Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Eres la tarde que sueña en la distancia y una lágrima que resbala, suavemente, por mis mejillas: Ratoncita, Pajarillo, Amor Bonito, tenue llovizna en el amanecer perfumado con sueños y poemas dulces, con una copita de vino que invita a detenerse en el suave contorno de tu rostro, en todas las palabras que nos hemos dicho, en todos los instantes que atesoro.
¡Qué helado es el silencio, Ratona! Qué difícil es seguir la senda que hoyan tus pies.
Constantemente se me vienen a la memoria esas madrugadas luminosas, hablando contigo de todo y de nada, pensándote, intercambiando todas esas anécdotas, esos cuentecillos, esas canciones que me mantienen vivo, porque tú sabes que si respiro es por ti, porque tú sabes que todas las cursilerías que se imprimen en las tarjetas para engañar la distancia son insuficientes para describirte la magnitud del cariño que has sembrado, como rosales crueles, erizados de espinas, en mi corazón.
Te amo a todas horas porque tú me haces reír, y llorar, y llenas mis horizontes de esperanzas, de ilusiones siempre florecientes, de hermosos sentimientos que yo no sabía que tenía dentro.
Te amo y no tengo dudas, ¿las tienes tú, Ratona? ¡Cómo gustan mis ojos detenerse en la apacible mirada de los tuyos! Cuánto quisiera cruzar los mares en este preciso momento para fundirme contigo en un abrazo infinito, para decirte tantas, tantas cosas.