Las copas enlunadas

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

morrigan

El viejo laberinto tiene salas fascinantes, perfumadas, con jardines secretos donde fuentes de aguas multicolores reflejan constelaciones de otros espacios y otros tiempos.

Encontrábame ahí jugando una variedad intergaláctica del póker cuando el mismísimo demonio vio la luna reflejada en la epidermis escarlata del vino que contenía su copa.

—¡Cuidado con que te la bebas, diablucho de religiones nuevas! —le advirtió la Morrigan quien, acompañándome con un escote prodigioso mientras lucía unos cabellos negros, negros como las alas del cuervo, estaba encabronada.

—Pero mi amor —le dije, y ella fijó en mis ojos ambarinos los suyos que reflejaban batallas ancestrales y la verdad —he de confesarlo— me dio miedo y me callé.

El Diablo, cuyo título de dios le había sido escamoteado por aquello del monoteísmo —cosa que causaba irrisión entre los dioses oscuros de la antiguedad— se sonrojó, lo que ya era mucho decir, por cierto.

Morrigan anunció que iba al baño y, como es costumbre entre las féminas, le pidió a Hécate que la acompañara.

—Te encargamos nuestros bolsos, Ratón malvado —dijo la Morrigan, me guiñó un ojo y no sin antes pedirme una margarita, se marchó en compañía de su amiga.

Pensé que la Morrigan traería en su bolso alguna cosilla interesante para aderezar mi embriaguez; pero el espantoso dragón tallado en el broche del cierre me gruñó y me lanzó dentelladas, además de sacarme la lengua, así que lo dejé por la paz: bien me decía mi padre que jamás me metiera con los bolsos de las mujeres.

—¡Elko! —dijo el Diablo—. ¡Échame la mano! Ofrécele estos corazones con chile chipotle al cabrón de Huitzilopochtli: ese hijo de perra me hace bullying y además de ser un viejo presumido sin templos activos de importancia siempre me pone en evidencia con la Morrigan: ¡Acuérdate de los favores que te he hecho!

Y como ciertamente le debía algunos favores y no hay que dejar morir a los compas le ofrecí las botanas a Huitzilopochtli, “Espejo humeante”, quien por cierto los aceptó muy molesto con mi persona ya que decía que yo no descendía de los aztecas, sino de gentes que le habían tumbado el “changarro” en el nombre de un dios bien “chafa” que había fallecido de compasión, según había dado a conocer el tío Nietzsche.

Mientras el viejo mamón, quien por cierto no se cubría sus colgantes atributos de entrepierna, y despotricaba en contra de la Serpiente Emplumada, el Diablo se bebió la copa, con todo y luna.

Un grito desgarrador estalló desde los baños de las damas: la Morrigan se transformó en cuervos y su amiga Hécate en perros negros (como en el vídeo de Madonna); el Diablo se apoderó de una cajetilla de Marlboro Light mientras decía:

—¡Te debo una, cabrón!

El pobre protodios se internó en los pasillos del laberinto como si lo persiguieran la Morrigan y la Hécate —y es que sí lo perseguían—.

Desde entonces al Chamuco le faltan al respeto y hasta los musulmanes lo apedrean —y eso que se comió a Alá, su dios, originalmente un dios lunar—.

—¡Tsk! ¡Tsk! —susurró Apolo mientras tomaba una puntita de rapé—: Y lo que tendrías que decir, ahijado, de ciertos dioses arqueros —que nunca me ganaron al tiro al blanco y cuyos acólitos realizaron una arquitectura espantosa, para nada comparada con la que inspiré a mis chavalos— que a pesar de haber realizado humildes “chambas” de númen de los cereales —y a mí me consta que antes de divorciarse de Isthar, la vieja esa teñida de rubio platinado y con más piedras y lacas en las uñas que una vedette de gustos trasnochados y secretariales— le daba de latigazos por aquello de sus aficiones masoquistas.

Mi padrino estaba encabronadísimo con el susodicho dios, cuyos acólitos le habían tumbado la sucursal de Delfos, además de sembrarle los jardines de cadáveres.

Seguimos bebiendo.

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