La muchacha de los ojos azules

la muchacha de los ojos azules

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Había un calor espantoso y yo caminaba bajo los ardientes rayos del sol, que caían como plomo fundido y bla, bla, bla (favor de agregar los clichés de su gusto).

Entré a Supermart: era de agradecer la suave caricia del aire acondicionado, el suave y armonioso colorido de los anuncios que mostraban chicas sonrientes, palmeras de cartón que se alzaban sobre montañas de cerveza, barcos (también de cartón) rebosando de latas, edecanes vestidas con minifalda ofreciendo otras marcas de cerveza.

¡Dioses! ¡Concéntrate, Elko! Prometimos portarnos bien: vayamos por el pan.

Hasta eso que me porté bien lindo, no hice cosas malas: pedí el pan, unos quesos insípidos que prometían alargar —insípidamente— mi vida; una lechuga casi transparente (que me daba miedo terminaría evaporándose al primer rayo del sol) y un aderezo “orgánico”.

Olvidé preguntar si se trataba de un batido de “órganos” diversos y, en caso de ser así, de cuáles “órganos” se trataba.

Como yo era uno de los primeros clientes las chicas que atendían las cajas, con sus lindos uniformes azules, se encontraban platicando y parecía que posaban: me tocó la caja tres, número fatídico, y la muchacha me llevó casi de la mano.

Cuando casi lo había logrado me encontré que en la puerta de salida había una mesita con una muchacha de cabellos castaños y ojos azules sentada detrás de la misma, mientras que una tía con cara de caballo repartía volantes; la tía con cara de caballo me abordó para ofrecerme una tarjeta de crédito de la tienda:

—¿Me puedo llevar a la muchacha? —pregunté.

—Claro —dijo ella—, firme aquí.

No sé en qué estaba pensando puesto que le firmé.

—¿Y me la llevo nada más así?

—Por supuesto, caballero, ¿o quería entrega a domicilio? —contestó agriamente la tía con cara de caballo, así que tomé de la mano a Dulce María (así se llamaba) y me la llevé a la casa.

—¿Pero qué es esto, Elko? —exclamó mi madre al ver a esa muñequita de porcelana.

—Me la dieron en Supermart.

—Pues vas a tener que ponerte a trabajar porque yo no pienso mantenerla.

Y así fue: desde entonces los días transcurren atroces en la oficina, donde languidece el alma.

Además mi mamá me obliga a hacer horas extras porque, ¿cómo va a comer puras porquerías Dulce María, que es tan linda y se merece lo mejor?

Querido lector: si te ofrecen una muchacha de ojos azules en Supermart o en cualquier otro centro comercial huye como si te persiguiera el mismísimo demonio: no digas que no te he avisado.

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