Por: Maribel R.
Ya llevaba todo el día agotada y aún faltaban tres horas para el cierre. Mis tres supervisoras estaban en cabina de masaje y depilación repasando el trabajo de algunas aprendices.
—¡Uf!, y justo me toca lavar y peinar a una señora con abrigo de visón y cargada de joyas. La típica que presume de millonaria y a la hora de soltar pasta se busca una academia donde exige un peinado a lo Hollywood por unas míseras monedas.
Le dije con amabilidad que me prestase su abrigo para guardarlo y así poder lavar su cabello; ella me lo dio, no sin antes mirarme de arriba abajo, como si yo fuera un gusano.
Yo ya me la estaba colocando bajo una muela, pero me relajé, sonreí y decidí terminar el día en paz; después de lavar sus escasos cabellos teñidos y demasiado largos para su edad me dispuse a secarlos cuidadosamente dándole forma al peinado.
—¡Chica! ¡Así no me gusta! ¡Quiero otro peinado con más volumen!
—Sí, señora, ¿cómo lo quiere? ¿Así?
Y cambié de peine elevando un poco el pelo y cardándolo.
—¡Uy! ¡Así no! Si no sabes, ¿no puedes llamar a otra? ¡Es que no lo haces bien!
Resoplé para mis adentros y puse una sonrisa forzada:
—No, señora, no hay nadie más dispuesto en este momento —dije.
—¡Pues no me gusta nada como me lo estás dejando!
—Lo siento, señora, espere a que termine esto que le llamo a alguien —respondí, con demasiada amabilidad. Apreté los dientes, cogí las planchas y con todo mi coraje metí un buen mechón de su escasa melena entre las planchas y las apreté hasta que salía humo.
—Y ahora, si espera un momento la paso con una supervisora —comenté.
Salí flechada de ahí y entré en cabina de masaje con furia y sin mirarle la cara le dije a mi supervisora:
—¡Que alguien vaya a peinar a esa bruja!
Un aroma como a plumas quemadas lo invadía todo: las chicas de la academia no pudieron evitar reír a carcajadas.

Pulsar imagen