Pretextos acerca de Pessoa y Ofelia Queiroz

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

El plástico es bello, afirmaba Andy Warhol quien, por otro lado, me parece un tipo quesque excéntrico, muy sobrevalorado; si bien es cierto que todos llegamos a disfrutar «ese olor a plástico nuevo, de los juguetes, en Navidad».

Me gustaría que Andy Warhol mirase los mares actuales.

Me gustaría que los hombres presentes mirasen las consecuencias futuras de lo que ahora consideran bello.

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Considero, pues, al cristianismo, como una contaminación, como una desviación del camino original, que nosotros teníamos.

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Estudiar a Pessoa es imposible para el académico, para el novelista, para el periodista: para comprender a Pessoa hay que pensar sintiendo y sentir pensando; incluso me he vuelto, momentáneamente, oficinista: hay una nada que nos recorre, y muchos otros yoes.

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Por alguna desconocida razón, o no tan desconocida, el periodista mira con una supuesta superioridad, igual que hace el novelista, al poeta: el poeta mira, con una sonrisilla divertida, tanto al periodista como al novelista: hemos puesto, en orden ascendente, del fango hacia lo alto, a los susodichos géneros no literario y literario.

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La poesía es el camino hacia los límites, como las runas son…

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Como hicieran los antiguos godis Pessoa incorpora a Cristo, el dios doliente, al panteón; pero no los subordina al dios doliente…

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El alma indoeuropea es politeísta, es muchos y ninguno…

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Únicamente «Nadie» puede destruir al ojo que todo lo mira, a la uniformización, como hiciera Odiseo o Ulises, con Polifemo, de quien dijera la diosa Minerva, que casi se venía nada más de verlo y hubiera deseado quitarse el vestido ahí mismo: «con sus palabras de fina burla».

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Oriente y Occidente se dan la mano con Pessoa.

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Estaba borracho, como buen galaico portugués.

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Cuando los mexicanos se ríen de Galicia me pasa, me pasa que tengo qué hacer un esfuerzo, para no romper a carcajadas.

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Varg Vikernes asesina al satánico de Euronymous por la sencilla razón de que Euronymous lo iba a matar. Varg, quien por cierto es un pagano de tercera, hizo bien. Los dioses lo bendicen como bendicen a los campesinos violentos, y nada más.

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—Oye, viejo, que en la India creen en un avatar de los dioses que se llama Juggernaut.

—Sí —dijo el viejo huevón, un oficinista, aplastado por el sistema liberal, o de izquierdas, o ve tú a saber —eso creen esos salvajes.

El caso es que pasaba el carruaje y, ante el asombro de la gente civilizada, vieron cómo los devotos se dejaban aplastar por el carruaje, pudiendo hacerse a un lado.

Se hicieron de cruces y, los creyentes se rifaban el derecho a ser Jesucristo, y los ateos a ser, con mucho menos buen gusto, debo decir, algún mártir de izquierdas, que no Karl Marx, quien por cierto se lo había pasado a toda madre, fume y fume, y bebe y bebe.

Juggernaut es el carruaje del dios, que todo lo aplasta, y lo aplastará.

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A los 16 años los españoles asesinan a una mujer de Marruecos y con su piel confeccionan una chamarra, o quizá lo anterior sea falso (si bien debería ser cierto); pero nadie fabrica chamarras de piel de cabritilla como lo hacen los españoles.

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Tenía el mal gusto de exhibir, en su salón, flores de plástico, y entre los títulos de su biblioteca titilaban los libros de Mario Benedetti, mal gusto que, por otro lado, no comparto, pudiendo tener todos los discos de Britney Spears.

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Tras aquella borrachera el poeta se quedó dormido y dejó abiertas las puertas del gallinero: las metáforas campaban a su sabor y picoteaban por todos lados, invadiendo incluso las redes sociales del autor.

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¡En la boca no, vieja! ¿O con qué te voy a besar después?

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Se había enamorado de una figura de acción.

Se pasaba las horas contemplando sus curvas de ensueño y, en el tormento de sus horas (ya se sabe que todas las horas de los poetas están hechas de jaspe negro) se preguntaba cómo sería ser más pequeñito y poder besar aquellos labios de plástico.

Incluso botaba una cuarta parte de su sueldo, mientras bebía como un cosaco, para comprar todas las copias disponibles en el mercado, a fin de que nadie más la tuviera.

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Asombrábase Pessoa de que Ofelia lo quisiera, en su desnudez, y rechazara a Álvaro de Campos, toda vez que este último le parecía cargante.

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Cuando intentamos quitarnos todas las máscaras, como cuando limpias el horrible amarillo huevo de un mueble antiguo, esperando encontrar la madera noble, descubrimos que había otra máscara, otra mano de pintura, y así hasta el infinito.

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