Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Tengo un vecino que a veces me ve pasar, cuando voy hacia el Oxxo: lleva como año y medio dizque armando un negocio: destrozó el frente de la casa que está rentando poniendo un tinglado de tablas y un techo de lona.
—Se lo va a llevar el viento, ¿sabe? Aquí en Chihuahua no es como en Sinaloa, que puede usted poner una palapa chafa: aquí cuando llueve, llueve; cuando cae nieve, cae nieve; cuando hace sol, raja tablas.
—¿Qué chingados vas a saber tú?
Y sí, nada más hubo viento, fue como si el lobo feroz hubiera soplado la casa de uno de los tres cerditos, y se llevó todo su tinglado de tablas y de lonas, que tanto afea el vecindario.
El caso es que a cada rato me llama.
—Oye, Elko, ven, ven, deja te comento.
—¿Qué cosa?
—Fíjate que estaba pensando que qué feas están las mujeres de Chihuahua.
—Las mujeres de Chihuahua son famosas por su belleza.
—No, Elko, es que allá en Sinaloa las mujeres son famosas porque son blancas. Mira por ejemplo, yo, que soy blanco, y tú eres moreno.
El tipo parece un mecánico, un güero de rancho, además yo no soy moreno y, si bien no tengo pelo rubio, soy más blanco que ese buey. Y además él tiene todo el tipo de ser de clase media baja, tirando más a clase baja: estoy seguro que todos y cada uno de sus ancestros, dos o tres generaciones atrás recientemente alfabetizados, todos ellos se dedicaron a actividades serviles. ¿Para qué discutir pendejadas con él?
Además me dice el chaparrito: yo mido un metro 65, antes un metro 68; el tipo mide un metro setenta, más o menos, o sea que me saca cinco centímetros, y ya se cree que es un bato de un metro noventa; bueno, a mí nunca me ha molestado ser de estatura baja o mediana, depende del sitio en el que yo me encuentre, que en Yucatán, por ejemplo, a veces me siento como un vikingo enorme.
—Sí, hombre, las mujeres de Sinaloa han de estar muy lindas. ¿Qué demonios andas haciendo aquí, donde hay gente que te desagrada tanto? Si quieres hacemos una cooperacha para pagarte el avión y te regresas a tu tierra.
-No, hombre, no te ofendas.
-Yo no me ofendo: cada quién es libre de abrir el hocico y soltar un montón de pendejadas.
Anoche me vio que iba yo al Oxxo a por unos cigarrillos y me llamó:
-Oye, Elko, píchame una cerveza y luego, más adelante, yo te picho una.
Quizá en mi próxima vida, en una futura reencarnación, el tipo me regale una cerveza. Fui al Oxxo y compré dos cervezas, de esas de tacón alto: Modelo Especial y la chingada.
—No mames, pinche Elko, te hubieras traído unas cervezas Ultra. La cerveza mexicana es muy corriente, compra unas Ultra.
—Pues que yo sepa la cerveza mexicana está a la altura de la cerveza alemana y francesa, que para eso don Porfirio Díaz se trajo a los mejores cerveceros de Europa y los mexicanos, que estamos locos, pero no pendejos, aprendimos muy bien a hacerla. Fíjate que hay maestros cerveceros, a los que les tapan los ojos con un pañuelo, y no les dicen qué cerveza están tomando, y se equivocan bastante pensando que es cerveza alemana cuando están tomando cerveza mexicana.
El tipo se quedó enfadadísimo y me vio con sus ojillos porcinos, entrecerrados: metió la cerveza que yo le había comprado y sacó una Ultra, también de tacón alto; así mismo traía un paquetito de carne, como 200 gramos y me dijo:
—Aquí en Chihuahua la gente no sabe cocinar. Mira, para que pruebes el chilorio que yo hago. Voy a hacer unos burros de chilorio para que la gente de Chihuahua sepa qué es hacer burros, y es que los chihuahuenses son unos pendejos y jamás han probado los burros de a de veras.
Abrió el paquetito y lo olí, y pues sí, estaba bien especiado.
—Muchas gracias, Rey —se llama Reinaldo, ¿a quién chingados se le ocurre ponerle esos nombres raros a los niños: El Kevin “Perez”; el Brandon “Gutiérrez”, la Britanny “Domínguez”. ¿No podrían ponerle nombres normales a la gente, no sé, Juan, Martín, Federico, Elko o algo así?—; mi mamá también cocina muy rico, mañana creo que va a hacer cochinita pibil y te traigo dos platitos, uno para tu señora madre y uno para ti.
Rey se lo pensó mejor: consideraba que se iba a arruinar por haberme regalado 200 gramos de chilorio y procedió a aclararme, mientras me arrebataba el paquetito.
—No, mijo —me caga la gente que es de tu misma edad, o más joven que tú, y que te dicen mijo; se les nota lo ordinarios que son. También me caga la gente que usa gorras de béisbol: si yo fuera Vladimir Vlad Dracul empalaría a todos esos nacos que andan por ahí, en la calle, usando una cachucha— el chilorio no te lo regalé —comenzó a soltar una risilla forzada, como de desprecio hacia mi persona— era nada más para que lo olieras.
—Ah, está bien, no necesito ese paquetito de carne: como verás estoy bien alimentado y, gracias a los dioses, jamás he conocido el hambre.
Nota mental: la próxima vez que pase por su casa y me pida una cerveza se la voy a comprar y la voy a abrir, aclarándole, claro está, que no se la llevé para que la bebiera, sino para que la oliera.