Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Luis Manuel despertó con una resaca terrible, pero consiguió arrastrarse hasta la regadera. Poco después comenzó a beber una cerveza que quedaba en el refrigerador y en seguida tomó el teléfono y le marcó a su compadre:
—¡Tobías! ¡Anoche fui a un bar donde tenían un bacín de oro!
—¡Está loco, compadre! ¡Está loco! ¿Pues cómo andaba?
—Se lo juro, compadre —insistió Luis Manuel—. El problema es que no recuerdo el bar en el que tenían esa maravilla en la que vale la pena aliviarse.
—Se lo habrá imaginado…
—¡Claro que no! Es más, le propongo una cosa. Venga por mí y nos curamos la cruda durante un recorrido por varios bares, hasta que demos con ese sitio encantador.
—Vale.
Poco después Tobías, que cojeaba de la misma pata que su compadre, recogió a Luis Manuel en un viejo Volkswagen que parecía un chicharrón de tantos golpes recibidos.
Bajaron en el primer bar, tirando latas y latas de cerveza, que reposaban en el suelo del vehículo.
Pidieron dos cervezas. Luis Manuel preguntó:
—¿Aquí es donde tienen un bacín de oro?
—No, aquí no es.
De cualquier modo se asomaron a los baños, que estaban horrorosos y olían a orines rancios. La escena se repitió toda la tarde hasta que llegaron al Gambrinos.
—Este bar —dijo Luis Manuel, tambaleándose— se honra con el nombre del mítico personaje que le arrancó al diablo el secreto de la cerveza —y es que Luis Manuel era un borracho culto—. Algo me dice que hemos llegado a nuestro destino.
Pidieron dos cervezas que el barman, un panzón con cara de pocas pulgas, les sirvió de mala gana y continuó limpiando sus vasos.
—Jefe —dijo Luis Manuel—, ¿aquí tienen un bacín de oro?
Una vena comenzó a palpitar, peligrosamente, en la sien derecha del panzón. Luis Manuel y Tobías presintieron la desgracia.
—¡Pedro! —gritó el barman— ¡Aquí está el cabrón que se cagó en tu saxofón!