Isabel, Pedro y las brujas

Por: Maribel R. y Elko Omar Vázquez Erosa

isabel pedro y las brujas

I

Mientras se encontraban de vacaciones en México Pedro e Isabel conocieron la casa del tío Lucio, ubicada en un pintoresco pueblecito tan tranquilo que los mayores dejaban divertirse a los niños casi hasta la media noche mientras ellos jugaban baraja o tomaban el fresco en el zaguán.

Pedro e Isabel, en compañía de otros niños estuvieron jugando al bote volado, variedad del juego de las escondidas, que consiste en dejar una lata vacía en un punto determinado mientras todos los rapazuelos se esconden, menos el de la lata quien, luego de contar hasta un número previamente acordado sale a buscar a los demás y mientras los va descubriendo corre hacia el bote, que debe golpear contra el suelo mientras grita:

—¡Un-dos-tres-por-Juan-que-está-debajo-del-automóvil-rojo!

Pero el pobre guardián y prisionero de la lata puede verse traicionado por alguno de los chavales que están escondidos, cualquiera de los cuales puede correr hasta el bote para gritar, mientras lo golpea:

—¡Un-dos-tres-por-mi-y-por-todos-mis-amigos!

Claro que si el guardián lo ve a tiempo y consigue llegar al bote podrá gritar:

—¡Un-dos-tres-por-Pepe-que-viene-corriendo-por-la-calle!

En caso de que el guardián tenga éxito en liberarse del bote él mismo designará a su sucesor y procederá a esconderse junto al resto de los niños…

Isabel y Pedro también jugaron a los encantados, donde la persona que sufre la maldición debe correr detrás de los otros niños y con sólo tocar a uno y decir “encantado” la víctima deberá permanecer inmóvil, salvo que una persona libre del hechizo la toque de vuelta y diga: “desencantado”.

II

Finalmente los padres de los niños comenzaron a llamarlos:

—¡Miguelito! ¡Panchito! ¡Ya métanse! ¡A cenar!

Pedro e Isabel se quedaron solos, se asomaron por la ventana de la casa del tío Lucio y vieron que los mayores estaban muy concentrados en su juego de baraja.

—¿Y ahora qué hacemos, Isabel?

—¡Pedro! ¡Tú me contaste que en México se hacen unos rombos con papel periódico y palillos de dientes a los que se aplica un cerillo en cada esquina y que se elevan por los aires como brujas convertidas en bolas de fuego!

A los dos se les iluminó el rostro, entraron al zaguán y a hurtadillas sacaron un montón de periódicos que reposaban junto a la leña, luego se colaron a la cocina para llevarse una cajita de cerillos y una de palillos de madera.

Después de varios intentos Isabel y Pedro consiguieron que algunas brujas, similares a las lámparas de Cantoya, pero incandescentes y mucho más peligrosas, se elevaran por los aires desde un lote baldío que tomaron como base de operaciones.

Pedro e Isabel bailaban fascinados mirando a las brujas, que espantaron a más de un campesino que volvía de las tierras de labor y al día siguiente alimentaron las habladurías de las viejas, quienes durante años hablarían de fantásticos aquelarres.

De pronto una ráfaga de viento arrastró a una de las brujas hasta la ventana abierta de una de las casas de dos plantas y las cortinas comenzaron a incendiarse rápidamente.

—¡Ahora sí estamos perdidos, Pedro! —exclamó Isabel, asustada.

—¡Corre, Isabel, corre!

Ambos huyeron para ocultarse en el zaguán del tío Lucio desde donde pudieron ver que, afortunadamente, el vecino apagaba el fuego lanzando las cortinas, con todo y cortinero, a la calle.

—¡Niños! —gritó la mamá de Pedro—. ¡A cenar!

Pedro e Isabel entraron a la sala donde los esperaban dos enormes vasos de leche helada y varias piezas de pan dulce.

—¿Cómo se portaron? —preguntó la mamá de Isabel.

—Muy bien, mamá —contestó Isabel luciendo unos enormes bigotes de leche—. ¿Verdad que sí, Pedro?

—¡Sí! ¡Muy bien! —contestó Pedro mientras tomaba una dona de chocolate del centro de la mesa.

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