Por: Elko Omar Vázquez Erosa
A un lado de mi negocio, en las escaleras de Soriana Saucito que dan a la avenida Francisco Villa, todas las mañanas don Chuy, santo patrón de los crudotes, abre su puesto de barbacoa: le queda tan buena que los mismos dioses del Olimpo acuden a comprarle disfrazados de mortales.
Nada menos que el día de ayer me encontré con Apolo, cuyos briosos corceles piafaban enganchados al dorado carruaje del dios, si bien el vulgo sólo veía un humilde Nissan.
—¿Qué es el hombre? El sueño de una sombra. Pero cuando un esplendor viene del cielo Él brilla en la luz y la vida es deliciosa —cité a Píndaro y Apolo se sintió halagado:
—¡Ahijado! ¿Cómo estás?
—Bien, padrino.
—Te mandan saludos las muchachas, menos Melpómene pues dice que la tienes muy olvidada y que ya escribes puras comedias en tu blog.
—Es que ya es bastante tragedia vivir en este país, pero dile que no se preocupe: este año pienso publicar mi trágica novela de vikingos.
—Yo le comento —contestó Apolo y prometió ponerme en buenos términos con la musa de la tragedia.
—¿Qué les vamos a servir? —preguntó don Chuy.
—A mí me pone cuatro taquitos de maciza, don Chuy, y dos de sesos —pidió el Musageta.
—¿Y a usted?
—Lo mismo que a mi padrino.
—¿Y de tomar?
—Una Sprite.
—Igual —pedí.
—Oye, padrino, todavía no despegan las ventas de mis libros. ¿Qué está pasando con ustedes?
—¡Ah, caray! Déjame veo. Tengo que hablar con mi contador porque ahorita tenemos un desmadre y el imbécil de Peña Nieto viene a complicar todos mis negocios en México con su horrible reforma fiscal. De veras que ustedes los mexicanos son unos pendejos, mira que votar por ese animal.
—A mí no me mires.
—Salen sus órdenes —dijo don Chuy y pasamos a la mesita para agregar verdura a los tacos. Apolo les puso bastante picante:
—¡Esta salsa me mata! —afirmó el dios—. Sí, hombre, tengo que andarme con cuidado si no quiero que truene el changarro como me pasó en Delfos, cuando la competencia se puso a enterrar cadáveres en mis jardines y Constantino nos dio la espalda.
Apolo se chupó los dedos con deleite, se llevó a la boca otro taquito y continuó:
—Oye, por cierto no traigo suelto, vas a tener que invitar el desayuno.
—Valiente protector de las artes estás hecho.
—¡Qué delicado me saliste! Ni siquiera los dioses estamos a salvo de tu lengua afilada.
—Bueno, no te enojes. Es más, para que veas que sigues siendo mi dios favorito le voy a encargar a don Chuy dos kilos de barbacoa con bastante verdura y salsa picante para que les lleves a las musas. Total ellas no me desamparan y, mal que bien, casi todos los días me mandan algo de inspiración.
—¡Híjole! ¡Te luciste! Sirve que se les pasa el enojo porque anoche me fui de parranda con mi hermano Dionisio. ¡A ver don Chuy, póngame dos kilos de barbacoa para llevar, con verdura y salsa aparte! ¡Paga mi ahijado!
—Enseguida se los pongo —señaló don Chuy.
Terminamos de comer, don Chuy le entregó su pedido a Apolo.
—¿Cuánto le voy a deber, don Chuy? —pregunté.
—Ahorita nos arreglamos con los billetes de lotería —contestó ese santo varón.
—Bueno, ahijado —dijo Apolo—, gracias por el detalle. En lo que se refiere a las ventas de tus libros yo me voy a ocupar personalmente, dame uno o dos días para ponerme al corriente.
—Vale.
Mi padrino se despidió y quedó muy formal con echarme la mano, pero no es de sabios confiar en las promesas de los dioses. Hasta me temo que un día se lleven al Olimpo a don Chuy con todo y puesto.

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