Por: Elko Omar Vázquez Erosa
I
Todo comenzó durante el otoño del 2007, cuando era un poco más joven y bello. Mi hermana Karla quería que le recomendara un buen libro de vampiros así que nos metimos a una librería:
—Señorita —pregunté a la tía que despachaba—, ¿tendrán La muerta enamorada, de Theophile Gautier?
La dama en cuestión, que engalanaba su rostro con unos bigotes que hubieran sido la envidia del general Francisco Villa o del mismísimo Vercingetórix, me miró con absoluto desprecio esperando que yo desapareciera, pero como eso no ocurrió ella lanzó un suspiro y tecleó el título del libro en su computadora.
—No lo tenemos en existencia, caballero.
—¿Tendrá Soy leyenda, de Richard Matheson?
La mujer me miró como a un forúnculo o a una aberración surgida de la mente de Lovecraft; pero avezada en tratar con lectores irritantes se recompuso rápidamente y tecleó el título para informarme, con una sonrisa condescendiente, que no lo tenían.
Finalmente la tipa me prestó el teclado del ordenador a fin de que la dejara en paz y buscara yo mismo todos los libros para anormales que me viniera en gana: no estaba Carmilla, de Sheridan Le Fanu ni Salem´s Lot, de Stephen King… Había algunos de Anne Rice, pero ya los había leído mi hermana.
Ni hablar, Karla, no tienen nada de vampiros en esta librería. Deben ser mormones, testigos de Jehová o han sufrido alguna otra experiencia traumática.
Apenas dije lo anterior cuando una señora de unos 48 años apareció como por ensalmo:
—¡Disculpen! Escuché que buscaban algo de vampiros.
La mujer, que tenía unos kilitos de más, lucía unas mallas ajustadas color violeta, unas zapatillas blancas, una blusa esmeralda, aproximadamente siete metros de joyería de fantasía enrollados alrededor de su cuello, unas pulseras que sonaban como cascabeles cada vez que se movía (lo que ocurría todo el tiempo) y unas uñas de plástico pintadas de colores chillones y aderezadas con un montón de brillantes.
Completaba su atuendo con una enorme bolsa dorada y una bandana azul turquesa de la que escapaban algunos rizos teñidos con un tono naranja.
—¡Deben llevar éste! —dijo la mujer esgrimiendo un libro con una portada bastante mediocre titulado Crepúsculo—. Tiene de todo: amor, misterio, aventura.
Sospecho que era la tía de Stephenie Meyer disfrazada de maestra de manualidades de la YMCA ya que se deshizo en elogios por el libro; pero eso no fue lo peor: terminé leyéndolo.
II
Con un estilo que recuerda a Corín Tellado (si la famosa narradora se hubiera decidido alguna vez a contar una historia de terror) Stephenie Meyer nos cuenta la historia de Isabella Swan (Bella), colegiala berrinchuda que decide mudarse a Forks, pueblo lluvioso en medio de un bosque sombrío, toda vez que su madre ha vuelto a casarse. En dicho sitio la espera su padre, el insignificante jefe de policía al que Bella siempre se refiere como Charlie.
Bella acude al colegio local donde causa furor entre sus mentecatos condiscípulos, a quienes batea alegremente.
Edward Cullen, un guaperas que no se aburre de asistir al colegio luego de 90 años de existencia vampírica, se siente ferozmente atraído por Bella, cuya sangre tiene un aroma particularmente atractivo para los vampiros.
A lo largo de interminables y soporíferas páginas, salpicadas con los chismorreos propios de adolescentes en plan de ligue, asistimos a los escarceos entre la irascible Bella y el “misterioso” Edward, quien poco a poco revela todos sus secretos, a saber:
Los vampiros no duermen; los Cullen forman un clan de vampiros bonachones que han decidido abstenerse de beber sangre humana y en cambio cazan osos y panteras en el bosque; los vampiros no usan ataúdes, no los dañan las cruces y no les afecta el sol, pero los pone en evidencia. Esto último intriga a Bella, pero pronto acude con Edward a un claro del bosque donde lo tocan los rayos del sol y se pone a brillar como un árbol de Navidad. Sólo faltó el castillo de Walt Disney y el hada Campanita trazando estelas de polvo mágico en el aire; por otro lado lo anterior explica que durante el pasado Halloween un adolescente se rodeara con todas las series de foquitos navideños de su casa: estaba disfrazado de un vampiro de Crepúsculo.
Pero me estoy extraviando: poco después Bella es presentada a la familia de Edward Cullen y ellos la invitan a que contemple un juego de béisbol en medio del bosque aprovechando una tormenta llena de truenos que habrán de disimular el estruendo que los vampiros producen al golpear la pelota.
Al parecer a los vampiros no se les ha ocurrido otra cosa, durante su paso por la eternidad, que jugar a tan fastidioso deporte. Prueba de ello es que tres miembros de otro clan de vampiros —que por cierto no han renunciado a beber sangre humana— escuchan el ruido del juego y ansiosos por participar se reúnen con los Cullen, lo que pone en peligro a Isabella Swan cuya sangre, como ya se dijo, resulta extremadamente atractiva.
Bella decide huir de Forks, finge una pelea con Edward y le suelta una filípica al pobre de Charlie (su padre) diciendo que se siente muy atraída por el joven Cullen, pero que no soporta vivir en un lugar tan mediocre como Forks y que no piensa cometer el mismo error que su madre casándose con un patán pueblerino. En lugar de ponerle unos cintarazos el patético Charlie permite que su hija adolescente huya a Phoenix, en medio de la noche, a bordo de una vieja camioneta que él mismo le había regalado.
James, uno de los vampiros malosos, consigue secuestrar a Bella y la deja malherida; pero la angustia de los lectores termina más adelante cuando la señorita Swan es asistida por los Cullen, regresa al pueblo y el argumento desemboca en el clásico baile de fin de cursos.
En la página de agradecimientos Stephenie Meyer reconoce su deuda con un tal Jodi Reamer, que en su casa lo conocen, por haberla asesorado en todas sus preguntas acerca de automóviles: ¡Pluguiera al cielo que se hubiera informado sobre vampiros!
Una novela apta para adolescentes descerebrados y retrasados mentales de todas las edades. La película es peor: ¡quieran los dioses que jamás me vea en la necesidad de leer los dos volúmenes restantes!, y es que Stephenie Meyer, no contenta con Crepúsculo, se dio a la tarea de escribir Luna nueva y Eclipse. ¡Qué Nosferatu la perdone!
«¡Pluguiera al cielo que se hubiera informado sobre vampiros!»
hahahahaha
saludos elko
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Es correcto primo una clasica Gringada !!!
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