Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Gonzalo y Aimée se presentaron en la casa de doña Gertrudis, madre de Aimée, para que los acompañara con el médico, quien les daría a conocer el sexo de su primogénito y, una vez en el consultorio la secretaria, Natalia, les dijo:
—El doctor Verdugo los recibirá en un momento.
Poco después Gonzalo, su esposa y su suegra se encontraban frente al doctor Verdugo, hombre de baja estatura y bastante guasón.
—Vamos a ver —dijo el médico y procedió a colocar el aparato de ultrasonido.
Gonzalo, padre primerizo, estaba muy nervioso y trataba de descifrar las imágenes que mostraba la pantalla.
—Es niña —dijo el doctor Verdugo.
La desilusión se pintó en la cara de Gonzalo.
—O puede que sea niño —agregó el galeno y una enorme sonrisa de felicidad se dibujó en el rostro de Gonzalo— suponiendo que tenga el pene chiquito —continuó el galeno quien, según dijimos, era bastante bromista.
—¿Cómo? ¿Cómo? —exclamó alarmado Gonzalo.
—Herencia —dijo el doctor y Gonzalo abrió los ojos como platos. El médico agregó—: no digo que de usted, pudo haberlo sacado del abuelo.
Rápidamente doña Gertrudis intervino:
—Pues de parte de mi difunto marido no, y eso puedo asegurarlo.
—¡Ánimo! —soltó el doctor—. Estoy casi seguro de que se trata de una niña: no importa que nazcan chatos, sino que respiren.
—Y más vale —agregó Aimée— que sea niña a que nazca un niño con el pajarito chiquito.
Y con esa frase la cuestión quedó zanjada.