Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Leyendo a Tolkien, quien me parece tan inferior a Robert E. Howard, por mucho que digan los críticos, encuentro un par de páginas bellas donde se describe el amor desesperado de Aragorn por Arwen.
Tolkien supera su propensión a describir enanos, hobbits y otros elementos de la clase media baja y de la pequeña burguesía y nos dice que Arwen fue advertida por su padre: cuando muriera Aragorn ella vagaría entre los árboles del bosque, mirando cómo se desvanecía su mundo, atada a su larga vida y a su tristeza.
El amor no entiende de esas cosas y Arwen desobedece a su padre y, aunque la película nos muestra un final feliz, nadie nos dijo que Arwen se librase de tal destino.
Por su parte Aragorn, quien amaba a esa elfa (Aragorn descendía de elfos) es reñido por su madre, quien le dice que por mucho que él sea hijo de reyes su linaje no es tan alto como el de Arwen, y que él no puede poner sus ojos en ella, y Aragorn, rey poeta, como los celtas, de quienes vengo y a mucha honra, afirma:
—Entonces mis días serán amargos sobre la tierra.
Por favor no pregunten que si cómo me fue en el trabajo pues no lo quieren saber: me fue de la chingada, he estado en un ataúd lleno de serpientes, desesperado… he aguantado la respiración, me han corrido hormigas por “santas sean las partes” y no me he podido rascar.
¡Qué horrible es mi destino! ¡Qué cosa tan espantosa hacer, una y otra vez y sin esperanza, lo que no quieres! ¡Qué cosa tan repugnante es torcer siempre, todos los días, tu naturaleza! Pero no hay que sentir piedad por los poetas, que total es su sino.
Entonces mis días serán amargos sobre la tierra.