Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Nuestro amor sólo se daba en los resquicios, en la caricia de la sombra que dejaban los días fastidiosos, llenos de absurdo y vulgaridad.
Te veías tan hermosa confundida con los rayos de la luna, con las noches cómplices de los amantes que, aderezadas de viento y de las canciones que le arranca a la hierba, de parajes alienígenas, nos atormentaban.
Tu amor era tormento, y también el beso fugitivo de la lluvia, de los instantes previos a la aurora cuando puede leerse con los ojos, en otros ojos, la misma desesperación.
Desesperarse no es olvido, sino el hierro candente en la carne del esclavo, y las tempestades que van labrando fantásticas catedrales en las rocas de las costas de tu país dormido.
Dormida te imagino y la luna, tan vieja como el tiempo y nuestro amor, va descubriendo su pálida desnudez, retirando poco a poco los vagos cendales que la arropan.
Amarte es un oficio tan antiguo, acaso la sombra de otras latitudes que vivimos, la tenue luz de las lámparas de aceite… la tenue luz de las lámparas de aceite.