías.

Lo cierto es que esos sueños tan recurrentes deberían volverlo a uno candidato del encierro, aunque antes de encerrarme, y acabar con mi aparente mediocridad, deberían encerrar a otros a quienes imponen impuestos abusivos, normas asquerosas, etc.

Una vez que los hayan encerrado, enciérrenme a mí, si pueden.

El sueño me muestra un desierto con arenas cubriendo armaduras egipcias, romanas, españolas…

El desierto llega a una costa donde a veces una diosa, o mi soledad (una voz en off, una sensación: es confuso; no siempre es posible expresarlo) me dice que me acerque al mar.

Veo a un judío que toma una concha y grita, lleno de alegría, mientras otros pueblos, que le miran con lástima, toman varias muestras, de la divinidad.

 

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