Por: Elko Omar Vázquez Erosa
En este viejo, abandonado cine, y ante la luz intermitente del relámpago los posters polvorientos de Clark Gable, Sophia Loren, Lauren Bacall, Dolores del Río y otras reliquias, se iluminan.
La cerilla es una diablesa cuyos cabellos rojos se agitan, mientras grita con su voz cascada, en el viento.
En la punta del cigarrillo sueñan los demonios: acaso con las calles de París, con las noches de Montecarlo, con meteoritos rojos cayendo sobre los edificios de Dubai.
Todas las noches comparto un cigarrillo con Satanás y Baudelaire y juntos rezamos por un milagro: ¡señor!, que un millonario excéntrico deposite una cantidad escandalosa en mi cuenta, que me invite a su yate aderezado de mariposas enjoyadas y que estos tíos, cuyos descendientes habrán de adornarse con mi trabajo, me paguen en vida…
¡En vida, hermano!
La noche es un tango y las ventanas de los bares una linterna mágica con lánguidas figuras que se agitan y agonizan al ritmo de Gardel interpretado por la orquesta de un príncipe maldito.
En mis sueños Gardel, quien sostenía un cigarrillo entre los labios, bailaba un casto tango con la madre Teresa de Calcuta.