Por: Elko Omar Vázquez Erosa
La mini réplica de la espada de Conan (interpretado por el Chuache) es de Marto (un taller español que mantiene la tradición de crear espadas con alma de hierro, el mejor acero del mundo). Tiene su certificado de autenticidad y unas runas falsas, grabadas sobre la hoja, que dicen: «Suffer no evil yee who wield this in the name of Crom» (no sufrirá mal quien blanda esta espada en el nombre de Crom).
El alebrije (una rana con estrellas) está hecha de pasta de papel. Los alebrijes fueron creados por un artesano mexicano indígena quien, a punto de morir, en su agonía se imaginaba esos bichos y escuchaba la palabra «alebrije».
El negrito de ébano que está en mi vitrina me lo trajo mi tío Dizán de África (sí, los paganos tenemos tíos que son sacerdotes católicos, ¿qué queréis que haga al respecto?) y fue tallado, en una sola pieza, por algún artesano de la nación zulú (pueblo guerrero que varias veces derrotó a los ingleses con sus escudos hechos de cuero de vaca y con sus lanzas cortas, de ahí el héroe Shaka Zulu, claro que los ingleses y los norteamericanos son pésimos guerreros y si han vencido ha sido por pura superioridad económica, que las guerras se ganan desde ahí).
Entre mis cosas es posible encontrar dibujos de Conan, originales de Jhon Buscema (y autografiados), la colección clásica, completa, de cómics de la Witchblade y de The Darkness, y muchas otras cosas curiosas (libros del siglo XVIIII, del siglo XIX, etc.).
Soy dueño de la esmeralda de Nerón, de la espada flamígera del arcángel Gabriel (con la que corto el pasto de los extensos jardines de mi casa) y de la ubicación exacta del tesoro de Moctezuma, lo que explica por qué soy un excelente partido y todas las mujeres del mundo se pelean por mí.
También me pertenece el cráneo de Francisco Villa (el que tienen los gringos de Skull and Bones es de una mujer rarámuri) y el de Yorick; domino sobre ángeles y arcángeles furiosos encerrados en botellas de vinos exquisitos (hasta que me las bebo y me dominan), la oreja de Van Gogh y la cabeza de Yokanán (que si la saco de su caja se pone a lanzar anatemas en contra de nosotros, los paganos).
Poseo los calzones surrealistas de Salvador Dalí y unos calzones (valga la rebuznancia) interactivos con los que se puede amar a una mujer, en la distancia.
Debajo de la glorieta de Francisco Villa he escondido una nave espacial para huir de este planeta en caso de necesidad.
También tengo el vasito tequilero que puso William S. Burroughs sobre la cabeza de su esposa, cuando la asesinó jugando a Guillermo Tell (el muy imbécil estaba bebiendo vodka del más corriente, marca Oso Negro).
Soy amo y señor de una bolsa llena de metáforas, del sombrero de William S. Burroughs, de un montón de fantasmas y de las llaves del Valhalla.
Y en la palma de mi mano derecha la estrellita que le pusieron a mi sobrinita Amy en la frente, por alguna inexplicable razón.