Por: Maribel R. y Elko Omar Vázquez Erosa
La tarántula
A Isabel, que estaba apurando sus tareas, se le iluminaban los ojos pensando en la gran noche, y es que no le llegaba la hora para reunirse con Pedro y los otros niños del pueblo.
Mientras tanto Pedro maquinaba en sus propias ideas de cómo conseguir material suficiente para poder quemar en la hoguera. Había pensado en aquella escalera de madera que colgaba de la pared del cobertizo de Antonia y de unas ruedas de repuesto que también guardaba por ahí. Era, cómo no, la noche más corta del año. A partir de ahí los días empezarían a menguar y se celebraba un ritual para fortalecer las horas solares y echar las “meigas” para afuera.
Era la gran Noche de San Juan, noche en que los vecinos (niños y mayores) se reunían para hacer una gran hoguera y así purificarse.
Esa noche todos cenarían juntos al tiempo que cocinarían las típicas sardinas de San Juan, carne a la brasa y varios postres, sin faltar todo tipo de bebidas que serían preparadas ahí, como “la queimada”, bebida a base de frutas varias, aguardiente y azúcar, a la que luego se le prendía fuego para quemar el alcohol, recitando un conjuro.
Eso les encantaba a Isabel y a Pedro, quienes al mismo tiempo aprovechaban para hacer de las suyas. Los dos estaban entretenidos tirando maderas al fuego y otros trastos cuando Isabel se fijó en que a lo lejos venía la Antonia, el párroco y algunos papás del pueblo.
—Mira, Pedro, ahí viene la bruja de ganchete con el camionero. Uf, nos va a estropear la fiesta.
—¿Tú crees, Isabel? —y acercándose a su oído le dijo algo que le hizo soltar unas risitas maliciosas.
Al rato se acercan los dos a la Antonia, que estaba sentada a coro con todos en unas piedras colocadas a modo de asientos:
—¡Hola, Antonia! —dijo Isabel poniendo carita de niña buena, arrepentida.
—¡Hola! ¡Sí! Mira que te traemos un refresco bien rico y queremos pedirte disculpas por todas las cosas que hemos hecho —le dijo Pedro, todo dispuesto y apenado.
—Sí, por fa, lo sentimos de veras —agregó inmediatamente Isabel.
Antonia sintió lástima e inmediatamente tomó el refresco dándoles las gracias y aceptando las disculpas. Se bebió medio vaso casi de un trago porque tenía mucha sed. Los niños se miraron mientras se marchaban rapidito para que no los pillaran riéndose.
No tardó mucho tiempo en hacer su efecto el refresco especial que ellos tenían preparado para la Antonia (media botella de licor de frutas con naranjada); entonces ella empezó a cantar y a danzar, pero se cayó en seguida y justo lo hizo en los brazos del párroco, que se levantó con ella todo alporizado. Javiercito, el camionero, intentó sostenerla, pero ella se agarró fuertemente al cuello del párroco sin dejar de cantar y reír. Isabel y Pedro soltaban carcajadas:
—¿Has visto, Isabel, los efectos del alcohol?
El párroco decidió coger a la Antonia en sus brazos para llevarla a su casa con la ayuda del noviete; pero ella se resistió y comenzó a levantarse las faldas, quedando al destape todas sus partes bajas. Pedro gritó, aterrorizado:
—¡La Antonia tiene una araña peluda bajo sus faldas!
Los niños pararon el coro y empezaron a chillar mientras los mayores reían a carcajadas.
—No, Pedro, es una tarántula —le advirtió Isabel con cara de asombro.
Finalmente Javiercito consiguió que la Antonia se sentara, le llevó una bebida y ambos se pusieron a contemplar las llamas.
En eso el tío Miguel llamó a Pedro ya que estaban por preparar la queimada y a él le tocaba recitar el conjuro, mismo que transcribimos a continuación en sus versiones gallega y castellana, a saber:
En gallego:
Mouchos, coruxas, sapos e bruxas; demos, trasnos e diaños; espíritos das neboadas veigas, corvos, pintegas e meigas; rabo ergueito de gato negro e todos os feitizos das menciñeiras…
Podres cañotas furadas, fogar de vermes e alimañas, lume da Santa Compaña, mal de ollo, negros meigallos; cheiro dos mortos, tronos e raios; fuciño de sátiro e pé de coello; ladrar de raposo, rabiño de martuxa, oubeo de can, pregoeiro da morte…
Pecadora lingua de mala muller casada cun home vello; Averno de Satán e Belcebú, lume de cadáveres ardentes, lumes fatuos da noite de San Silvestre, corpos mutilados dos indecentes, e peidos dos infernais cus…
Bruar da mar embravecida, agoiro de naufraxios, barriga machorra de muller ceibe, miañar de gatos que andan á xaneira, guedella porca de cabra mal parida e cornos retortos de castrón…
Con este cazo levantarei as chamas deste lume que se asemella ao do inferno e as meigas ficarán purificadas de tódalas súas maldades. Algunhas fuxirán a cabalo das súas escobas para iren se asulagar no mar de Fisterra.
Ouvide! Escoitade estos ruxidos…! Son as bruxas que están a purificarse nestas chamas espiritosas… E cando este gorentoso brebaxe baixe polas nosas gorxas, tamen todos nós quedaremos libres dos males da nosa alma e de todo embruxamento.
Forzas do ar, terra, mar e lume! a vós fago esta chamada: se é verdade que tendes máis poder ca humana xente, limpade de maldades a nosa terra e facede que aquí e agora os espiritos dos amigos ausentes compartan con nós esta queimada.
En castellano:
Búhos, lechuzas, sapos y brujas; Demonios, duendes y diablos; espíritus de las vegas llenas de niebla, cuervos, salamandras y hechiceras; rabo erguido de gato negro y todos los hechizos de las curanderas…
Podridos leños agujereados, hogar de gusanos y alimañas, fuego de la Santa Compaña, mal de ojo, negros maleficios; hedor de los muertos, truenos y rayos; hocico de sátiro y pata de conejo; ladrar de zorro, rabo de marta, aullido de perro, pregonero de la muerte…
Pecadora lengua de mala mujer casada con un hombre viejo; Averno de Satán y Belcebú, fuego de cadáveres ardientes, fuegos fatuos de la noche de San Silvestre, cuerpos mutilados de los indecentes, y pedos de los infernales culos…
Rugir del mar embravecido, presagio de naufragios, vientre estéril de mujer soltera, maullar de gatos en busca gatas en celo, melena sucia de cabra mal parida y cuernos retorcidos de castrón…
Con este cazo elevaré las llamas de este fuego similar al del Infierno y las brujas quedarán purificadas de todas sus maldades. Algunas huirán a caballo de sus escobas para irse a sumergir en el mar de Finisterre.
¡Escuchad! ¡Escuchad estos rugidos…! Son las brujas que se están purificando en estas llamas espirituales… Y cuando este delicioso brebaje baje por nuestras gargantas, también todos nosotros quedaremos libres de los males de nuestra alma y de todo maleficio.
¡Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego! a vosotros hago esta llamada: si es verdad que tenéis más poder que los humanos, limpiad de maldades nuestra tierra y hacer que aquí y ahora los espíritus de los amigos ausentes compartan con nosotros esta queimada.
Se sirvió la queimada y todos se quedaron muy seriecitos. Antonia se fijó que entre el fuego cuatro neumáticos, marca Goodyear, se derretían. Eran igualitos a los que ella había comprado para su automóvil.
Asimismo vio unas chanclas, y una escalera igualita a la que ella tenía en su cobertizo.
Antonia se talló los ojos: en la escalera todavía alcanzaba a verse un corazón tallado con los nombres: Antonia y Javiercito: forever in love.
¡Era su hermosa escalera!
Antonia montó en cólera y atrapó a Pedro, que bailaba cerca de ella, sosteniéndolo por el cuello de la camisa y por la fajilla del pantalón, así que comenzó a darle volantín mientras protestaba:
—¡Maldito niño endemoniado! ¡Con que os habéis robado mis cosas para quemarlas en las llamas de San Juan!
Pedro se agitaba, desesperadamente. Isabel corrió en su ayuda y, al mismo tiempo que Pedro fue lanzado al vacío Isabel, que forcejeaba con la Antonia, le arrancó las faldas, por lo que la enfurecida mujer quedó desnuda de la cintura hacia abajo.
Todos miraban asombrados, incluso el tío Ezequiel, que mantenía una siesta eterna, abrió los ojos como platos y hasta se acomodó el monóculo.
La Antonio pescó a Isabel de las greñas y comenzó a zaherirla mientras gritaba:
—¡Malditos! ¡Malditos niños endemoniados!
Doña Genoveva y doña Bertita, las gemelas del pueblo, estaban indignadísimas. La primera de ellas tomó su paraguas y le metió tamaño porrazo en las posaderas a la Antonia: ¡plaf!
—¡Deje usted en paz a esas pobres criaturas, mala pécora, mujer descarada!
Doña Genoveva siguió atizándole en las nalgas a la pobre Antonia, quien trataba de escapar del castigo, si bien tropezaba constantemente, debido a los efectos de la borrachera.
—¡Pobrecitas criaturas! ¡Inocentes! —dijo doña Bertita mientras ayudaba a los niños a incorporarse, les hacía caricias y les obsequiaba dulces.