Por: Elko Omar Vázquez Erosa
La película Dangerous liaisons (Relaciones peligrosas), basada en la novela epistolar homónima de Choderlos de Laclos, narra la historia del vizconde de Valmont, un seductor que hace una apuesta con una ex amante para conquistar a una mujer virtuosa; pero en el proceso se enamora de ella y se hace matar como una forma de expiación por haberle provocado la muerte al maltratarla emocionalmente.
La película no tiene pierde y cuenta con las actuaciones de Jhon Malkovich, Glenn Close, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman, Keanu Reeves y otros actorazos.
Cuando la vimos mi hermano Ricardo y yo quedamos impresionados cuando una fila de criados despertaba al vizconde en sus habitaciones llevándole el desayuno a la cama, luego vestían al señorón, le ofrecían docenas de zapatos para que eligiera, le ponían la peluca y la polveaban: finalmente el vizconde estaba listo, como un Satán aderezado con encajes, para sus galantes correrías.
—¡Demonios! —dijo Ricardo— ¡Yo también quiero que me lleven el desayuno a la cama!
—¡Estaría de perlas! –confirmé— cuando menos el fin de semana.
Nuestra hermanita Karla, quien tendría unos nueve o diez años pasaba por ahí y alcanzó a escucharnos, cosa que le sugirió una idea y nos propuso:
—Si quieren yo les llevo el desayuno a la cama el sábado y el domingo.
—¿Lo harías por nosotros? —pregunté, admirado ante tanta abnegación.
—¡Hermanita! —le dijo Ricardo mientras hacía ademán de darle un abrazo.
—Serían cincuenta pesos por cabeza —dijo Karla.
—Ya me parecía demasiado bueno —me quejé.
—Tenemos que discutirlo —intervino Ricardo—. En breve te daremos a conocer nuestra decisión.
Ricardo subió apresuradamente a su cuarto, que se encontraba en la segunda planta y yo me metí al mío, que tenía entrada independiente y se ubicaba en el patio trasero.
En aquellos días los teléfonos celulares parecían un ladrillo y eran el lujo de empresarios y altos funcionarios; pero Ricardo y yo nos habíamos hecho de unos interfonos secretariales.
Entré a mi cuarto y escuché el bip del interfono: apreté el botón de escucha:
—Elko, ¿qué te parece la propuesta de Karla? Cambio.
Oprimí el botón para hablar:
—Cincuenta pesos no me parecen mucho para amanecer como reyes el sábado y el domingo: seríamos la envidia de todo el Bachilleres. Te apuesto a que nadie tiene room service. Cambio.
Pulsé el botón de escucha:
—Sí, hasta podríamos hablar mientras desayunábamos en la cama —opinó Ricardo— pero tenemos que asegurarnos que el desayuno sea de calidad: Karla es capaz de llevarnos un tazón de corn-flakes con leche. Cambio.
Digité el botón para hablar y dije:
—Podemos exigirle un desayuno americano: huevos con jamón o tocino, una rebanada de pan tostado con mermelada, puré de papa, un café y un vaso de jugo de naranja. Cambio.
Toqué el botón de escucha:
—Me parece buena idea; pero no hay que olvidar que la estética es importante. Mamá tiene unos mantelitos con los que Karla podría cubrir nuestro desayuno y que nos colocaríamos como servilleta, al puro estilo del vizconde de Valmont. Si estás de acuerdo nos vemos en el cuarto de Karla.
—Estoy de acuerdo, cambio y fuera.
Karla nos cobró por adelantado, pero el primer fin de semana despertamos de lujo. Mientras desayunaba sonó el interfono y pulsé el botón de escucha:
—¿Cómo amaneció el señor duque? Cambio.
—Oprimí el botón para hablar:
—Excelente, señor marqués, excelente. ¿Qué toca hoy? ¿Video juegos o películas? Cambio.
Pulsé el botón de escucha:
—Propongo que vayamos a Pizza del Rey: nos lo merecemos…
Desgraciadamente Karla tenía un cortejo de amigas que organizaban pijamadas y al tercer fin de semana no se despertó porque se había desvelado. Ricardo estaba furioso y aunque intentamos restablecer el servicio Karla fallaba tanto que dejamos de pagarle y tuvimos que levantarnos, como simples mortales, a prepararnos el desayuno. Así terminó nuestra existencia de grandes señores feudales.