Por: Elko Omar Vázquez Erosa
A veces mi madre me reclama que no soy un poeta de bodas, uno de esos escritores que hablan de puras cosas bonitas.
Mi imaginación, poblada de diablos y hadas, de castillos de cristal, mucho le debe a mamá (de quien heredé mi inteligencia y mi donaire, y de mi padre mi salud de hierro).
Mi madre generosa, de amplias —amplias alas—.
Mamá… quien nos leía un cuento antes de dormir o bien, cuando papá decía que mi hermano y yo estábamos demasiado consentidos, nos dejaba registrados, en una grabadora anticuada y simpatiquísima que hoy en día causaría irrisión (si bien las nuevas generaciones no han inventado nada hasta ahora) su voz dulcísima.
Yo no tengo la culpa de volverme viejo —me hubiera gustado ser siempre un niño— ni de ser un exiliado de esa patria antigua y mágica que cabía en los brazos de mamá.
No aceptes imitaciones de mamá.
Come frutas y verduras.
¡Pórtate bien, caray!