Explicación esotérica y exotérica de las habas
Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Karma 1/2: entonces descubrí que las alumnas (y también los alumnos) de intercambio que venían a la Universidad, alemanas, francesas y gringas, le temían a la salsa y te preguntaban que si picaba, y es que te veían echarle a los burritos y a los tacos enormes cucharadas de salsa para luego comer con deleite esa atrocidad, e insistían: ¿pica?, y respondías que poquitou, y te morías de risa viéndoles brincar, como potros castrados, con ese fuego que nadie, sino un mexicanou, puede consumir.
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Karma: 2/2: Y luego les hiciste una salsa picante de terror absoluto y total y, si bien te lavaste las manos, se te olvidó que el ácido del chile no se cae ni con agua ni con jabón y fuiste al baño, y comenzó a picarte, cuando te agarraste “santas” sean las partes, cuando intentabas miccionar o, peor aún, lo otro que no debo decir porque viene el dueño del Feis y me cierra la cuenta.
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Comencé a bajar hacia el abismo, buscando la fuerza que había perdido. De todos modos fui bendecido: nadie más se atrevió: yo conseguí a bajar a los infiernos y todos los demás se quedaron con las ganas.
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Pensé entonces, que como ya conocía todos los detalles del abismo, podría yo volver, desde el abismo, como Odín triunfante, con todo el conocimiento del mundo; pero me caía, y aparecía en mis pantalones una mancha de orina que crecía, mágicamente: me dije a mí mismo: debo superarlo, debo superarlo.
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Ser buena persona jamás sirvió de nada; ser buena gente jamás sirvió de nada: ser un caballero jamás sirvió de nada… nos engañaron, no nos dijeron que ser buena gente te costaría el alma… los buenos modales jamás me sirvieron más que para dos cosas: para nada, y para pura chingada; te decían que no rompieras los trastes, que eso no lo hacían los niños: debiste haber roto todos los trastes.
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Supuestamente, si yo dominaba mis pasiones, si ignoraba a los demonios, que siempre me hablaban al oído, podría volverme un Buda: los diablos me susurraron y jamás pude dominar mis pasiones, que campaban por ahí, endemoniadas.
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Llegabas con el psiquiatra buscando que te diera un certificado de loco; pero esos inútiles únicamente te recetaban un montón de ansiolíticos y te mandaban a Alcohólicos Anónimos, en una colonia peligrosísima, alejada de tu domicilio y difícil de llegar; lo mejor que podrían haber hecho esos cabrones era ponerse a vender pastillas en las esquinas del barrio.
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¿Nadie se ha dado cuenta de que existen múltiples mundos paralelos? Un montón de versiones de ti mismo en un montón de versiones de la misma ciudad, donde te relaciones con las mismas personas y con otras que no conoces aquí.
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El autor se dio cuenta de que, al carecer de las relaciones adecuadas, ni aunque se parase de manos, sin calzones, y con un kilt (una falda escocesa para hombre), y aunque escribiese incluso mejor que el dios Wotan, Netflix no lo iba a pelar ni iban a hacer una miniserie extravagante con sus escritos: él se iba a convertir en algún profe chafa online, en algún rentista desconocido, en algún artesano que vendía bases fabricadas con cartón y con yeso para que otros adultos inmaduros, como él, colocasen sus figuras de acción, casi todas ellas representando a mujeres de fantasía de historias de hechicería y espada: vivía en la ciudad de Chihuahua, un desierto cultural, un rancho enorme y aburrido: jamás serían de él los viajes a París, ni conocería gente con un monóculo, ni personas luciendo máscaras de oro en un palacio renacentista.
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Enfadadísimo, y empuñando la colt 45 de su bisabuelo, el escritor intentó matar a Dios; pero no lo encontró por ningún lado ya que, según afirmaban los huérfanos alados, ya lo había asesinado Nietzsche.
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Las valquirias en realidad no eran mujeres hermosas: cuando estabas a punto de morirte de sed, en el campo de batalla, las veías hermosas: caballo de valquiria se le llama a los lobos, a los cuervos y a los buitres.
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Osé apoderarme de las runas, y las runas se apoderaron de mí…
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Claro que nosotros no habíamos desaparecido: habitábamos los rincones de su imaginación, y con eso nos conformábamos: deseábamos yacer con sus hijas y jamás nos fuimos: siempre quedamos impresos en sus genes y en sus sueños.
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Tenía ese horrible sentido del humor, propio de los psicópatas, que ya formaba parte de él: toda la gente se persignaba a su paso: decían que lo perseguía un demonio.
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Probablemente, cuando me muera, habrá sólo un escritorio, y un teclado, flotando en la negra noche de los tiempos: espero que haya una botella de whisky eterna, y una infinita cantidad de cigarrillos, para seguir escribiendo, como el mono de Borges.
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Se vino la pandemia y me dije: qué a toda madre: las calles vacías, como una de esas películas de terror donde la gente vulgar ya no te fastidiaba, y tenías todas las calles, vacías, para recorrerlas, para no escuchar su música vulgar, ni olerlos; sabía que yo vivía en una torre de marfil y que se volvería más bella, y el mundo comenzó a vaciarse, y ya no estaba la señora esa que vendía los tamales y que decía: “qué chico tan raro”, ni el señor chistoso que vendía algodones de dulce en los parques y que siempre te robaba un cigarrillo, y todos se encerraron en sus casas y descubrí que acaso, aunque yo fuera raro y solitario, me daba mucha pena ver el mundo tan desolado, tan vacío, y sin la gente que antaño me molestaba y que, después de todo, formaba parte de mi alegría.
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¿Y si se viene el apocalipsis zombie y Milla Jovovich no se encuentra para defendernos? ¿Y qué pasaría si te quedas encerrado en una bodega de Walmart, llena de latas de comida, y tú sin un abrelatas? Probablemente tendrías que raspar la lata, contra el suelo, hasta que se desgastaran los bordes, y presionarla para soltar la tapa, y luego comer el atún. ¿Y si no hay cigarrillos en esa horrible bodega y fuera está lleno de zombies? ¿Qué harías entonces?
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Te dije que no miraras atrás, que había un montón de enanos horrorosos que nos perseguían…
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Jhonny estaba grabando la entrevista y de pronto vio a un enano y gritó: “¡Un enano! ¡Un enano!”, y arrojó la cámara y salió corriendo, perseguido por los horribles enanos que campaban a sus anchas, si bien los demás no los podían ver.
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Era increíble que a ese pequeño burgués no se le cayera del hocico la palabra revolucionario.
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Conforme su cuerpo, que aún parecía espléndido, ya no le respondía para hacer las innombrables hazañas de los poetas malditos, comenzó a ver que los días se transformaban en ceniza e imaginó el transcurrir de la eternidad como el vuelo de un pájaro negro, bajo un cielo nocturno y sin estrellas y sobre un mar de negra tinta: era un vuelo sin descanso.
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Y entonces descubrí que ya no podía yo emborracharme, que el licor se me salía por las fosas nasales y que ya no me ponía pedo: estaba condenado a una horrible sobriedad, aunque fuera momentánea.
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Tras pasar el tiempo terminó con una mujer algo entrada en años y en carnes; de joven había conocido los besos de las reinas del infierno y montaba un caballo delirante que le permitía cruzar océanos de fuego: al final lo veías asistiendo a esas sesiones monocordes y aburre vacas de Alcohólicos Anónimos donde una bola de viejos fracasados repetían la misma narración mientras intentaban hacerse los chistosos.
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Finalmente las metáforas consiguieron romper el enfebrecido cráneo del poeta: campaban a sus anchas por toda la habitación luciendo sus negros cuerpos de caballo, sus rostros de cuervo y sus largas patas de insecto: comenzaron a picotear, a devorar las colillas de los cigarrillos y a beberse los restos de alcohol que todavía quedaban en algunos rincones de esa buhardilla infame.
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Los aguacates comenzaron a agredirme: caminaban con sus patas velludas y amenazaban con desfigurarme con sus enormes tenazas: los había creado un científico loco mexicano que se llamaba Tezcatlipoca y que tenía por mote Espejo humeante.
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Una vez me disfracé de espinilla bajo el simple procedimiento de pintarme el rostro de rojo, y luego apreté mis propias mejillas y salían de mi boca asquerosas y abundantes cantidades de mayonesa.
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Representación artística de los tres signos astrológicos de agua como metáfora del alma del artista (suponiendo que el artista tenga alma y no sea más que una serie de ecos y reflejos).
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Merced a unas ráfagas de viento amigo las hojas de mi árbol, teñidas coquetamente con tonos de un verde ocre y deslucido, así como de naranja y de carmín, emprendieron el vuelo y fueron a parar, como todos los otoños, al Oxxo de la esquina, donde los empleados se afanaban, con la inconmensurable alegría del trabajo, en limpiarlas y meterlas en bolsas; yo apenas tuve que barrer unas pocas en el frente de mi casa: y luego dicen que uno no genera fuentes de empleo: de todos modos le estábamos haciendo al idiota.
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En realidad el feudalismo jamás fue abolido porque va en contra del orden cósmico abolirlo: yo rento departamentos, ergo, soy un micro señor feudal y mis inquilinos son mis vasallos; a su vez el tal Elko es vasallo de Netflix, de su cuenta de Internet, del gobierno, y todo transcurre en un sistema de vasallajes.
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Más o menos como 33 veces le di una patada a mi suerte: había mujeres lindas que me buscaban, pero yo les di una patada buscando a la güerita que, finalmente, me mandó tres veces, y las que fueran necesarias, a la verga… de cualquier modo estas cosas no hubieran durado, que qué aburrido ser marido y mucha responsabilidá. Qué bueno que a ellas les fue peor que a mí, con esos mariditos sin imaginación, aburridísimos, algo así como ganado porcino con una corbata.
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Y todas se pusieron gordas y casaron, morganáticamente, con una bola de imbéciles que bien hubieran despachado una bomba de gasolina, ahí en la esquina: te presentaban a su familia, generalmente de clase media baja, con más de un prieto en su haber: algún tío que se imaginaba tener, por ahí, algún ancestro importante; pero a leguas se les veía lo corriente: tenía uno que aguantarse los comentarios acerca del clima, o del fútbol o (lo que es todavía peor) del béisbol, o los golpes bajos, motivados por la desesperación y por la envidia, por parte de esa gente tan absolutamente ridícula que incluso utilizaba peluche en su outfit. Las mujeres de esa familia intentaban cubrir su pellejo campesino, ennegrecido por el sol, con polvo de arroz; pero se les notaba; pero que se les notaba a leguas.
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Claro que estoy loco. ¿Alguien lo puede dudar a estas alturas?
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Tenía el continente de un pobre diablo atrapado de por vida en un corporativo japonés; diríase que en cualquier momento se iba a arrojar desde el décimo piso de un edificio de cristal.
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Pero sin nosotros se aburrirán: invocarán las lluvias, y no vendrán; invocarán la fantasía, y no vendrá; invocarán los chismes sabrosos, los claroscuros, y no vendrán, y se volverán grises, y como cenizas, terminarán desmoronándose.
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El camino del hombre blanco, o mestizo, como quieras, no es la renuncia ni darse de latigazos en la espalda; tampoco es dejarse llevar por todos los placeres: el camino occidental es el punto medio, y ese el más difícil camino espiritual para llegar.
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Los órficos no comían habas. Explicación esotérica: los espíritus de los ancestros reencarnan en las habas y prueba de ello es que cuando te las comes te pedorreas y ahí está la prueba de los espíritus que escapan, tras haber tú devorado su refugio; por otro lado la explicación esotérica es que los griegos votaban con habas negras y con habas blancas: moraleja: un iniciado no se mete en cosas del vulgo, ni en esas discusiones de mercado que llaman democracia.
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Y en el suave latido del mar, como cuando uno escucha el palpitar del corazón de una mujer, con el oído descansando entre sus turgentes pechos, comencé a ver una luz al final del túnel y quizá comenzó a gestarse una respuesta.