Por: Elko Omar Vázquez Erosa
I
Además de guapa mi tía María del Pilar Sánchez de Erosa es una mujer talentosa que pinta como los ángeles. Al igual que muchas otras personas creativas mi tía es de genio vivo y en más de una ocasión ha tenido que lamentar los estragos ocasionados por sus enojos, de ahí que se decidiera a emprender un viaje a la India para entrevistarse con el swami Chindeputra Visnukananda, místico que le había sido recomendado por una de sus amistades[1].
—José —le dijo a mi tío—, voy a hacer un viajecito a la India. Me voy ligera de equipaje y con el personal mínimo para que mi estancia en la India sea lo más cómoda posible.
Mi tío José dio su consentimiento y mi tía Pilar comenzó a preparar su equipaje: doce maletas con algunos vestidos por si se presentaba una que otra recepción, varios trajes de amazona color mostaza, un fuete para manejar a las bestias de carga y poner en su lugar a los insolentes, además de cosméticos y artículos de acampada que sería fatigoso mencionar.
Eso sí, primero muerta que perder el estilo: acompañaban a mi tía su asistente personal, doña Filo, quien empacó varios vestidos mayas típicos de Mérida, Yucatán, así como algunas especias locales para aderezar las comidas y; su estilista y maquillista, Daniel.
Una vez en la India mi tía alquiló 15 mulas para que cargaran los enseres y contrató a un guía, ocho mozos y cuatro tipos enormes, con rostros pétreos, inexpresivos, que se encargarían de la seguridad de los viajeros, toda vez que el swami Chindeputra Visnukananda habitaba en un semiderruido templo antiguo, extraviado en lo más profundo de la jungla.
Durante el camino mi tía y su comitiva visitaron los bazares de varias ciudades populosas a fin de llevar algunos recuerditos para sus amistades. Cosa de nada: 27 chales de Cachemira, 25 alhajeros de sándalo e igual número de imágenes del popular dios Ganesh, 18 alfombras, 35 juegos de sábanas de seda tejidas a mano, 15 juegos de loza, 29 frascos de perfumes exóticos, 43 collares (con sus respectivos aretes) de piedras semipreciosas, entre otras cosillas.
Mi tía fue recibida por su alteza el maharajá Sing Ajatashatru Ambarisha Gondofares en cuyo palacio los viajeros pudieron disfrutar lo más exquisito de la cocina de la India: crujientes papadoms, pupas de gusanos de la seda, pollo tanduri, leche de coco y muchas delicias más.
En lo más animado de la cena el maharajá hizo que los músicos guardaran silencio y aplaudió una sola vez: un grupo de sirvientes acudieron con regalos para los huéspedes del príncipe, cuyo servidor principal, Ranjit, anunció:
—El maharajá Sing Ajatashatru Ambarisha Gondofares ruega a sus honorables huéspedes que acepten unos humildes obsequios.
Doña Filo, indignadísima, susurró al oído de mi tía Pilar:
—¡Mare, doña Pilar! ¡Pero qué fresco ese puyul![2] Le está diciendo maktá[3] al señor Sing en sus merititas narices.
—Shh —respondió en voz baja mi tía Pilar. Ranjit continuó:
—Su excelencia ha incluido entre sus regalos algunos puranas[4].
—¡Su pirix![5] —gruñó doña Filo entre dientes—. ¡Bomba! ¡Nos está diciendo pelanás[6] el muy majadero!
II
El swami Chindeputra Visnukananda se encontraba en profunda meditación. Durante 30 días se había abstenido de probar alimento y merced a un complicado manejo de la respiración y al rechazo de todo pensamiento intrascendente el velo de maya se fue retirando para dejar paso a una visión esplendorosa. El swami atisbó todos los rostros de Brahamá y su cuerpo, en posición de flor de loto, comenzó a levitar.
—¡Swami! ¡Swami! —gritó uno de sus acólitos abriendo de improviso la puerta, que azotó contra una de las paredes. El swami perdió la concentración y cayó de puro culo en las baldosas de piedra que pavimentaban el suelo de su celda.
—¿Qué pasa, Jaswinder? —preguntó el swami, apartando un impulso de ira que amenazaba con nacer en su interior.
—Una mujer blanca, acompañada de una comitiva, solicita audiencia con su santidad.
—Diles que durante 60 días y 60 noches deberán meditar y ayunar y si los dioses les son propicios los recibiré.
Jaswinder hizo una reverencia y salió corriendo, raudo y veloz como una gacela. Cinco minutos más tarde regresó con su maestro, sin aliento:
—¡Swami! ¡Swami! La señora viene acompañada por cuatro tipos enormes que van a derribar las puertas del templo con sus mazas si no la recibe.
El swami suspiró y dijo:
—Ante la tormenta los árboles son destrozados, pero la frágil hierba, que danza con el viento, permanece.
—¿Eso significa que les abra las puertas?
El swami volvió a suspirar, le dio una palmadita a su discípulo en la espalda y respondió:
—Siempre consigues asombrarme con tu inteligencia, Jaswinder: ábreles la puerta.
Jaswinder acudió ante los buscadores de la verdad y anunció:
—El swami Chindeputra Visnukananda los recibirá inmediatamente.
Poco después los viajeros se encontraron con el swami, quien los recibió con una jarra de agua fresca y unos pocos frutos.
—¡Mare! —exclamó doña Filo— ¡Pero si este hombre está en los puros huesos y esas frutitas se nos van a quedar entre las muelas! Ahora mismo preparo unos papadzules, unos salbutes y una salsa de chile habanero.
Afortunadamente el swami seguía un camino espiritual que le permitía el consumo ocasional de huevos y carne de aves, por lo que dijo:
—Disponga como lo desee, querida visitante.
—¡Hala! ¡Hala «ninio»! —ordenó doña Filo a Jaswinder—. Ya escuchaste al señor Salami a cuya madre deberías aprender a respetar, mentecato! ¡Llévame a la cocina!
Una vez que doña Filo y Jaswinder partieron mi tía Pilar le regaló unos libros al swami y dijo:
—Maestro, mi carácter es fuerte y busco una técnica para mantener la calma.
—Es preciso abstenerse de la comida picante y observar ayuno.
—Imposible —respondió mi tía—. Cuando pruebe la salsa de chile habanero que hace doña Filo me comprenderá mejor. En lo que se refiere al ayuno los jueves como con mis amigas, así que no se va a poder.
—Se aconseja vaciar la mente de todo pensamiento.
—Ya lo he intentado y me quedo dormida de puro aburrimiento.
El swami, hombre sabio como pocos comprendió que la mayoría de los occidentales necesitamos tomar otros senderos en la búsqueda de la iluminación.
—Hace cuatro mil años un gran maestro escribió un mantra a petición de un rey. Durante mucho tiempo se ha mantenido en secreto, pero ha llegado la hora de correr el velo de los siglos.
El swami se acercó a los pies de la diosa Saraswati, empujó uno de los adornos del pedestal y un compartimiento secreto se abrió, revelando un rollo con el mantra.
Desde entonces mi tía Pilar ha conseguido suavizar su carácter y la gente ya no la saca de sus casillas como antes pues, como ella dice, si los pendejos volaran oscurecerían el cielo. ¿Qué caso enfadarse entonces ante lo inevitable?
A continuación se transcribe el mantra, para beneficio de la humanidad, con autorización de mi tía y fielmente traducido del sánscrito.
El mantra debe recitarse con un tono musical, poniendo especial acento en la sílaba Om, cuyas benéficas vibraciones traen calma al espíritu:
¡Ooommm!
A la chingada.
¡Ooommm!
Me vale madre,
no es mi pedo.
¡Ooommm!
[1] Este relato juega con una serie de equívocos. No es intención del autor hacer mofa de las culturas India y Maya.
[2] Marica en maya.
[3] Come mierda.
[4] Pareados filosóficos de la religión hindú.
[5] Culo en maya. Se pronuncia “pirich”.
[6] Pelaná significa “los pelos alrededor del culo de tu mamá”. Es el máximo insulto maya.
Encantadora Pilar, tía del cumplido cronista; su fuerte carácter es parte de los atractivos con los que se maneja por el mundo como una reina. Encantadora doña Filo, genio de la cocina y del conocimiento de la condición humana vista desde un lenguaje práctico y claridoso. Precioso relato, divertidísimo. Pecata minuta: el título quedaría mejor así: Mi tía Pilar en busca de trascendencia, sin el artículo «la». Pero esto es solo una impertinente y no pedida opinión.
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Tratándose del maestro Jesús Chávez Marín ninguna opinión suya es impertinente. Recibimos el consejo y procedemos a corregir el título.
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