Las noches desapacibles

las noches desapacibles

Por: Jesús Chávez Marín y Elko Omar Vázquez Erosa

(Conversaciones selectas con el maestro, mismas que se publican en beneficio de la humanidad y para ilustrar al vulgo)

Elko: Eran las 2:30 de la mañana, la ciudad estaba desierta y el “feis” ni se diga. El maestro Chávez había prometido a su alumno favorito que de cruzar la ciudad fantasma Elko se encontraría con una dosis de Etiqueta Negra.

Chávez: A la casa del escribano llegó un carro casi al final de sus mecánicos días, rechinaba de asombros tardíos; de él bajó el escritor Elko.

Elko: Tembloroso el tal Elko se había compuesto un neceser con una cajita muy mona en la que llevaba varios libros para el maestro, un cigarro de vapor (De Yolandita, dijo el maestro, quien había esparcido su perfume para disimular la falta de una mano femenina en su buhardilla francesa que había sido trasladada desde París, merced a un hechizo del mismísimo Cagliostro).

Chávez: Se pusieron al día luego de años de no verse, a pesar de que habían escrito un libro de poemas de Internet al alimón. El viejo le platicó que tres años atrás Rosa se había casado con un jubilado sin chiste pero con “Green card” que la llevaría a ser ciudadana del imperio vía el matrimonio civil. Esteban quedó en la ruina sentimental más llorona de todo el repertorio nacional de canciones de charros.

Elko: Lo cierto es que el maestro, descreído de las promesas de Mahoma, se había armado su propio paraíso lleno de huríes de papel. El maestro sacó el Etiqueta Negra y alumno y maestro comenzaron a beber.

Chávez: El viejo editor insistió en mostrarle un mar de fotos de Rosa en la pantalla de su lap-top, y sobre todo el último mensaje de celular que ella había escrito: “todo es posible para mí, sólo una cosa no: vivir sin tu amor”. Al día siguiente se fue a El Paso, donde el Gordo Morales se arrodilló y le puso un anillo de brillantes.

Elko: Como cada quién andaba por su lado, puesto que Elko ni idea tenía de quién era Rosa, ambos decidieron salir a fumar unos Marlboro rojos en el bello jardín del maestro donde fantásticos elefantes los miraban, hieráticos.

Chávez: El joven, con todavía el vigor suficiente para tener ilusiones, insistía en hablar de literatura como en los buenos tiempos. Le parecía raro que un tipo de sesenta años quisiera hablar de amores adoloridos; sentía un poco de lástima por quien era su antiguo profesor y ahora uno de sus amigos más queridos.

Elko: Era el sueño de Balzac, la mesa reservada de Carlitos Baudelaire, el rincón de las confidencias de dos escritores que, a pesar de la diferencia de edades, se sabían tan amigos.

Chávez: Cuando Esteban desahogó en confidencias su alcohólico insomnio, salieron de la casa y caminaron hasta el restaurante de la Posada Tierra Blanca. Mientras desayunaban llegó al lugar la persona que menos esperaban hallar.

Elko: Al parecer el maestro alucinaba porque el alumno, si bien lo veía hablar, jamás vio a la señora de rojo que el maestro le mentaba.

Chávez: Desvaríos más tarde entró por una puerta lateral uno que había sido compañero de Esteban en Filosofía y Letras y actualmente era presidente municipal de Cuauhtémoc: “¡Qué bueno que los veo!”, dijo con ese entusiasmo desbordante que tienen los políticos en el poder.

Elko: Apenas había llegado el prócer ambos escritores anhelaban la buhardilla, los insomnios lunares que desde antiguo los atormentaban.

Chávez: Mañana continuamos, ¿está bien? Ya tengo sueño.

Elko: Váyase a dormir, maestro, haga la meme.

Chávez: ¡Yeeei beibi!

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