Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Ya se sabe que los miembros de la aristocracia somos descendientes de los anunnaki y que tenemos un plan de dominio, el Nuevo Orden Mundial, de ahí que cuando parece que publicamos puras estupideces en las redes sociales en realidad nos estamos comunicando con un complicado sistema de símbolos matemáticos que sería muy enfadoso, además de que no me lo permitirían, explicar aquí.
Fue así como el rey de España, Juan Carlos II, me hizo una llamada telefónica para invitarme a cazar pterodáctilos en el mundo interior, ya que estaba harto de que los periodistas lo señalaran por su afición a matar elefantes.
Viajamos a bordo del avión personal del rey hasta el llamado Polo Norte y luego de atravesar las tierras heladas admiramos el resplandor del sol interior en el valle paradisíaco por el que se accede a dicho mundo.
Nos acompañaban en la expedición El gran cazador Blanco, Allan Quatermain; Chuck Norris, quien no necesita presentación y; don Pablos, el asistente personal del rey, un enano patizambo que se encargaba de cargar las armas de su majestad, encenderle sus puros y pasarle la petaquita en la que llevaba algún excelente licor.
Cuando el avión aterrizó comenzamos el descenso al valle sirviéndonos de cuerdas y al llegar al mundo interior, donde el horizonte se curva hacia arriba, nos deslizamos furtivamente entre la espesura, para evitar que nos detectaran los arianni, raza que domina esas tierras y que no está muy contenta con la humanidad desde la detonación de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Aunque la mayoría de la gente se traga las mentiras oficiales de que el Polo Sur y el Polo Norte existen, en lugar de los huecos por los que se accede al mundo interior, basta mirar las fotografías publicadas por la misma NASA donde se pueden ver parches en los supuestos polos; al parecer son tan imbéciles y no se les ha ocurrido meter un buen Fotoshop.
El que dude de la veracidad de que la tierra es hueca puede investigar acerca del almirante Richard Evelyn Byrd, Gran Canciller de la Órden de Lafayette y de la Cruz del Mérito de la Marina Americana y de las Ciencias, o sea que no cualquier pendejo, a quien el gobierno de los Estados Unidos ordenó guardar silencio sobre sus descubrimientos, que ya había dado a conocer parcialmente en algunos medios de comunicación; no obstante el almirante escribió un diario en el que consignó sus aventuras.
Las personas interesadas en el tema pueden consultar los siguientes enlaces: http://www.las21tesisdetito.com/tierrahueca.htm http://libreopinion.com/members/newschwabenland
Pero volviendo a nuestra propia experiencia evitamos a los mamuts y las ciudades de cristal de los arianni y nos internamos en un bosque tropical hasta llegar a un sitio donde los pterodáctilos volaban apaciblemente.
—¡Joder! —dijo el rey Juan Carlos II mientras me daba un manotazo en la espalda— ¿Qué te dije, pariente? —y es que al rey le gusta presumir de un lejano parentesco conmigo que supuestamente nos viene de la Casa de la Cerda— ¡Ahí loz tenéiz! ¡Que laz vamoz a cozer a perdigonazo a laz lagartigaz feaz ezas voladoraz, majo!
El rey se volvió a su asistente:
—¡Don Pabloz! ¡Venga hombre y pázeme el treinta zero zeiz!
Don Pablos procedió a pasarle el rifle a su majestad quien, con una puntería endemoniada abatió a un pterodáctilo.
—Su majestad se ha llevado la primicia —dije con sincera admiración.
—Esto hay que celebrarlo para que tengamos buena suerte en la cacería —dijo Allan Quatermain y don Pablos nos sirvió un licor exquisito que llevaba en esa enorme mochila que yo no sé cómo demonios podía cargar.
Apenas estábamos disfrutando de la libación cuando los pterodáctilos, muy inquietos por el estampido de la detonación, se pusieron como locos y sobrevolaban nuestras cabezas, amenazantes.
Entonces las cosas sucedieron vertiginosamente: un tiranosaurio rex salió de entre la espesura y devoró, ante nuestro horror, a don Pablos, quien apenas le sirvió de entrada, por lo que en seguida comenzó a perseguir a Allan Quatermain: El gran cazador blanco no tenía tiempo de utilizar su Henry 1860.
Los pterodáctilos iniciaron su ataque: Chuck Norris accionó la palanca de su Winchester de repetición, 1892; pero ésta se quedó atorada, por lo que no le quedó más remedio que defenderse a punta de patadas voladoras, causando gran mortandad entre esos bichos prehistóricos.
Su majestad se quedó pronto sin balas y quiso ponerse a salvo lanzándose a un río: fue un clavado perfecto desde lo alto de una roca; pero uno de los pterodáctilos alcanzó a atraparlo de su real pierna y se elevó por los aires; el rey gritaba:
—¡Ratón! ¡Ratón! ¡Záaalvameeeeee!
Aunque yo me había paralizado por la rapidez de los hechos conseguí reaccionar y empuñé mi Benelli Argo “E” con mira telescópica: tuve suerte y conseguí alcanzar al pterodáctilo en la cabeza, que murió en el acto y soltó a su presa; el rey cayó en una enorme pila de estiércol de diplodoco lo que, si bien le molestó mucho, terminó salvándole la vida.
Mientras Allan Quatermain regresaba luego de perder al tiranosaurio vimos acercarse un platillo volador del que descendieron unos hombres altos, rubios y de ojos azules; uno de ellos utilizó un silbato, que no pudimos escuchar, y los pterodáctilos huyeron del sitio.
—¡Tenían que ser unos bárbaros del exterior! ¿Cuándo aprenderán? —dijo uno de los arianni, con acento alemán, mientras nos apuntaban con unas pistolas que parecían sacadas de una película de ciencia ficción, serie B; eso enfureció a Chuck Norris, quien tomó impulso para lanzar una de sus legendarias patadas voladoras; pero fue alcanzado por la descarga de una de esas pistolas y Chuck se retorcía en el suelo, mientras le bailaban por el cuerpo serpientes azules de energía.
Allan Quatermain accionó la palanca de su Henry 1860; pero también fue alcanzado por uno de esos temibles rayos. Por su parte el rey corrió la misma suerte cuando intentaba disparar su Pietro Beretta.
Nuevamente me había sido imposible reaccionar: de cualquier manera pensaban dispararme; pero el líder los detuvo, diciendo.
—¡Aguarden! ¡Es Elko Omar Vázquez Erosa! ¡El de Voluptuosidad es la palabra!
—¡Ah! —exclamaron en señal de reconocimiento y bajaron sus armas.
—¡Debería darles vergüenza! —nos dijo el líder— ¡A este paso van a acabar por destruirse ustedes mismos! No los queremos volver a ver por el mundo interior, así que los vamos a acompañar a la salida.
Ni siquiera dejaron que el rey tomara un baño, los muy canallas.