Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Sus manos sarmentosas semejaban
de las aves las garras implacables.
Tan vieja como el tiempo,
como el silencio que se enseñorea
de heladas galerías sepulcrales.
Siniestra como el bosque
que en el otoño presagia la nieve,
y los rojos festines de los lobos.
Llamó —llamó a la puerta—
y las risas cesaron por ensalmo,
y en acónito se tornaba el vino.
Tenía una veladura
en uno de sus ojos,
cruzaban por su rostro
los años olvidados.

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