Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Cuando trabajaba en Televisa, Chihuahua, me gustaba la rubia Marissa Chávez, pero ella no me hacía caso. Durante la época navideña los directivos contrataron tres autobuses para llevarnos a Ciudad Juárez, donde sería la posada, y para que estuviéramos contentos en el viaje llenaron algunas hieleras de cerveza, además de repartir bolsas de frituras como papas y chicharrones.
Eran como cinco horas de viaje, además de que ya llevábamos días festejando y los excesos comenzaban a cobrarse con algunas indisposiciones gástricas.
Luego de unas horas bebiendo cerveza, cantando y vacilando, me dieron ganas de ir al bañito del autobús para orinar, pero como llevaba tanto tiempo sentado solté una ventosidad, eso sí, muy a gusto.
Al salir me encontré con una serie de gritos y con Maguregui rociando perfume con un aspersor. Al parecer algo estaba mal en los ductos de ventilación y todos los olores entraban directo al área de los pasajeros.
Pasado el mal rato seguimos bebiendo cerveza y comiendo chicharrones.
Más tarde me dieron ganas de orinar nuevamente y acudí al baño, ya algo achispado. Me relajé y volví a soltar una tremenda ventosidad mientras cerraba los ojos y disfrutaba de ese íntimo momento; de pronto recordé el problema con el sistema de ventilación y me apresuré a abrir la ventana para que saliera el olor, pero una ráfaga de aire entró y empujó esos aromas con fuerza hacia el área de pasajeros: desde el baño los oí gritar.
—Ya ni la amuelas —me dijo Armando, un amigo—, Marissa ya estaba por hacerte caso, pero con esto lo has echado a perder todo.
—Me fijé que va envuelta en su abrigo blanco; quizá no se dio cuenta y está dormida.
—No, que va, lo que pasa es que se ha cubierto con el abrigo para que el perfume la proteja de tamañas barbaridades. En este momento ha de estar odiándote.
—Uf, puras calamidades. Bueno, pásame otra cerveza.
El autobús continuó su trayecto sin más incidentes.